En una fotografía se ve a una chica dibujar lineas geométricas sobre un papel negro. Su cara de perfil parece absorbida por el pozo ciego que es su dibujo. Tiene una mirada triste y su pelo negro brilla como un fantasma. Sorprende su grado de concentración, como si estuviera en estado de trance. La chica de la foto es Macarena Fatne, diseñadora gráfica y DJ, una artista que pinta y dibuja paisajes extraños donde los animales se retuercen al vaivén de una noche peligrosa.
Sus obras podrían catalogarse como geométricas o abstractas, pero hay algo más: son imágenes inspiradas en el mundo onírico, donde la oscuridad hace cortocircuito con la luz y el color. Cuando uno las ve aparece cierta sensación musical, como si el cuadro fuera la piel de una canción. Las pinceladas podrían compararse con notas y la combinación de colores se transforma en una melodía suave. “Mis composiciones empiezan con líneas abstractas o geométricas -dice Fatne en conversación con Indie Hoy-. Después se va armando un mundo onírico con animales extraños y con tintes ancestrales. Cada animal tiene desordenadas las partes de su cuerpo o se transforman en otra cosa”.
Fatne es de San Antonio de Padua, una ciudad ubicada en zona oeste. Se sabe que en el oeste el tiempo pasa lento y las tardes son eternas. Los jóvenes matan el día en las calles, explorando las mismas esquinas una y otra vez. La artista hizo lo mismo, pero en Buenos Aires. Durante un tiempo buscó inspiración al aire libre. Agarraba su cámara y sacaba fotos a objetos que aparecían tirados en la vía pública: papeles, basura, muebles. La idea era buscar cosas de la vida cotidiana que tuvieran rasgos geométricos e incluirlos en sus trabajos. Luego, en el taller de la artista Ana Clara Soler, aprendió a realizar obras a partir de sus fotografías.
La escritora Clarice Lispector decía que en la literatura, la música y en la pintura, lo abstracto era la manera de representar una realidad más delicada y menos visible al ojo desnudo, una suerte de contraseña para ingresar a otro mundo posible más allá de las apariencias. Para Fatne, la abstracción es la entrada a un territorio nocturno, donde los animales salen a mirar la luna o descansar debajo de un árbol moribundo. Todo está delicadamente desordenado, las líneas se extienden como si fueran hilos que raspan el papel.
En la artista, el acto creativo genera una suerte de catarsis: “Siento que hay un lugar donde dibujar, pintar y bailar se vuelven la misma cosa: espacios para transformar y liberar energía”. Son acciones que le permiten escapar del mundo cotidiano y concentrarse en una sola cosa: crear. Uno podría imaginarse a Fatne dedicando largas horas al dibujo, hipnotizada por las formas que libera su mano.
A finales de 2021, Fatne creó la fiesta Discos completos. “Me gustaba imaginar una fiesta a la que vas y ya sabés qué es lo que vas a escuchar -cuenta-. Creo que genera una experiencia sin demandas y con mucha entrega”. En sus primeras ediciones sonaron discos de Talking Heads, LCD Soundsystem, Primal Scream, entre otros. Una fiesta sin DJ y con canciones conocidas es una noche sin sorpresas, algo que parece una obra de arte performativo, un experimento nocturno o “un ritual donde estás con tus amigos bailando y cantando de principio a fin”, afirma la artista.
Para Fatne, la fiesta es un espacio de transformación, un lugar para modificar protocolos y códigos nocturnos. Tanto la fiesta como las obras de arte buscan generar diversos estados en el cuerpo, suspender la palabra y alterar la percepción. La misión es siempre la misma: ofrecer al público un lugar para entregarse a placeres desconocidos. Lo nocturno se puede asociar a lo impredecible, un factor determinante para la creación artística. Por eso, las fiestas son otra materia prima para hacer arte, como la tiza pastel, el grafito o el acrílico que utiliza para sus pinturas y dibujos.
En otra fotografía, Macarena Fatne mira de frente a la cámara. Su cara es seria y sus rasgos mantienen la fortaleza de quien debe estar atento ante cualquier catástrofe. Está rodeada por sus obras y un montón de libros apilados en el piso. Tiene una remera negra de Saâda Bonaire, banda alemana de los años ochenta. La sensación es que al finalizar la sesión de fotos, la artista abrirá la computadora y cambiará el mood del ambiente con un fino set de música electrónica. El fotógrafo será el único que baile. Fatne se va a perder en el pozo ciego que es la música, concentrada en algo que no se puede describir: eso que solo viven los que conocen a fondo la noche.