“Dios está en todos lados, pero tiene su oficina en Buenos Aires”, sentencia un dicho popular que hace referencia tanto al egocentrismo del estereotipo porteño, como a la pluralidad cultural de una ciudad incesantemente cosmopolita. Para todos los gustos culturales hay una respuesta y “Al ver verás” sintetiza muchas de estas aristas: para los amantes de la arquitectura, para los que disfrutan de la música en vivo, para los innovadores que se derriten ante las presentaciones de las nuevas artes visuales, e inclusive, para algún atrevido amante de las alturas y el vértigo, “Al ver verás” les brinda una respuesta, aunque sea una vez al mes. Así entonces, el sábado 24 de junio alrededor de las 23 horas, completando casi 100 personas, un puñado de extranjeros y otro de locales, niños, adultos y jóvenes de todas las edades, se hicieron presentes en una terraza “X” del microcentro porteño para ver, sentir y percibir un espectáculo único.
“La previa” a la terraza se podía realizar en las instalaciones del lugar comiendo platos típicos y tomando cervezas a precios módicos. Un cumpleaños de una nena de cinco años se celebraba en el mismo living; los niños mirando Netflix y correteando alrededor de “hipsters”, alemanas y franceses, hacían del ambiente una situación un tanto bizarra. Un par de colaboradores se acercaron a las personas anunciando que la terraza estaba abierta y la banda preparada. Se apagaron las luces y se encendieron las proyecciones sobre cuatro bellos edificios (por pedido del colectivo, la información sobre los lugares donde se realizan la intervenciones, deben quedar en el anonimato). La música acompañó de una manera solemne con ribetes poperos y “ceratinezcos”, las primeras visuales (una suerte de reloj gigante, figuras geométricas que vienen y van, 3D en blanco y negro). Los primeros y estridentes aplausos y los exaltados comentarios denotaron que aquel sexto piso ya estaba en órbita.
La templada tercera noche del invierno prosiguió espectral. Líneas y curvilíneas flotaban cual fantasmas y a los sintetizadores chirriantes se les sumó un saxofón que nadie esperaba, que cruzó la emblemática avenida y que plasmó en las fachadas una canción instrumental que se movió al ritmo de esas imágenes que se expandían y le daban una profundidad impensada a las fachadas. El color también se hizo presente en la noche y el acompañamiento musical ahora se asimilaba al rock progresivo de la época floydiana. La psicodelia fue en progresivo aumento y galaxias y figuras tribales surgían por doquier. Los levantadisimos párpados del público giraban de derecha a izquierda, sin poder decidir qué edificio mirar. La vuelta al blanco y negro trajo nuevamente figuras humanas que ahora flotaban como cayendo, pero hacia arriba, como si se despegaran de un lugar sin gravedad. El increíble efecto en más de uno fue el de despegar inconscientemente los pies del piso y quedar parado en sus puntas. La banda hacía sonar canciones apropiadas para una película épica, cuando la grave voz del cantante anunció el final, mientras que las últimas visuales amorfas, azules y naranjas (como las bacterias que observa un científico en un microscopio) le daban el toque final y reforzaban el estilo neogótico de los dos edificios centrales de la presentación, que se iba entre largos y estridentes aplausos.
“A través de la intervención de nuestro ambiente nos proponemos una mirada lúdica y analítica donde antes poníamos un ojo distraído, y muchas veces, alienado”, aclaman los realizadores en su página oficial. Así, la idea de este colectivo transgrede el efecto artístico y se inmiscuye en una crítica de índole social y político: la cuestión de la explotación edilicia por el potente negocio inmobiliario y la débil y mal aplicada Ley de edificios históricos. Con su intervención, “Al ver verás” nos obliga, justamente a ver aquellas imponentes obras tan bien conservadas que se disuelven con la rutinaria y agitada vida porteña: los edificios son un patrimonio de la identidad cultural de la ciudad, pero pasan desapercibidos ante casi todos los transeúntes.