En el año 2000, un excéntrico grupo de personajes invadió la televisión española en lo que se conoció como “tamarismo”: un fenómeno popular que giró en torno a la cantante pop Tamara, una chica con look ochentoso, un poco dark, entre Siouxsie y Boy George, con pobres habilidades vocales y un estilo de baile bastante particular (“cuando sube al escenario parece que le están apuntando con una escopeta”, dicen en el documental).
Diosa del underground, animal televisivo, reina de la laca o icono gay: Tamara —nacida como María del Mar en el País Vasco— logró que la llamaran de muchas formas en los medios, pero tal exposición fue producto de un torbellino de escándalos, mentiras y traiciones entre su séquito de colaboradores, todos ellos sedientos de fama y éxito.
Entre ellos estaba su representante, Miguel “Arlekin” de Diego, que por despecho llegó a filtrar un video íntimo de la cantante en el late night Crónicas marcianas —en Argentina, algo entre Zap TV conducido por Marcelo Polino y el inclasificable show de Anabela Ascar en Crónica TV—. A eso se sumó la batalla por los créditos e interpretación de su mayor hit, “No cambié”, entre su autor Leonardo Dantés y quienes aseguraban haberle puesto voz antes y después de ella: Loly Álvarez, cantante adicta a las cirugías que la acusó de ladrona, y Tony Genil, veterano intérprete que conoció la fama en los 70 antes de caer en el olvido.

El documental: un repaso convencional de la historia
De reciente estreno en Netflix, el documental Sigo siendo la misma es en su forma bastante más convencional que en su contenido. Repasa el fenómeno con recursos clásicos: testimonios de periodistas y músicos, mucho material de archivo televisivo y pequeñas puestas con sus protagonistas en la actualidad, ya sea cantando en escenarios, cenando o en terapia, ya que parte del relato de Tamara –hoy Yurena, también hubo disputas con el registro de su nombre artístico– se estructura bajo la forma de una sesión psicológica.
Yurena ha perdido a su madre Margarita –quien la seguía a sol y sombra durante el boom mediático, convirtiéndose ella misma en un personaje más de ese clan variopinto– y parte del documental toma como eje la historia de aquel duelo, de finalmente soltar esas cenizas y cumplir con su último deseo. Yurena también critica a su entorno de la época y llora cuando recuerda sus intentos de suicidio por el hostigamiento que sufrió por parte de los medios. El material así tiene un enfoque más serio, en un intento por humanizar personas que en su momento se presentaron como caricaturas hiperbólicas. Esto puede ser interesante para el público español que fue testigo de aquella parafernalia, los recuerda y quisiera saber qué fue de ellos, pero para una audiencia extranjera puede resultar denso y de poco interés.
La serie: una fiesta televisiva
En cambio, la serie Superestar, estrenada el mismo día, ofrece un mayor atractivo internacional justamente por hacer lo contrario: explotar el colorido de sus protagonistas hasta niveles surrealistas, haciendo de cada uno de sus seis episodios una fábula fantástica centrada en un personaje.
Creada por Nacho Vigalondo y producida por los Javis (Javier Calvo y Javier Ambrossi), conocidos por su gran inventiva visual y narrativa en series como Paquita Salas o Veneno, Superestar es una fiesta que celebra las posibilidades de una verdad a medias, de un mito o de un simple rumor —todo lo que alimentó aquellos años de fama delirante— para desplegar un universo imposible donde ya no importa qué fue cierto y qué no, lo que importa son las buenas historias. Y si dejan una reflexión, mejor todavía.

Allí está el excelente primer capítulo sobre Margarita y las tribulaciones de ver crecer a una hija, o el de Leonardo Dantés, que cual Doctor Jekyll y Mr. Hyde parece desdoblar su identidad hasta el absurdo en una encrucijada entre la credibilidad artística o el éxito comercial. El punto máximo de lo kitsch llega con el episodio sobre Paco Porras, el falso novio de Tamara y quizás el más border del grupo, un mediático que decía leer el futuro en frutas y verduras. A partir de su dudosa confesión de haber sido secuestrado y explotado sexualmente, los creadores de la serie lo ponen al frente de una historia demencial sobre sectas que tratan de impedir el apocalipsis feminista. Una desmesura oscura, misteriosa e irreverente, que podría ser un corto de Alejandro Jodorowsky.
Es interesante cómo estos dos estrenos en simultáneo permiten acercarse a este fenómeno de la cultura pop española desde dos ángulos opuestos y complementarios. Mientras el documental intenta de alguna forma reparar el daño mediático sufrido por sus protagonistas, la serie los festeja en cada una de sus excentricidades y los vuelve materia.
Sigo siendo la misma y Superestar están disponibles en Netflix.