Flor Codagnone nos responde algunas preguntas sobre su nuevo poemario “Celo” recientemente publicado por Pánico el Pánico.
¿Qué mira la chica de la tapa? ¿Sos vos?
Habría que preguntárselo a Juan Rux, que fue quien hizo la ilustración. Al encontrarse con el libro muchos exclaman: «¡Sos vos!». Yo no lo hubiese pensado de ese modo sin la mirada de los otros. No sé si Juan se inspiró en mí, pero creo que hay una distancia poética: aún si fuera yo, no soy yo. Además, un detalle: la chica de la tapa tiene un tatuaje.
¿A quién están dedicados los poemas de “Celo”? ¿Escribís teniendo en cuenta a alguien?
El libro comienza con una dedicatoria: «Para los que encienden mi c[i]elo». Es cierto: se trata de una invitación bastante general… Sería mentiroso decir que no existen algunas personas a quienes tengo en cuenta o mejor, que me poetizan o que me disparan escritura. Pero no son sólo personas sino también de películas, personajes, series, cosas que veo, que escucho, que siento… Sospecho, además, que me tengo en cuenta a mí cuando escribo. En el caso de este poemario, por ejemplo, no es el mismo aquel a quien el yo poético se dirige en «Hablemos del cuerpo…», que el que nunca vio la saga de Antoine Doinel. Y ése no es el mismo a quien el yo le regala su boca (aunque sean el mismo).
El celo puede ser esmero y cuidado con alguna cosa, puede ser envidia, puede ser sospecha y puede ser excitación sexual animal, o instinto carnal. ¿Con cuál de éstas opciones crees que mejor se acopla “Celo”?
Para mí este Celo encierra un poco de todo eso: tiene que ver con el apetito sexual, con el cuidado, con el interés que concita algún objeto o alguna persona, con la ovulación, con los celos… Me gustan los títulos polisémicos. Cuando presentó el libro, Darío Sztajszrajber dijo algo muy hermoso: habló del celo como don, como algo que excede de la voluntad e incluso nuestro deseo, como algo que no controlamos y que es profundamente corporal.
¿Qué cambió entre “Mudas” (tu primer poemario) y “Celo”?
Me había costado mucho asumirme escritora y creo que con Mudas pasó algo de eso. En 2013 se editaron dos libros más –la traducción de Los Beatles y Lacan y Literatura ? Psicoanálisis. El signo de lo irrepetible que escribimos con Nicolás Cerruti–, además traduje y está por salir Antes de decirnos adiós, un libro de Sean Davison, necesario, interesante y muy hermoso. ¿Qué cambió? Empecé a leer en público. Me corrí del periodismo y de la universidad en la que daba clases. Pasé de entrevistar a ser la entrevistada. Volví a tomar clases. Empecé a brindar cursos, clínicas literarias y talleres. A relacionarme con otros poetas y con sus escrituras… Si lo pienso: no tengo registro de que haya habido otros años con cambios tan trascendentes.
¿Con qué dosis de sufrimiento escribís y cuánto de ese sufrimiento se ve reflejado en el resultado?
Yo de ninguna manera asocio a la escritura con el sufrimiento. En cualquier caso, sufro cuando siento que no puedo escribir. Para mí, la escritura es una experiencia placentera, ligada al inconsciente y al cuerpo, a lo abierto, a lo nuevo, a lo posible. Ahora: cuando trabajaba en la estructura de Celo, lloré un par de veces, pero no porque sufriera, sino por lo que encontré de mí en esos versos. Cosas que no había notado cuando escribía. Creo que en Celo hay algo del duelo y algo incómodo y algo que no tiene que ver con el placer, pero su escritura fue placentera.
¿Qué es eso de “Una mujer no puede escribirse”?
Me cuesta un poco explicar un verso porque para mí la poesía tiene que ver con lo abierto. Me parece que de todos los géneros literarios, la poesía es el que más brinda la posibilidad de interpretar, de dialogar, de abrir, de construir un imaginario propio con las palabras del otro. Si tuviera que decir algo sobre ese verso diría que no por nada aparece entre paréntesis: «(una mujer no puede escribirse)». Está como susurrado. Quizás porque existe un lugar al que las palabras no llegan, un lugar donde las palabras no pueden hacer. Diría, además, que hay una idea que ronda el libro, la de la imposibilidad de la traducción. Otro poema dice: «todo lo que se pierde en la traducción es lo que me hace mujer». Creo que por ahí hay una clave.
¿Qué ves de femenino y qué de feminista en tu poesía?
A mí me gusta hablar de «lo femenino» más que de «feminismo» porque si habláramos en esos términos primero tendríamos que empezar por diferenciar a qué tipo de feminismo estamos haciendo referencia. En mi poesía hay algo muy fuerte con lo femenino. Algo que se desprende de mi voz y de mi cuerpo. Y algo que elijo: estoy convencida de que lo femenino es algo que se elige y se construye a diario. Pensar, dar voz a lo femenino es, además, una práctica política y una responsabilidad.
La tuya es una poesía obligadamente relacionada al cuerpo. Personalmente creo que hay algo relacionado a asumir el propio cuerpo (con sus avatares y desperfectos). ¿Cómo relacionás tu poesía con tu propio cuerpo?
Para mí no hay poesía sin la experiencia del cuerpo. Y, en mi caso, no hay poesía sin un cuerpo de mujer. Pero se trata de algo que excede lo poético, algo que atravieso a diario y tiene que ver con aquello que decís acerca de asumir el cuerpo propio, incluso, con ir construyéndolo.
No hay prejuicios ni tabúes con respecto al sexo, está planteado con una naturalidad brillante. ¿De dónde viene eso?
La verdad no lo sé. Tampoco creo que esté hablando de sexo o compartiendo experiencias sexuales. Quizás lo que hago sea nombrar, dar un nombre poético. Es cierto: no me asustan las palabras que refieren lo sexual ni a lo femenino. Al menos en la poesía. A través de ella se pueden decir, nombrar, cosas que se complican en otros ámbitos. Tal vez en Celo haya algo más explícito que en Mudas, pero no tiene únicamente que ver con lo sexual.
¿Qué lugar le darías a la vergüenza en tu poesía?
Unos meses antes de que Celo saliera a la calle tuve un sueño: se lo dedicaba a una poeta de este modo: «La vergüenza también se engendra».
¿Qué me respondés si te quiero ligar a la poesía erótica?
No me gustan las etiquetas porque, insisto, lo poético tiene que ver con lo abierto, con aquello que permite interpretaciones y diálogos. Por otra parte, es cierto que algo de lo erótico anda dando vueltas, pero no creo que sea excluyente. Y, si estoy al tanto de eso es a partir de las lecturas de otros. Quiero decir: no busco lo erótico ni lo elijo, al menos no de manera consciente. Se trata de algo que más bien se desprende, que me excede. Por otro lado, sé que la experiencia de lectura de los hombres es distinta de las de las mujeres. A la mujer mi poesía le llega al cuerpo por el lado de lo femenino, como describieron algunas «como un golpe», «como un choque». En cambio, en la experiencia de lectura de los hombres se juega algo de lo sexual en su fantasía y en su cuerpo.
¿Qué es el cuerpo erótico? ¿Es deseo, excitación y orgasmo? ¿O es construcción cultural?
Primero te diría que ni el deseo ni la excitación ni el orgasmo son, para mí, cuerpos. En cualquier caso, pueden llegar a hacerse cuerpo. Además, como dice Barthes, tenemos muchos cuerpos. Quizás podríamos hablar, entonces, de cuerpo deseante, de cuerpo excitado, de cuerpo orgásmico, de cuerpo erótico… Ahora bien, asumir el cuerpo erótico, que acontezca, implica un trabajo duro que, quizás, también involucre una escritura: se trata de un cuerpo que se construye a la manera de un texto. Hay en eso algo profundamente subjetivo, pero también algo de lo cultural que establece otros parámetros para esa escritura. Yo iría un poco más lejos, diría que el cuerpo erótico es también y, sobre todo, una construcción religiosa.
¿El deseo se moviliza sólo ante la belleza? ¿Hay una belleza posible fuera de “lo normal”?
No creo que el deseo se movilice tan sólo a partir de lo bello. No. Por otro lado, ¿cómo definimos «lo normal»? y, ¿qué es normal en la belleza?¿Por qué normativizar lo bello? Quizás lo bello existan dentro la norma, pero sobre todo fuera de ella.
Olga Orozco decía en una entrevista que la poesía son todas tentativas o aproximaciones para buscar la palabra perfecta. ¿En qué momento algo se convierte en solo posible decir a través de la poesía?
Y, Paco Urondo decía que empuñaba un arma porque buscaba la palabra justa. Como dije antes, creo que a través de la poesía se pueden decir, nombrar, cosas que se complican en otros ámbitos. Sin embargo, no creo que para mí la poesía sea una búsqueda sino, más bien, de un medio: el modo en que me digo o intento decirme con cierta justeza, con cierta perfección, aunque eso sea imposible.
“Celo”, de Flor Codagnone
Editorial Pánico el Pánico
2014
52 páginas