Una clásica travesura de la infancia es pintar o rayar las paredes de la casa. Los niños dibujan en la cocina, en el living o en sus cuartos mientras los padres se enojan y piensan cómo borrar el desastre. Las infancias apenas entienden los límites y se dejan llevar, nada los detiene. Esta energía salvaje y liberadora se debilita una vez que crecen. Martín Ron continúa la travesura de los niños y sus enormes murales modifican los paisajes de las ciudades y alteran el recorrido cotidiano de las personas, como si el arte te estuviera esperando en una esquina del barrio.
Martín Ron nació el 13 de marzo de 1981 en Caseros, provincia de Buenos Aires, y desde pequeño se interesó por el dibujo y la pintura. Como todo artista argentino nacido alrededor de los 80, se fascinó con la colección Los genios de la pintura, una serie de libros que incluían vida y obra de los grandes pintores a lo largo de la historia. Al observar las obras, se le abrió un mundo diferente y solo había un camino posible: ser artista.
Durante 6 años estudió en diversos talleres y a la pintura la dominó fácil pero faltaba algo. El formato cuadro era muy pequeño y sus obras necesitaban expandirse, respirar y gritar. Durante la secundaria participó de unas jornadas solidarias en su barrio y pintó unos murales junto a sus amigos. El mural le permitió pensar la obra en otra escala, intervenir el espacio público y generar sensaciones en las personas.
Dicen que los artistas tienen que conocer su misión y realizarla. Ron comprendió que la suya era alterar el paisaje de los edificios y proponer otra relación con el entorno. A lo largo de su extensa carrera diseñó murales para diferentes barrios de Buenos Aires, otras provincias de Argentina y países como Inglaterra, España, Estados Unidos, Australia, Turquía, Catar, Rusia, Bélgica, entre otros. La revista Art Democracy lo seleccionó como uno de los diez mejores muralistas del mundo. Ron dice: “El ranking no significa nada para mí, menos en arte que es algo muy subjetivo. Solo hago lo que me gusta: pintar y provocar emociones en la gente“.
Provocar emociones en la gente no es fácil, a veces una persona puede pasar frente a una obra de arte en un museo y seguir de largo. En el caso de Ron es diferente: sus murales observan a las personas, las recorren y se genera una relación donde no se sabe bien quién es el espectador. Cada mural se compone de imágenes tan realistas que parecen salidas de un televisor HD.
El artista utiliza fotografías que luego copia en la pared, entonces el aburrido gris de los edificios se llena de colores, figuras humanas y escenarios tan precisos que recuerdan a la serie de animación Arcane. “Me baso en el fotorealismo. Utilizo fotografías para generar composiciones con una fuerza visual que llame la atención. Me interesa mucho llegar a las personas que no están vinculadas con el arte. Por ahí, al ver mis murales, se despierta un nuevo interés”, explica el artista.
En Buenos Aires, Ron pintó a diversos iconos de la cultura popular argentina como Carlos Tévez, Diego Armando Maradona, Mercedes Sosa, Tita Merello, Luis Alberto Spinetta, entre otros. Las intervenciones se llevaron a cabo en las estaciones de subte y la velocidad del tren en sintonía con el ojo humano habilitaron nuevas percepciones de la obra: las imágenes parecían brillar y tener la capacidad de moverse.
Le interesan los murales porque son obras que no están encerradas en museos o galerías. Se encuentran a la vista de todos y representan un desafío mayor a la hora de encararlas: hay que seleccionar una pared, gestionar los permisos con vecinos o autoridades, subirse a la grúa y enfrentarse a las alturas. Como si se tratara de escalar una montaña, el cuerpo tiene que estar atento y comprometido con lo que sucede.
Una vez terminado el mural, Ron sabe que la obra tiene una fecha de vencimiento: el sol, la lluvia y cualquier elemento externo que se cruce con la pared afectará a la imagen. Se podría pensar entonces que los murales funcionan como grandes ofrendas a la ciudad, fotogramas incrustados en la pared que se modifican con el tiempo. Al artista no le molesta esto, siempre se puede renovar la pintura o ver cómo el entorno también puede modificar la obra.
En los murales de Ron hay una atmósfera surrealista, sus personajes parecen habitar un sueño donde se revela una gran verdad. En muchas imágenes aparecen niños con miradas reflexivas y punzantes o personas que parecieran buscar refugio. Hay intereses por las personas comunes, aquellos que no quieren destacarse en la multitud. El ojo del artista distingue la singularidad entre la multitud y reivindica a los anónimos del mundo, especie en extinción en tiempos de redes sociales.
Martín Ron intenta encontrar nuevas maneras de intervenir la ciudad y sus paisajes. Las obras recuerdan por qué uno se enamora de Buenos Aires y no puede dejar de mirar sus edificios, intentando encontrar viejos secretos en sus paredes. Sus murales parecen hologramas 3D, esos que se veían en las metrópolis de Blade Runner. Llegará el futuro y tal vez sus imágenes tengan la capacidad de emitir sonido, de hablar y de preguntar sobre su creador o confundir a los humanos con obras de arte.