Leandro estaba contento. Era otra noche donde se juntaba a ver películas de terror con sus amigos de Parque Avellaneda. El cielo estaba despejado y las estrellas iluminaban las calles, pero los niños hubieran preferido una tormenta eléctrica, para estar a tono con It, la película del payaso maldito. Todos estaban descalzos, creían que el miedo entraba mejor por los pies. Cuando arrancó la película, Leandro fue feliz: cada escena era una cucharada de terror y placer que devoraba con locura. Tenía 8 años y amaba asustarse. Era un chico intenso, una pelotita de fuego que rebotaba por el barrio cultivando simpatía entre sus conocidos. En esa época era Leandro, años después se llamaría Molokid.
Leandro nació un 18 de noviembre de 1982. Vivió su infancia en una casa que conectaba al almacén de su familia, atendido por sus abuelos. Estaba enamorado del agua y las clases de natación eran uno de sus momentos favoritos, aunque había algo que le interesaba aún más: dibujar. Se pasaba las tardes copiando a personajes del Inspector Gadget, Los Pitufos y Los Halcones Galácticos.
Además de clases de dibujo, tomó cursos de cerámica, donde entrenó el arte de la prolijidad y aprendió a ser paciente. Poco a poco sus manos comenzaban a familiarizarse con la composición de una imagen. El secundario en una escuela comercial pausó la actividad creativa por un buen rato, hasta que llegó el último año y decidió ingresar en la universidad.
En 2001 hizo el CBC para la carrera de Diseño Gráfico en la FADU. Le costó horrores matemática y tuvo que recursar, pero también conoció a sus mejores amigas y se armó de un arsenal de aliadas que lo acompañaron durante todo el trayecto académico. Finalmente entró a la carrera en 2003 y quedó fascinado con la materia morfología. El estudio de las formas le abrió camino a la técnica del collage. Recortaba todo y lo pegaba a mano: desde revistas de moda hasta madera, pintura y cartón.
Eran composiciones prolijas, donde se priorizaba el equilibrio y la síntesis. Había algo de trabajar con lo que tenía a mano que exponía los primeros pasos de un método, de una mirada en construcción. “En esa época, mientras escuchaba música en mi casa, intervenía teclados viejos, maniquíes. Me gustaba experimentar con diferentes soportes, no solo el papel, y así generar objetos volumétricos”, dice el artista en conversación con Indie Hoy.
Hubo un tiempo raro, allá por los principios del 2000, donde las redes sociales no tenían reglas ni existía la presión por el like. Era un momento donde las personas se comunican vía ICQ, Messenger y Fotolog, pero todavía no existían los floggers, estos fueron los últimos en sumarse a la red. Para entonces Leandro subía a Fotolog sus primeros collages en busca de comunidades con quien compartir un interés. También miraba por primera vez La naranja mecánica y descubría a a la banda inglesa Moloko. Fue así como Leandro dejó de ser Leandro y pasó a ser Molokid.
Los collages del artista tienen una correspondencia con sus intereses personales. Hubo momentos donde prevalecía el cuerpo como una metáfora de la funcionalidad, otros donde la naturaleza y la astrología se combinaban, pero hubo un tópico que le ganó a todos: el homoerotismo.
Producto de un proceso interno que atravesó el artista, fueron apareciendo imágenes de hombres desnudos partidos en mil pedazos, besos que se reconocen a partir de siluetas suspendidas en el aire, piernas tatuadas y un extenso catálogo de cuerpos cortados por una tijera digital. “Hago collages sobre lo que me interesa: temáticas gays, estrellas porno y las Drags Queens”, afirma Molokid. Su amor por RuPaul’s Drag Race le permitió hacer sesiones de fotos con divas del show como Kim Chi, Raja Gemini, Sonique y muchas otras. A todas se las puede encontrar en su Instagram, donde le dejan mensajes de amor y agradecimiento.
Molokid logró el sueño de muchos gays: estar cerca de una diva del pop. El artista trabaja con la cantante y actriz argentina Lali desde 2017. Primero se encargó de algunas imágenes para las redes sociales de la cantante y luego surgió la posibilidad de diseñar el arte del disco Brava (2018). En ese momento el artista atravesaba una etapa barroca, repleta de colores saturados y ornamentos dorados. Se puede ver esto en sus collages con la drag queen Detox. Lali quedó fascinada con la sesión y sugirió crear una imagen similar. Desde el primer momento, se entendieron muy bien y generaron una confianza digna de dos seres intensos que nacieron para acercarse el uno al otro. Se reunieron, observaron bocetos y finalmente Molokid diseñó la portada por la cual se ganó el premio Gardel a “Mejor tapa” en la edición de 2018.
Más allá de la superficie, las obras de Molokid tienen mucho más para ofrecer. El mundo gay, la cultura pop, la técnica analógica, la digital, una geometría sensual. Todo eso existe, pero también hay otras cosas. Así como el arte intenta ser una puerta a mundos desconocidos e ilógicos, las imágenes de “Molo” son una escalera espiralada hacia la intimidad. Ahí se puede ver a un nene que tenía la sonrisa fácil, a pesar de haber salido segundo en una competencia de natación, un adolescente de 16 años que viajaba a Galería Jardín para comprar singles de las Spice Girls a 18 pesos, un estudiante que en épocas de exámenes de la facultad se robaba comida del almacén de sus viejos para pasar la noche. Una parte importante de Leandro vive en sus collages. Si uno quiere, lo puede encontrar. Eso lo pondría feliz.