El nuevo trabajo del enorme Roman Polanski nos acerca uno de los productos más notables del 2011. Un dios salvaje (Carnage, Roman Polanski, 2011), basada en la obra Le dieu du carnage de Yasmina Reza, deslumbra por su elocuencia, provoca con sus frases atrevidas y filosas y nos llega a poner tanto o más incómodos que los personajes en pantalla. El argumento se presenta (aparentemente) sencillo: dos matrimonios se juntan a conversar sobre un incidente ocurrido entre sus hijos: en una pelea entre compañeros, uno se violenta con el otro y el desfigura la cara. Lo que comienza siendo una reunión diplomática y amable, de a poco se va convirtiendo en una carnicería de palabras. Un disparador inocente y superfluo que llevará al extremo a estas dos parejas y a replantearse cuestiones centrales de su vida. Primero que nada podemos decir que se necesitan cuatro grandes actores para que lleven a cabo un film que ocurre prácticamente íntegro en una habitación y que se basa sobre todo en los diálogos. Los cuatro actores que integran esta película no suelen ser calificados como “de primera línea”, pero debo decir que en este film cuasi teatral se llevan todos los aplausos. John C. Reilly y Jodie Foster, interpretan a los padres del niño atacado y Kate Winslet junto a Christoph Waltz, los padres del atacante. Y realmente, el factor actoral es algo que no pasa desapercibido ni es una cuestión menor en este film: vemos cómo en el transcurso de los escasos 80 minutos de duración, los personajes van sufriendo transformaciones y van mostrando su parte más salvaje a medida que la tensión sube.
En relación a esto, podemos decir que el film tiene un ritmo privilegiado, porque juega y se maneja a partir de las tensiones y de mostrar u ocultar los rasgos de los personajes. La estructura de obra teatral que tiene, hace que los diálogos se constituyan como el elemento de comunicación por excelencia; es a través de las palabras que se dice todo, el film no se vale de ningún artificio ni de un gran montaje. El conflicto inicial que los lleva a reunirse queda en un segundo plano, y cada personaje va sacando de a poco lo peor de sí: confiesan sus miserias, miedos e inseguridades, quedan expuestos ante todos. Lo interesante es que cada personaje tiene su momento, se va haciendo foco en cada uno de ellos para mostrar las facetas más desconcertantes. Esto hace que como espectadores vayamos tomando posiciones en cuanto a ellos; posiciones que fluctúan dependiendo de la faceta que se saque a relucir. Además de esto, entre ellos van armando bandos que también cambian a partir de los temas que se plantean. Pasan por la catarsis, la furia, la borrachera, la cordialidad. Y al espectador se le hace imposible desvincularse de esto, ya que mientras sube la incomodidad entre ellos lo mismo nos pasa a nosotros. La película parece una sola escena donde todas las caretas y los protocolos se derrumban. La situación se nos muestra un tanto insólita y todo lo que sucede es hasta surreal: de pronto dos parejas desconocidas ponen sobre el tapete sus valores (que empiezan a tambalear a partir de la relación con el otro), sus dudas existenciales y cada palabra puede llevar al extremo los temperamentos de cada uno. Un guión excelente que efectúa una crítica dura a la burguesía y a sus falsos mecanismos de cordialidad y simpatía.