No voy a inventar la brújula, señalando que el director californiano tiene una predilección tanto por el spaguetti western (subgénero bastante menor al clásico cine americano) como por la violencia explícita en sus films. Que guste de fagocitar antiguas películas de dudosa calidad, resulta, a estas alturas, un verdadero cliché. Y que logre sacar partido de guiones divertidos, resucitando a actores sumidos en el olvido, para darles un tanque de oxígeno a sus carreras, es algo que la mayoría asumimos. Esta premisa puede ser un molde, una base, sobre la cual se sustenta, superficialmente, el cine de Quentin Tarantino. Sin embargo, sus historias, esconden, como las de todo director con talento, muchos de sus gustos, ansiedades, traumas o aspiraciones. Durante los 90’s, con sólo 3 films, Tarantino logró imprimir a guiones propios o adaptados (como es el caso de Jackie Brown, quizás la mejor de todas) elementos que le daban un toque diferenciador a lo que se hacía hasta ese minuto. No eran sólo esos elementos estéticos tan característicos de su cine, sino que se respiraba oscuridad, vaguedad, cierta amoralidad en sus personajes. Desde el fracaso que supuso la citada Jackie Brown, el cineasta se tomó un tiempo para volver con el taquillazo que resultó “Kill Bill”, que giraba en torno a la idea de la venganza. Esta idea de venganza, desde entonces es un tópico presente en las producciones del director. Saltándonos “Death Proof”, la premisa central de “Bastardos sin Gloria” giraba en torno a la venganza de Shoshanna contra los nazis. Hoy, en 2013, el nudo argumental de “Django Unchained”, es nuevamente la venganza, pero de un esclavo negro (Jamie Foxx) en contra de los explotadores blancos que hicieron la vida imposible de él y de su mujer, la cual cae en manos de un hacendado de Missisipi, muy bien caricaturizado por Leonardo Di Caprio. Obviamente, Django no puede llevar a cabo su arremetida contra el poder blanco de manera solitaria. En esta cruzada, lo ayuda el caza recompensas alemán Dr. Schulz (Christoph Waltz, nuevamente extraordinario), un personaje que deja muchas dudas, sobre cuáles son sus reales motivaciones para comportarse de manera casi paternal, con el hombre al cual compró su libertad.
El film que tiene una duración de más de dos horas y media, goza de una intensidad abrumadora, que tiene como gran fin, la entretención. Lo demás sería buscar oro, donde no lo hay. El guión de “Django…” es de una simpleza que llama la atención. Aunque en honor a la verdad, la mayoría de esos films que evoca Tarantino, eran igual de básicos en su nudo argumental. Pero no nos equivoquemos, al director estadounidense, podemos exigirle más. La gracia de su cine, es transformar la nostalgia del cine B, llenos de diálogos torpes, carentes de ritmo, en una serie de cruces hilarantes, bizarros y algunas veces, muy amargos. Estamos ante un film sumamente entretenido, lleno de excesos, con escenas para reírse a carcajadas (como la del Ku Klux Klan), pero asimismo, con baches brutales en la narración. Cuando vivimos tiempo en que nadie quiere darse el tiempo de ver algún clásico, por muy malo que sea, Quentin te los da como un McDonald, como un combo, un todo en uno. Un verdadero Big Mac, llamativo, que resume un montón de cine basura en algo visualmente de calidad. Y ni la palabra plagio cae parada acá. A Sergio Leone, el padre del spaguetti western, Kurosawa lo demandó por copiar el guión de “Yojimbo” (1961) en el clásico “Por un puñado de dólares”. Por tanto, plagiador que copia a plagiador, tiene cien años de perdón.