“El fútbol es popular porque la estupidez es popular”, decía el escritor Jorge Luis Borges en 1978 frente a César Luis Menotti, DT de la selección argentina. Algo de esa frase snob continúa operando acerca del deporte, como si se tratara de una actividad banal y sin aportes al pensamiento. Las pinturas de Martín Kazanietz, mejor conocido como El Gordo Pelota, desarman todos los prejuicios que contienen la sentencia del famoso escritor. En sus obras se puede ver otra dimensión del deporte: lejos del glamour que despliegan los jugadores consagrados, el artista invoca a los que juegan en el barrio, sin pretensiones de fama o dinero. Sus imágenes hablan de una práctica popular. Lo popular genera tradición y la tradición siempre fue y será otra forma de conocimiento.
Kazanietz nació en 1985 en General Pico, provincia de La Pampa. Es hijo de artistas, pero su historia no es la del típico niño que dibujaba todo el tiempo. Es más bien la fábula de un pibe obsesionado con los videos musicales dirigidos por Spike Jonze y Michel Gondry, y que se mordía la lengua cada vez que aparecía un video de las Spice Girls en la tele. Fue educado musicalmente bajo la tutela del mítico canal MuchMusic y los recitales del barrio. Aprendió a grafitear con amigos y se formó, más o menos, de manera intuitiva. Después estudió Diseño Gráfico de la Universidad de Buenos Aires.
“Hijo de la ansiedad”, así se define Kazanietz. Lo dice en relación a los materiales que utiliza para realizar sus obras: acrílico, hidroesmalte y látex. Elementos que secan muy rápido y le permiten trabajar con fluidez. Le cuesta esperar. Aun así, sus pinturas proyectan una atmósfera de paciencia y detenimiento, desde los colores apagados hasta las escenas atemporales que parecieran estar hechas con la calma de un monje budista. Sus personajes gigantes se podrían comparar con los del pintor colombiano Fernando Botero, donde la voluminosidad genera personajes sensuales y también chistosos. En Kazanietz las curvas, las manos grandes y las cabezas diminutas son sinónimos de gente con calle y experiencia de vida.
Al artista no le preocupan los estilos. Le aburre abordar la pintura desde una búsqueda formal y prefiere concentrarse en lo que tiene para decir. Si hay cambios estilísticos es por la especificidad del trabajo y la necesidad de salir de una zona de confort que pudiera atentar contra la frescura de sus obras. “Empecé a hacer mis primeras pinturas jugando a ser el Florencio Molina Campos del fútbol amateur -cuenta en conversación con Indie Hoy-. Con el tiempo, eso se fue deformando un poco. No estoy seguro de estar contando algo en términos descriptivos, aunque parezca que sí. Creo que eso es lo bueno de la pintura, que aparece como fragmentos y no necesariamente tiene que haber una narrativa”.
Uno podría sospechar de las palabras de Kazanietz: sus pinturas parecen escenas sacadas de fotografías urbanas o el storyboard de un videoclip para un cantante de R&B o hip hop. En sus obras vemos jugadores de fútbol, la cancha, vestuarios y paisajes que remiten al deporte, pero también a todo lo que sucede alrededor de un partido y que usualmente no se ve. El deporte se retrata lejos de las grandes ligas y más cerca de las canchas de tierra, de los botines llenos de barro y las clases populares. Cada pintura parece el fragmento de una historieta a la que hay que completar como un rompecabezas lleno de humor y también nostalgia. A lo largo de su carrera, tanto en murales como en pinturas, Kazanietz demuestra que las mal denominadas “pasiones bajas” son un germen necesario para la práctica artística.
Lea Digiovanni, dueño de Local Support y fanático de la obra de Kazanietz comenta: “Una de las cosas que más me gusta de El Gordo Pelota es cómo retrata todo el chiste del fútbol con elementos diversos del folklore deportivo: guantes de diferentes marcas, la botella de cerveza Quilmes que venden en las canchitas de barrio, los trofeos, jugadores con los ligamentos cruzados rotos. Me atrapa cómo le da visibilidad a nuestro fútbol más amateur”. El humor del artista tiene una relación importante con la nostalgia, con ese lugar de añoranza que generan las tradiciones. Su universo está formado por una tribu de anónimos que piensa al fútbol como una artesanía para compartir, entre peleas y anécdotas de partidos.
Martín Kazanietz quiere demostrar que el fútbol es una experiencia que va más allá de la industria. Le interesa otra faceta del deporte, una en donde no hay jerarquías ni relaciones económicas y de poder. Son pinturas para verlas un tiempo largo, como quien desea dejar de ser productivo, olvidarse de las ambiciones y perderse por un rato.