Observar las animaciones de Dante Zaballa es parecido a lo que uno se puede imaginar que es el infierno. Un infierno construido a partir de colores y velocidad. Hay manchas que se mueven, se achican y se agrandan, caras infantiles que flotan en un plano de color, líneas que parecen cortocircuitos. Cada imagen es un desafío para la mirada. El artista construye una obra que demanda esfuerzo; no hay posibilidad de contemplarla con calma, todo es puro movimiento.
Zaballa pasó su infancia en Morón. Hijo de artistas dedicados a la poesía, el teatro y la performance, se crió entre camarines y largas jornadas de ensayos, siempre al costado del escenario. Para pasar el tiempo dibujaba todo lo que podía, para él era “una especie de introspección forzada que se volvió costumbre”. Fue un niño con mucho contacto con las artes escénicas, aunque siempre quiso tomar un camino diferente al de su familia.
El temprano interés por las imágenes en movimiento tiene su origen en Living Teatro, una suerte de escenario teatral que sus padres habían improvisado en el living de su casa. El niño era testigo de escenas delirantes: sus padres gritaban, se movían y contorsionaban como si estuvieran hechos de plastilina. Fueron grandes estímulos que quedaron impresos en la memoria del artista y que luego tendrían su lugar en las animaciones. “Con el tiempo me metí en la animación y me di cuenta que mis personajes actúan, se mueven raro, pegan gritos y hacen cosas de gente de teatro, así que algo de eso que vivencié de chico definitivamente sigue ahí”, cuenta el artista en conversación con Indie Hoy.
A lo largo de su carrera, Zaballa desarrolló cortos de animación, comerciales, videos musicales y otros proyectos colaborativos. Tuvo el lujo de diseñar y animar el video de “El arte de recuperarte” para Miranda!; también trabajó con Juana Molina para el video de “Paraguaya punk”. En ambos trabajos se puede ver un frenesí de imágenes que juegan con las texturas del sonido.
La música es otra influencia importante a la hora de pensar su trabajo: la rabia del hardcore y el punk siempre fueron motivos de inspiración. El artista se siente cercano a Boom Boom Kid y, junto al artista Seba Acampante, diseñó el video de “Maldición! ¿Dónde está todo el mundo?”. En los trabajos de Zaballa predomina el espíritu “hazlo tú mismo”, propio de las bandas punk, y que propone crear con lo que uno tenga a disposición más allá de la educación formal o las reglas impuestas por el sistema.
“En mi trabajo juegan un papel importante la música -reflexiona Zaballa-. La sincronicidad entre el sonido y lo que pasa en la pantalla genera esa ilusión de que el personaje está hablando o cantando, y hay algo ahí que me interesa”. En sus animaciones se puede observar un trabajo donde todo es improvisación y repetición. Para esto, el artista toma como referencias a músicos como Michael Rother, o las bandas alemanas Cluster y Kulku. Elian Chali, Chu y el colectivo Doma son otras referencias provenientes de las artes visuales que fundamentan su trabajo.
Zaballa se formó durante tres años en la Facultad de arquitectura, diseño y urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, pero luego abandonó y se dedicó a viajar y aprender. Sus saberes no se relacionan tanto con una educación formal, sino más bien con la curiosidad: el artista fue haciendo las preguntas necesarias, a modo de una investigación intuitiva. Su trabajo tiene mucho que ver con un “gesto libre que propone el momento”. Busca improvisar con la animación como si se tratara de música, en búsqueda de un impulso que active la mano para dibujar, antes que el pensamiento y la conceptualización.
A pesar de trabajar con el software After Effects y el Adobe Animate, disfruta mucho de trabajar con materiales como los crayones, acrílicos, o la tiza pastel. Siempre que trabaja pone música y se sienta durante largas horas en su silla. Para despejarse compone melodías, lo cual le permite darle un descanso al trabajo con la computadora. Desde hace cinco años, Dante Zaballa tiene un proyecto personal: la creación de un diario íntimo animado. No se lo muestra a nadie y es un misterio lo que contienen esas páginas digitales, pero uno se lo podría imaginar: una jungla de colores saturados, la bitácora de algún recital, el retrato de un amigo. Pueden ser tantas cosas, pero mejor no saberlo. Ese pequeño infierno está reservado solo para él.