Es muy común escuchar que los que han sido grandes en un momento luego caen, sólo se repiten a sí mismos y hacen arte de medio pelo. Eso he escuchado sobre el gran Woody Allen, que hubo quienes adoraron y quienes odiaron su anterior película, “Medianoche en París”.
Pero, ¿Qué esperamos de alguien que le ha dado muchas de las películas más histriónicas e ingeniosas al cine? ¿Qué siga haciendo lo mismo? Allen es un señor de 76 años que, con una extensísima y valiosísima carrera por detrás, hoy elige realizar comedias románticas un poco más livianas. Así que, libre de prejuicios snob me siento en la sala y disfruto de lo que este veterano monstruo del cine tiene para dar.
Roma se convierte en el escenario para que turistas y romanos se enreden y diviertan en historias amorosas. Nada muy sofisticado. Con la ciudad como un factor determinante y un personaje más que presente, como en su producción anterior, grandes actores juegan a enamorarse mientras este genial guionista mete chistes sardónicos o críticas mordaces. Esta vez eligió para narrar, un recurso que (bien realizado) suele funcionar muy bien y es el de las múltiples historias simultáneas. Y efectivamente, el director se despliega con maestría manteniendo al público expectante por el desarrollo de cada historia. A partir de cada una de ellas, Woody juega con la banalización del arte y la divinización de lo mundano como discurso que subyace a las livianas historias de amor que presenta. Podemos decir que nos encontramos ante un film harto entretenido, con diálogos que esconden gran elocuencia pero que cuando salimos de la sala no nos vamos con ninguna reflexión o interrogante como uno podría esperar del gran Allen. Pero, como decía al principio, asistimos a otra etapa del realizador, en la que la complejidad argumental disminuye y los (anti)héroes neuróticos son cada vez menos profundos, aunque los toque “woodyallenses” nunca falten.
Esta vez nos encontramos ante una diversa cartilla de actores que (en su mayoría) se desempeñan con esplendor: vemos a la siempre deslumbrante Penélope Cruz en el papel de una vulgar prostituta, que entra en escena para deslumbrar con su cuerpo pulposo y su italiano trabucado, el cómico y tierno Roberto Benigni en un papel de hombre común que deviene en celebridad le da un toque más que irónico a la película, Jesse Eisenberg aporta poco al film, con su sosa actuación, no así Alec Baldwin que desde una sabiduría de un hombre maduro le da un toque magnífico a su historia, metiéndose en el papel de “la voz de la conciencia”. Ellen Page, interpreta a una típica libertina y snob puesta en ridículo, que nos recuerda al insoportable personaje de la fila del cine en “Annie Hall”. Y el que da la nota, por supuesto, el director y escritor de esta película vuelve a ponerse frente a la cámara para interpretar ese eterno papel de “sí mismo” que ejecuta a la perfección y que nunca caduca. La estética del film es definitivamente muy acertada; no sólo porque el encanto de la ciudad italiana llega a apreciarse en su totalidad, sino también por la bella música que acompaña de maravilla la atmósfera pasional que crea el film.
Recomiendo ver la nueva película de Woody Allen con un ojo poco pretensioso, porque así es como se disfruta, dejándose llevar y sin pensar en el momento sobre la poca consistencia de las historias o esperando al viejo Woody. Resulta interesante apreciarla como una etapa diferente de su carrera, sin pretender volver a los maravillosos hitos que ha creado, que sería inútil volver a realizar.