Un día, Maxi Magnano decidió vaciar el mundo. Borró animales, personas, ruidos y conversaciones. Solo tuvo piedad con las plantas y los escenarios de la vida cotidiana. A través de sus fotografías, descubrió que podía darle una forma al silencio y esparcirlo por todas partes. Sus imágenes son pequeños instantes, donde el pasado y la nostalgia se mezclan para generar una emoción innombrable.
Entre 2013 y 2014, Magnano trabajó en un local de ropa sobre la avenida Libertador. En las calles no había nadie, el local estaba casi siempre vacío y todo era demasiado aburrido. Mientras las horas iban y venían, el artista pensaba cuál sería el medio adecuado para entablar una búsqueda estética. Al lado de su trabajo había un negocio donde vendían cámaras fotográficas. Una tarde se compró una cámara digital usada y todo comenzó a ser un poco más divertido. Se anotó en la carrera de fotografía de la escuela Andy Goldstein, pero a los tres meses la abandonó. Otra vez el aburrimiento: Magnano no se sentía cómodo con los ejercicios de la escuela, lo mandaban a retratar personas y esto no le gustaba para nada. Desde el primer día supo que sus fotos y las personas iban por dos carriles diferentes. Así decidió formarse de manera autodidacta y afiló su ojo investigando a fotógrafos como Koji Onaka, Thomas Ruff, Saul Lettier, entre otros.
El artista toma fotos de lugares y objetos, que a simple vista, pareciera que no tienen nada para ofrecer. Pueden ser flores rosadas que caen sobre un camión, edificios vistos desde el interior de un tren o sillas apiladas contra una ventana. Son escenas con una temperatura fría, una cruza rara entre una canción de Joy Division y un poema del escritor argentino Fabián Casas, donde todo lo que parece simple y mundano se vuelve importante y necesario. No hay personas, pero sí el rastro minúsculo de alguien que merodea por ahí. Los escenarios que selecciona parecen ruinas del pasado, huellas de una humanidad ausente.
A la hora de trabajar, Magnano prefiere recorrer la ciudad antes que hacer sesiones fotográficas en un estudio. Le gusta improvisar, ir sin grandes expectativas y dejarse cautivar por algún escenario y su luz. “Trato de estar atento y mirar todo lo que podría formar parte de mis fotos. También anoto varias cosas sobre un lugar que me parece interesante. Anoto la dirección, por qué me interesó y algunas indicaciones por si tengo que volver más tarde“, dice en conversación con Indie Hoy. También le gusta tomarse un tren y bajarse en una estación desconocida, observar el paisaje como un extraño y luego sacar fotos con su cámara Olympus OM10.
Las fotos que arma son tan particulares que por momentos se podían confundir con pinturas: un objeto plástico con lógicas diferentes. La técnica y el artefacto quedan a merced de una sensibilidad por la quietud y la espontaneidad. Para el artista, la fotografía es más que un despliegue de técnicas. Se trata de vaciar de sentido a todo lo que capta su atención y aprender a mirar de nuevo lo conocido. Ya lo decía el pintor Henri Matisse: “Nada es más difícil para un verdadero pintor que pintar una rosa, porque para pintarlas primero hay que olvidar todas las rosas pintadas”.
En Magnano, la fotografía gana por sus niveles compositivos y atmosféricos: “Para mí lo más importante en mis fotos no es tanto lo que se ve, sino lo que se siente. Me interesa construir una atmósfera”. El artista necesita generar espacios neutros que permitan a las personas mirar las fotos con atención, sin distraerse con personajes o situaciones específicas. Sobre esto afirma: “Necesito que la foto sea un tanto impersonal, para que otras personas puedan verse adentro. Tal vez si tenés un retrato ese espacio simbólico no está, la persona del retrato capitaliza mucho a la imagen”, afirma. Los objetos podrían pensarse como personajes, pero en esa atmósfera tan espesa no son otra cosa más que fantasmas.
La búsqueda por la sensación de nostalgia y extrañeza tienen un origen particular: mientras el artista comenzaba a tomar fotos, su padre padecía la etapa final de la esclerosis lateral amiotrófica. Cuando falleció, el artista quiso trasladar las sensaciones de esa experiencia a sus fotografías. Entre el dolor y el alivio que generó cerrar una etapa, Magnano comprendió que la belleza también aparece en las heridas más íntimas. A veces el arte puede ser útil para “conjurar y exorcizar las heridas fundamentales”, como decía la poeta Alejandra Pizarnik.
Para los fotógrafos, uno de los tesoros más grandes es la luz dorada que aparece al final de la tarde. Dura muy poco y hay que ser muy rápido para poder atraparla. Se le dice “afterglow” y se puede traducir como resplandor, el último antes de que se levante la noche. La palabra sirve de título para el libro de fotografías de Maxi Magnano, editado por Paripe Books en el 2021. Inspirado en un poema de Jorge Luis Borges, el artista quiso buscar el término exacto para definir el estadio donde algo termina y da lugar a lo nuevo. Cuando uno mira el libro, encuentra fotos donde lo conocido cambia de piel. Parecen recuerdos de un lugar familiar, pero muy lejano. Tan lejano que no alcanza con correr para alcanzarlo. Basta con mirarlo y dejarlo escapar.