Paul Sende nació en Buenos Aires en 1989 y durante su infancia se dedicó a dibujar, a enchufar y desenchufar cosas, a cortar cables y dejarse bañar por la luz que entraba por las ventanas de su casa en Villa Crespo. De más grande experimentó con música hecha a partir de sintetizadores y jugó a ser músico por un rato. El jazz que escuchaba en su casa fue una gran influencia para sus creaciones. Los ritmos, tonalidades y melodías de las canciones encontraron un correlato en la composición de sus pinturas, serigrafías, instalaciones y esculturas lumínicas. Estudió Artes Multimediales en la UNA y toda su obra se basa en un gran experimento sensorial, entre la geometría y la abstracción.
Con cada obra, Sende intenta convertirse en un científico y encontrar el equilibrio perfecto entre lo digital y lo analógico. Le interesa experimentar con acciones sencillas como recortar papeles hasta inventar dispositivos electrónicos, como en “Lippel”, una estructura retroiluminada mediante programaciones aleatorias que parece una cascada de luz. Estos soportes tecnológicos le permiten generar nuevas variaciones de color, texturas y composiciones geométricas. Como si el artista diseñará una sopa de luz, electricidad y movimientos aleatorios a partir de patrones y cables, entre la fantasía de ser artista e inventor.
Sus creaciones están hechas con la presición quirúrgica del diseño y la soltura propia del dibujo. Sende encuentra en cada material una oportunidad para extender las conversaciones sobre geometría y abstracción, como si fueran capas de sentido y, en vez de quitarlas, las adhiere a su colección de ideas y obsesiones. Uno de los objetivos de su obra es apropiarse del arte abstracto y construir un punto de vista personal, más ligado a la experiencia visual y en sintonía con los artistas ópticos de los años 60, pensar a la paleta de colores como una droga que altere la conciencia y el cuerpo. La Internet, otra droga potente de nuestros tiempos, fue su escuela personal y permitió una búsqueda en el lenguaje de la animación desde muy temprana edad. A los 14 años exhibió en MTV sus primeros trabajos hechos en Adobe Flash.
“Link 1” es una escultura lumínica. A simple vista es un cubo de colores azules, amarillos y rojos, hecho a base de circuitos electrónicos, pero la obra funciona como una poesía visual donde las figuras geométricas descansan una sobre otras, como si fueran palabras. El cuadrado, emblema predilecto de las órdenes masónicas de Europa en el siglo XVI, simboliza tanto la puerta como la llave que abre a otros mundos. Tal vez los triángulos, círculos y cuadrados sean eso: las evidencias que detrás de esta realidad visual, hay una dimensión desconocida donde todo se arma y se desarma en un loop infinito.
Hay un mito erróneo que afirma que la obra de arte empieza y termina en el taller del artista. Sende prueba lo contrario al generar eventos o instalaciones donde la performance se articula con la instalación y el público es una pieza central para generar un hecho artístico. En “Yvakua”, una serie de proyecciones improvisadas en tiempo real sobre una escultura plástica, se puede ver unas figuras geométricas que se retuercen al ritmo de música improvisada en vivo por Alan Senderowitsh, hermano del artista. Las personas ingresaban en grupos y experimentaban secuencias visuales y sonoras azarosas. La obra no pide que la miren, pide que la habiten con el cuerpo alerta a los nuevos estímulos.
En las artes visuales la geometría y la abstracción funcionan como dos canciones pegadizas que se repiten todo el tiempo. Pasan los años y las personas todavía se emocionan con una obra de este estilo. Sienten la magia que se atribuye al arte: la emoción, el talento y la valentía de los artistas, esos extraños profetas de una lengua rara, creada a partir de colores y texturas. Paul Sende pertenece a este grupo de profetas y en sus obras aparecen diversas formas que iluminan el espacio, guían al espectador y este se convierte en la última pieza de un gran rompecabezas abstracto.