Ruido blanco. Los ecos de un sótano abandonado. Una radio de onda corta con interferencia. Vinilos manipulados hasta sonar irreconocibles. Sonido que se vuelve textura, vibración, frecuencia. Un interés por convertir lo que se escucha en algo que también se puede ver -y sentir- recorre la carrera del artista argentino-español Jorge Haro. Con cuatro décadas de experiencia en el arte sonoro y dos en el audiovisual, sus obras buscan ampliar la experiencia de escucha: algunas más cerca de la contemplación, otras parecieran querer desorientar, atravesarnos con el ruido, crear una interferencia en el foco de nuestra percepción.
Haro nació en 1963 en San Fernando, Provincia de Buenos Aires, hace 59 años, cuando ninguna de las nociones actuales acerca del arte sonoro -y mucho menos del cruce entre arte y tecnología digital- circulaban en el aire.
“Mis estudios musicales fueron un fracaso -cuenta en conversación con Indie Hoy-. Mi fantasía era estudiar composiciones y dirigir orquestas, una especie de Igor Stravinsky o Pierre Boulez, tenía mucha pretensión. Así que estudié piano clásico, pero era muy tortuoso para mí. Hasta que me empecé a interesar más en el sonido. Entendía que en un sonido se podía escuchar música, que se podía desarrollar una idea musical a partir de un sonido. Así me metí en el mundo de los sintetizadores, la manipulación de discos de vinilo, las técnicas de estudio”.
A los 17 años accedió a su primer sintetizador -“un Moog monofónico con un sonido impresionante”- y en los 80 formó una banda de synth pop llamada Los Móviles junto al guitarrista Alejandro Fiori y el tecladista Sergio Mejías. No existen registros de ese primer proyecto, que se disolvió cuando el pionero de la música electrónica nacional Daniel Melero los invitó a formar parte de su banda Los Encargados. El trío firmaría la autoría de tres canciones de Silencio, el primer y único disco de la banda, pero Haro dejaría la banda antes de su grabación para continuar sus estudios y experimentos con el sonido.
En los 80, la música electroacústica todavía no era algo que se enseñara en una universidad, y para estudiarla había que localizar a alguno de los pocos compositores con un estudio particular que contara con sintetizadores o grabadores de cinta. Haro estudió con el compositor Jorge Rapp y su sintetizador ARP 2600. “Era un sintetizador muy serio -recuerda-, muy bueno para hacer síntesis, con muchas posibilidades. Fue como descubrir un mundo. A partir de ahí empecé ya a estudiar en forma individual”.
Con la llegada de los 90, Haro cruzó caminos con el under electrónico de Buenos Aires y colaboraría con artistas como Fantasías Animadas, alias de Diego Vainer, y 1605Munro, alias de Andrés Jankowski, una de las mitades del dúo Santos Luminosos. En 1999 publicó un disco acertadamente titulado Fin De Siecle, que contenía remixes a cargo de ambos músicos, además de canciones compuestas para distintos conciertos en el Instituto Goethe, en el Centro Cultural de Cooperación Iberoamericana y el boliche Oval.
El único track del disco que se puede encontrar en la virtualidad, “Sputnik”, deja escuchar un talento intuitivo para samplear, y una admiración por los beats esqueléticos y los sintetizadores imponentes de Kraftwerk.
Las colaboraciones más significativas de su carrera serían con artistas visuales, como Diego Lascano, Carlos Trilnick, Gustavo Romano y el cineasta experimental Claudio Caldini. Estas experiencias llevarían a Haro a pensar en la imagen como un nuevo universo de posibilidades para explorar. A partir de los 2000, empezaría a experimentar con posibles formas de sonificar una imagen y visualizar sonido. Incluso crearía junto al artista uruguayo Brian Mackern un “sound toy”, un software de interfaz sonorovisual que permitía disparar sonidos e imágenes con el teclado de una computadora, como se lo ve tocando en una presentación en el programa de televisión Tribulaciones en 2002.
Acercarse al arte audiovisual también significó para Haro acercarse a las galerías y los museos, como el sitio web para obras de net art llamado Fin del Mundo que creó junto a Carlos Trlinick, Gustavo Romano y la escritora Belén Gache. En el Museo de Arte Moderno, en 1998 creó el ciclo de música electrónica y experimental “2×1”, que continuó a lo largo de los 2000 como “Conciertos en el limbo” y desde 2013 hasta hoy como “Escuchar (sonidos visuales)” con la cocuraduría de Leandro Frías.
“Hubo un clic -recuerda-, cuando dejé de trabajar con hardware, samplers y sintetizadores, y empecé a dedicarme a las grabaciones de campo. Fue como dimensionar el sonido de un lugar totalmente diferente. Porque la grabación de campo no es solo grabar, es fundamentalmente escuchar, y a veces ni siquiera grabar: solo escuchar”.
Con los años, un estilo de vida minimalista -influenciado por el zen y el taoísmo- lo llevaría a deshacerse de sus sintetizadores y samplers, para quedarse solo con sus grabadoras y micrófonos. “Tener pocas cosas, solo las necesarias, es algo vital para mí -cuenta Haro-. Me gustan artistas minimalistas como Donald Judd, Steve Reich, Terry Riley. Ese trabajo de llevar algo a la mínima expresión, de quedarse con lo esencial. El minimalismo para mí no es solamente estético. Estamos en un momento para recuperar lo esencial y sacar todo ese ruido que está alrededor de las cosas”.
Comenzaría a llevar una pequeña grabadora en sus viajes para registrar el ruido que nos rodea y el sonido en espacios de resonancias misteriosas. En 2012, grabó los sótanos abandonados del antiguo edificio del Museo Reina Sofía en Madrid, “un lugar que era un hospital psiquiátrico -afirma Haro con una sonrisa-, lo cual es muy pertinente que ahora haya un centro de arte contemporáneo”.
En 2008, la obra sonora “Under Buenos Aires” lo llevó a grabar los antiguos túneles que corren por debajo de la ciudad, a los que accedió a través del ex conventillo Zanjón de Granados y La Manzana de las Luces. “Se escuchan fantasmas -asegura-. No espectros, sino muchos sonidos fantasmas que son inubicables. Hay resonancias rarísimas, vibraciones que en un momento entran en el rango audible”.
Algunos de los proyectos que Haro produjo durante los últimos cinco años están siendo exhibidos en “Fono – grafías”, la muestra que se encuentra hasta el 17 de octubre en la galería Pabellón 4 (Velasco 556, CABA). Las piezas elegidas parecen buscar desarmar la idea de un sonido y experimentar con distintos soportes: una bandeja de vinilos que produce señales de video, un rayo de luz violeta que recorre una forma de onda de audio, un zumbido que crece y crece hasta tapar todos los otros sonidos de la sala.
“Un proyecto para mí puede tener distintos formatos -describe Haro-. Puede ser un álbum de música, una pieza audiovisual, una instalación, parte de una exhibición. La idea puede ser algo para escuchar, algo para audiovisionar, o puede ser un objeto”.
Prueba de esa inquietud por presentar sus proyectos en distintos formatos y espacios, Haro también participará esta semana en la nueva edición del festival Mutek en Buenos Aires, el sábado a la madrugada en el escenario del club Deseo (Av. Chorroarín 1040, CABA). En la edición anterior, había colaborado con el escenógrafo Felix Sainz para crear una instalación de lásers que atravesaban el inmenso boliche de Palacio Alsina, en sincronía con graves que parecían hacer temblar el edificio. La obra se repetía en cada intervalo entre actos, produciendo un estado tan hipnótico como contemplativo.
“Creo que hoy por hoy, es muy difícil lograr una atención de calidad -reflexiona Haro-. Está todo muy disperso, es una especie de catarata interminable de estímulos. Lo que intenté es que fuera todo lo contrario. Que fuera una situación en la que te podías quedar un rato, tener una experiencia más espiritual y menos de impacto con la obra”.
Es que festivales como Mutek son una rara oportunidad para Haro de poder experimentar con volúmenes importantes, que exceden el sistema de sonido de una galería de arte o pequeño concierto. “El maximalismo del sistema de sonido de un festival hace que se transforme en una experiencia física, porque ya es un estímulo a nivel corporal -cuenta-. Eso es muy interesante. Y también hay comunión. Para mí, lo más importante de la situación del concierto es la experiencia en comunión. Tiene que ver con la historia de la humanidad, de reunirse para algo”.
Esta vez, prepara un show A/V llamado Comp, que podría describirse como un compilado de sus últimos 20 años, una suerte de greatest hits que a la vez sigue creciendo y transformándose con cada nueva presentación. “Va a ser un show bastante áspero -promete-, algo en estado puro. Poca cosa, lo esencial”.