Desde hace unos años, puede encontrarse en los rincones más inesperados de Argentina –calles, fábricas abandonadas, avenidas, al costado de la ruta, tanques de agua perdidos en el medio de la llanura pampeana, baños de bares y donde sea que se puede grafitear– unas pintadas misteriosas. Empiezan con “No me baño” y siguen de cualquier forma: “No me baño soy jeropa”, “No me baño re Pikachu”, “No me baño quereme roña”, “No me baño alto crazy”, “No me baño tengo fobia”. Las pintadas parecen de la vieja escuela del graffiti –de esas que ejercen un acto vandálico, de esas de las que Bart Simpson pintando “El Barto” es un gran ejemplo– y terminaron logrando que muchos de los que se encontraban las frases buscaran al grupo No Me Baño en las redes sociales. Hoy, a tres años de empezar esta propuesta de arte callejero, la cuenta de Instagram tiene casi setenta mil seguidores, venden remeras, gorras y stickers con su frase célebre, tienen stories destacadas de famosos como Duki e Ysy A con su merchandising y comparten en su canal de YouTube videos de sus miembros con máscaras de moscas en acción.
Su última diablura es tratar de llevar este arte urbano a galerías y museos. Entre el 26 y el 30 de noviembre de 2021 expusieron por primera vez: la galería palermitana Casa Walsh se llenó de carteles del Gobierno de la Ciudad intervenidos, remeras de Mercado Libre que se transformaron en Mercado Sucio, registros audiovisuales de ellos pintando con máscaras de moscas, pinturas realistas que retrataban a los grafiteros trabajando y demás. La muestra es itinerante –entre el 29 y el 30 de diciembre la llevaron a la galería Huarte de Tandil y el 29 y el 30 de enero de este año la presentaron en la marplatense Espacio BUA–, lleva el nombre de “Expo sucia” y tiene el agregado especial de que los espectadores pueden ver a los grafiteros con sus características máscaras de moscas, esas con las que ocultan su identidad.
Mientras intentan expandir hasta lo imposible los límites del grafiti tradicional, sostienen ese anonimato de los grafiteros que escrachan paredes sin permiso alguno, ese mismo que coloca a la obra por delante del artista. Sobre quiénes son ellos solo conocemos ciertos datos sueltos: el mito iniciático de que empezaron siendo unos skaters empacados en no bañarse, son solo dos, muy jóvenes, uno de ellos tiene tatuajes, ambos son de género masculino, acostumbran a ponerse máscaras de moscas, se llaman a sí mismos Moskas y se trasladan en un auto al que le dicen el Moskamovil.
Su idea de cuidar el anonimato llega hasta el punto de que prefirieron hacer su entrevista con Indie Hoy por mail, usando uno que no revela ningún nombre posible. “Las Expo Sucias son para proponer lo que llamamos una experiencia sucia -contestan en un archivo de Word tipeado con las mismas manos que agarran el aerosol y el pincel-. Buscamos compartir la obra que hacemos en el taller, donde tenemos una búsqueda artística un poco más elaborada, algo diferente de la que se ve en la calle”.
Al preguntarles sobre la forma en la que van construyendo su obra, recibimos respuestas que parecerían pensadas para intervenir un cartel, una parada de colectivo, un poste de luz. “La propuesta de NMB es infinita, el concepto de NMB es infinito, nuestro camino como artistas es infinito. El Moska es único, el Moska se alimenta de muchas inspiraciones, el Moska va creando un camino sin género, la fama se la lleva el Moska” dicen. Sus respuestas son de frases cortas, sintéticas, rápidas, con un lenguaje igual al que usarían si estuvieran pintando en una persiana metálica de un local del barrio porteño de Once a altas horas de la madrugada. ¿Será ese el dialecto Moska? ¿El que aparece en ellos a la hora de la creación? ¿Un desprendimiento del español que solo puede decir cosas de una forma corta y rápida? Como las preguntas son tantas más que las respuestas, nos vemos obligados a hablar con otras y otros.
Intervenir
Con el Gobierno de la Ciudad financiando murales en túneles, negocios del Once que se ponen de acuerdo para intervenir las persianas metálicas de sus locales y shoppings que contratan a artistas para que les den color a paredes de cuatro metros de alto, parecería que el motor de los grafiteros –ese concepto de que las paredes limpias no dicen nada– quedó un poco viejo.
“A los negocios no les importa el arte, es una moda. Queda canchero que un lugar tenga un estilo urbano, de lo callejero”, dice Jaki Charrúa con una taza de flat white en la mano. La artista –licenciada en Artes Visuales e integrada al mundo formal del arte– cree en la idea de insistir con el arte que se expone en la calle y acostumbra a pintar murales, con permiso pero sin financiamiento alguno. “Igual tengo que reconocer que lo de No Me Baño es muy distinto a lo mío, muy genial. Yo empecé a relacionarme con el arte urbano cuando ya estaba más aceptado y no me fue necesario salir de noche, a hacer algo sin que nadie te vea”, concluye.
Nandon, en cambio, es un artista urbano que interviene la calle desde un lugar más parecido a los No Me Baño. Sus carteles de letras rojas que dicen cosas como “Vendo mi ego”, “Vendo todo me voy a Miami” y “El éxito personal es una paja”, ya son un clásico de varias ciudades argentinas. “Los No Me Baño vinieron a traer algo nuevo al mundo del arte callejero -dice sobre lo que hacen sus colegas mientras teje una rasta de su pelo-. El grafiti tradicionalmente era un nombre suelto, algo muy personal, de nicho, que no interpelaba tanto a quien lo veía. Ellos traen juegos de palabras, frases, lenguaje. Eso hace que la gente se relacione y piense, que trate de buscarle una respuesta. Con el estilo tradicional del grafiti no se entendía bien, estas frases no hacían que las personas se preguntasen por qué lo ponían, los dejaban afuera. Los pibes de NMB lo pasan a un nuevo nivel”.
Nandon comenzó colgando unos carteles que –como una imitación los de la economía popular que ofrecen bajar el cordón o trabajos de albañilería– decían “Vendo mi Instagram”, y abajo llevaban el nombre de la cuenta que ofrecía. Ahora, una vez ya vendida su cuenta privada, siguió poniendo carteles de madera reciclada en árboles, postes de luz, rejas, donde sea que alguien pase y pueda ver su obra. “Lo de ellos es un estilo de vida, casi ni pasa por las redes sociales -cuenta Nandon, que en su cuenta de Instagram comparte las fotos que le mandan quienes encuentran todos los días sus carteles característicos-. El arte que buscan viene del lado de usar materiales baratos, aerosol, pinturas de látex, arreglarse con lo que puedan. Eso los diferencia de lo que hacen los que están haciendo un mural financiado, se nota la diferencia. Sin desmerecer el trabajo de nadie, encuentro mucha más expresión en el estilo de ellos, en el trabajo que está en el marco de la ilegalidad”.
Entrar al museo
“En el mundo del arte, cada vez que algo se sale, hay mecanismos para incorporarlo -reflexiona Carolina Venegas Carrasco, docente e investigadora del Centro de Investigaciones en Arte y Patrimonio-. Ese sistema hace que muchos grupos que empiezan haciendo arte marginal, contestatario, callejero y transgresor después se integren al mundo del arte. Por poner un ejemplo, en Brasil hay un grupo muy famoso llamado Osgemeos que empezaron haciendo graffiti y, hoy en día, participan en grandes exhibiciones de arte, en soportes que se pueden vender y trasladar. En esas exhibiciones se les ofrecen galpones gigantes con muros en los que graffitear, pero también los invitan a hacer objetos y cosas enmarcadas, que se puedan comercializar. Hay que ver qué decisión van a tomar los NMB”.
Carolina se encarga de coordinar el Grupo de Estudio de Arte Público en Latinoamérica, donde desde hace siete años profesionales de distinto tipo se juntan a pensar la relación chispeante entre el arte público y el arte privado. “El arte público, de la calle, está por fuera de lo patrimonial, de lo privado, del capitalismo y lo hegemónico -sostiene-. Por eso, la principal distinción entre estos grupos es quién se integra al capitalismo y quién no, quién entra en lo hegemónico y quién prefiere quedarse afuera”.
“Si los NMB entran, deberán integrarse a la lógica de autor, exposición de las obras, categorías, venta y etcétera. Si prefieren quedarse afuera, quedarían fuera de todo eso”, concluye Carolina, pensando en qué seguirá en la carrera de estos grafiteros, que parecerían haber encontrado un hechizo de tres palabras que, al ser pintadas en paredes miles y miles de veces, abren puertas en el mercado del arte.
El futuro es inatrapable. Solo sabemos cosas sueltas: en diciembre de 2022, los dos Moskas desplegarán sus alas y cruzarán fronteras viajando a Miami, llevando consigo la “Expo sucia” a la coqueta galería Tomás Redrado Art de Tomás Redrado, el hijo del expresidente del Banco Central. El resto es una incógnita, tan misteriosa como esas pintadas callejeras que insisten con que alguien no se quiere bañar, que parecen salir por arte de magia de la noche a la mañana en los bancos de plaza y en las paredes de los negocios, en un cuarto piso de un edificio abandonado y en los tachos de basura. Las vemos en todos lados y decimos que no puede ser que sean solo dos personas quienes las hacen. Pero después encontramos videos en Instagram de ellos pintando, nos enteramos de que se hacen cargo de la obra vandálica con las muestras de las galerías. Y entonces ya no entendemos nada. Los grafitis de los que venimos hablando nos llenan de preguntas a todos, a quienes se conocen de memoria las muestras permanentes del Malba y a quienes nunca en su vida pisaron un museo.
En la entrevista les preguntamos a los No Me Baño hasta dónde buscarían llevar la propuesta. La respuesta que nos dieron fue sencilla: ellos seguirán pintando hasta lograr trascender. Y parece que van a lograrlo.