Un hombre clava su mirada en un punto fijo: busca una curva, una diagonal, una pista para modificar esa geografía doméstica que tanto le apasiona. En su cabeza imagina en tres dimensiones para luego esgrimir una geometría sensual sobre la tela. Ya sea con pinturas o instalaciones, Martín Enricci se dedica a embellecer la superficie de las cosas, a elevar la temperatura ambiente de los espacios y a acomodar pedazos de vida entre paredes, camas y floreros. En vísperas de la inauguración de su mega proyecto para Casa Foa, conocemos a un artista que tiene mucho de artesano, albañil y monje del ornamento.
Enricci nació el 28 de junio de 1984 en Las Perdices, una localidad al sur de la provincia de Córdoba. Estudió Arquitectura en la Universidad Nacional de Córdoba y actualmente vive en Villa María, donde tiene su taller de arte. Su infancia fue un eterno zoom a la naturaleza, la tranquilidad del campo y a esas ideas que solo surgen cuando uno está acostado mirando el cielo. Desde muy chico fue consciente de su facilidad para las manualidades y con tan solo 18 años ya estaba vendiendo sus primeras obras de arte abstracto. Se podría decir que era alguien que tenía un deseo bien calibrado de ser artista.
Su trabajo como arquitecto le drenaba gran parte de su energía. Abrumado por un accidente, decidió dejar todo y concentrarse en su obra. Aun así, se puede pensar a la arquitectura como un primer lenguaje que le permitió entender su misión como artista. Los principios de funcionalidad y estética afianzaron su estilo como creador de instalaciones, las cuales suelen demandar grandes desafíos creativos y de gestión.


Las obras de Enricci se presentan al mundo como mecanismos de seducción. Pueden ser ambientes domésticos que respiran una vibra oriental o pinturas de diversos tamaños y formas, donde las figuras geométricas aparecen con un grado de sofisticación digno de un pañuelo de la marca Hermès. En cada pieza aparece una belleza que atrapa y no permite escape posible pero que, lejos del desborde que a veces genera el ornamento, siempre buscan transmitir calma y paz.
“Cuando entro en un espacio lo primero que imagino es el color y sus texturas -afirma el artista en conversación con Indie Hoy-. Las cosas me las imagino en tres dimensiones, aparecen volumétricamente. Por ejemplo, tengo una serie nueva donde los cuadros tienen diferentes tipos de formas: curvas o salientes de las telas y el marco. La idea es poder ofrecer otras alternativas que no sean únicamente estéticas, sino que funcionen brindando nuevos volúmenes a los espacios”.
La cultura japonesa es una referencia importante en las pinturas del artista cordobés. Esta aparece en grandes manchas negras que se extienden por toda la tela como si fueran un mar rabioso, creado con pinceladas que parecen referenciar al mítico pintor argentino de ascendencia japonesa Kazuya Sakai. Las imágenes fluyen como si se tratara de un gran juego de equilibrios y precisiones, donde todo está fríamente calculado pero admite cierto grado de improvisación. También se puede observar la influencia oriental a partir de sus ambientaciones e instalaciones: estructuras bajas que remiten a tatamis, una atmósfera minimalista y materiales de la naturaleza meticulosamente ordenados en el espacio.


“De chico hice muchas cosas relacionadas con la artesanía -recuerda-. Me siento un artesano. Viví 10 años en el campo donde siempre se trataba de usar las manos para divertirnos, hacíamos nuestros propios juguetes, inventamos nuestras propias casas o chozas. Usar mis manos era sinónimo de creación e invención. Hasta me hacía mi propio papel para dibujar. Siempre me sentí muy interpelado por todo el trabajo artesanal y sus técnicas”. Para sus obras, Enricci se nutre de los saberes de la carpintería, la alfarería, la vitrofusión, inclusive las telas para sus pinturas son hechas bajo procedimientos naturales, así como las tintas de colores que utiliza.
Existe algo llamado “las bellas artes”: un sistema que organizó la práctica artística en disciplinas específicas desde el Renacimiento hasta hoy. Este modelo filosófico definió el arte según ciertos criterios -como la creatividad individual, la búsqueda de la belleza y la ausencia de una función utilitaria- y, una vez establecido, se encargó de separar lo que se consideraba “buen arte” de lo que no lo era. Peor aún, excluyó objetos creados por artesanos de comunidades originarias y cualquier producción que no encajara en el dogma occidental. Enricci cuestiona esa estructura, y con sus piezas busca reunir saberes que fueron injustamente apartados y relegados al estatus de artes menores.
No se trata solo de una inquietud estética: Enricci quiere recuperar conocimientos que se han heredado de generación a generación y que contribuyen a expandir los límites del arte. Cuestiona, por ejemplo, la idea de que una obra deba ser un objeto único e irrepetible, consagrado bajo los criterios conservadores de las academias. Su propuesta va en sentido contrario: concebir el hecho artístico como una experiencia colectiva (trabaja junto a un equipo estable), capaz de dinamizar los espacios, evocar la potencia creativa de la naturaleza y, al mismo tiempo, filtrarse en lo cotidiano con gestos simples y directos.


En 2024, Enricci ganó el premio principal de Casa Foa, una mega exposición que se realiza todos los años en Argentina con el objetivo de difundir las nuevas tendencias de diseño y arquitectura. Ahora vuelve a participar en la tercera edición que tiene como lema “Patrimonio y evolución” y que se celebrará durante todo el mes de abril en Córdoba, en el mítico edificio de la ex Academia Argüello.
“Es el segundo año donde me toca intervenir el auditorio, un lugar donde se congregan alrededor de 200 personas -cuenta-. Antes funcionaba la biblioteca del colegio y poco a poco fue perdiendo su función como tal. La idea es retomar la esencia de una biblioteca artística con la estética de un panal de abejas. Tendremos 750 anaqueles que funcionarán como las celdas de un panal y en cada uno de ellos habrá una escultura de cerámica que representan los huevos de una abeja. Justamente las abejas son las grandes custodias de su patrimonio”.
La premisa de la instalación es la ausencia de componentes industrializados, para así reutilizar aquellos materiales abandonados en el edificio y rescatar otros de la ciudad. Con esto se pretende una reflexión sobre la necesidad de hacer obras de arte con elementos inofensivos para el medio ambiente y que permitan conocer un poco más sobre la historia material de un territorio.
Un artesano, un artista, un constructor, un ambientador, un arquitecto, un gestor cultural, un ambientalista, un monje, un idealista, un flâneur. Todo esto es Martín Enricci, una criatura que busca alterar la percepción del espectador mediante una obra de arte intensa y a su vez sosegada. Todo su trabajo se puede leer como una gran invitación, un cortejo suave que comienza con la mirada, luego con el cuerpo y por último con la mente.