El título presenta una contradicción desde el comienzo: ¿cómo se inscribe la propia muerte en una obra si la misma es, por definición, irrepresentable? Ahí el primer guiño de Constanza muere, es imposible representar a la muerte, querer representar el acto de morir es como el colmo de la ficción. Ya Freud explicaba que la propia mortalidad no tiene representación en el inconsciente. Si narrar sobre la propia muerte es imposible, entonces actuar la propia muerte es actuar la imposibilidad de actuar la muerte. Y sólo la entrega total de una actriz como Analia Couceyro nos permite hacernos esta pregunta. ¿Acaso Constanza muere en el escenario?
El problema aparece porque el verbo morir no tiene presente de enunciación. Para el filósofo Maurice Blanchot la imposibilidad de representarnos la propia muerte ocurre “no solamente porque morir no tiene presente sino también porque no tiene lugar alguno… en temporalidad del tiempo”. Y justamente, la gran paradoja que presenta la obra tiene que ver con la temporalidad: no se puede usar el presente en el verbo morir porque es un verbo que no se puede pronunciar simultáneamente a la acción. Tal vez los versos del poeta chileno Enrique Lihn señalen esta paradoja: “Quiero morir (de tal o cual manera) ese es ya un verbo descompuesto / y absurdo”. Lo que no se puede es realizar es esa experiencia, no hay voz para la extinción de la voz. Se trata de aprender a morir, pero esto es una aporía, ya que no hay aprendizaje posible sobre ella. Frente a la muerte, lo único que queda es mendigar la experiencia.
La pregunta que intenta responder Farace a lo largo de toda la obra es cómo es ese lenguaje que ya no tiene vocación comunicacional, ¿es acaso oscuro? ¿o por el contrario luminoso? Tal vez la única manera de que la muerte sea perceptible es a través de enunciar sus límites. Y ahí es donde aparece la poesía. Vemos cómo en la obra el lenguaje alcanza un límite y se vuelve sobre sí mismo, se queda en esa zona límite. La obra nos muestra que cuánto más se acerca a la muerte, más llena de vida está la protagonista: su obsesión por el saquito de té, las masas, las plantas, los giros inesperados de humor que tiene el texto como la repetición del “todo todo todo”*. La ironía aparece porque la solemnidad del acto de morir se trasloca: cuando se habla de la muerte se está generando un acto vital, Constanza paradójicamente aparece íntimamente conectada a la vida. Esto entraría en consonancia con el teatro de la muerte de Tadeus Kantor, donde, como señalaba Monteleone, aparece “la certeza de que en el arte la noción de vida no puede ser reivindicada más que por la ausencia de vida.”
La obra narra la espera hacia la muerte pero no la describe como algo por venir, sino a la muerte siendo, en un presente continuo que a su vez se vuelve atemporal. Constanza atraviesa ese olvido de sí misma, ese presente sin memoria dado que se invierte tanto lo que se espera del presente como del pasado. Si la memoria permite tomar distancia de una situación y en un futuro mirar retrospectivamente hacia atrás para entender de otro modo lo que ya fue vivido, nunca se va a poder realizar esa operación con respecto a la muerte. Constanza muere es una obra en que los fragmentos han llegado a ser signos de la totalidad de una experiencia casi imposible de ser representada.
Lo que Farace hace no es dejar que la muerte hable, sino generar una zona de indiscernibilidad entre la muerte y la vida, inscribir la vida en una zona donde cualquier inscripción es imposible, la zona de la muerte, como en el verso de Vallejo “estoy muriendo el ser que vivo”. Cuando se pone en escena esta imposibilidad de representar la muerte en realidad se evidencia el artificio en que consiste la representación en sí misma, la ficción. No es posible la existencia de un “yo” verdadero sino que el “yo” es una ficción, una máscara y lo que podemos entrever es sólo su dimensión especular. O, como enuncia la protagonista: “Mi ficción es este cuerpo que piensa.”.
* Si seguimos a Deleuze, observamos como repetir “No es añadir una segunda y tercera vez a la primera, sino llevar la primera vez a la “enésima” potencia.”
–
Constanza muere, de Ariel Farace está en cartel en El portón de sánchez (Sánchez de Bustamante 1034, CABA), los jueves a las 21:15hs. Las entradas se consiguen a $120 o $180. Anticipadas disponibles en Alternativa Teatral.
–
Ariel Farace (1982) escribe, actúa y dirige teatro. Sus últimas creaciones son la pieza Constanza muere, estrenada en el Festival Dois Pontos de Rio de Janeiro (actualmente en cartel en la sala El Portón de Sánchez), el texto de la performance musical Mnemo/scene: Echos estrenada en la Bienal de Munich 2016, la performance Una línea y muchos puntos en el ciclo El borde de sí mismo del MAMBA, y el concierto escénico Plural, una multitud desconcertada en el oratorio del Espacio Unzué de la ciudad de Mar del Plata en el marco de la Bienal del Fin del Mundo 2015. En 2007 creó Vilma Diamante, la compañía con la que estrenó las obras Luisa se estrella contra su casa y Ulises no sabe contar. Recibió el Gran Premio 50° Aniversario Fondo Nacional de las Artes por su obra Galope en niebla, entre otros reconocimientos y becas nacionales e internacionales. Dirige el sello editorial Libros Drama, dedicado a la dramaturgia argentina contemporánea.