El director de cine Harmony Korine dijo que para andar en skate hace falta ser un devoto: una persona que dedique gran parte de su vida a mirar gente caer y levantarse de la patineta. Él creía que nunca se iba a destacar en el deporte y por eso se dedicó de lleno al cine. A la hora de comenzar con su carrera audiovisual, lo único que le interesaba era filmar a sus amigos borrachos, la noche de Nueva York, todo lo que tenía cerca. Con esa misma devoción y paciencia, Florencia Marrapodi –aka Podridísima– dedicó su vida a la pintura. Sus obras se destacan por ser un retrato de su vida cotidiana. Todo lo que está a su alrededor es lo único importante.
Marrapodi nació en 1985 en la Ciudad de Buenos Aires. De chica le gustaba dibujar y se pasaba horas observando los libros de pintura que coleccionaba su abuelo. Él compraba lápices y marcadores para su nieta, buscando estimularla para que fuera una artista. Con el tiempo, el miedo fue ganando terreno y la joven que deseaba estudiar Bellas Artes creyó que no se podía vivir de la pintura. Se decidió por diseño gráfico en la FADU y durante un tiempo trabajó con la ilustración y la animación.
Durante un tiempo, se dedicó al diseño de tatuajes. El ejercicio del dibujo era algo que le gustaba mucho, una de las partes que más disfrutaba de todo el proceso. Pero la pintura rondaba su cabeza, la miraba de reojo y con cierta sospecha: creía que su estilo tan gráfico nunca podría congeniar con el arte de pintar. Con la llegada de la pandemia, su carrera dio un giro y la pintura comenzó a ocupar un lugar privilegiado en la vida de Podridísima. “Durante la pandemia, al verme obligada a no poder tatuar, empecé a pintar sin parar -dice la artista en conversación con Indie Hoy-. Me encontré de una manera muy romántica con eso que siempre quise hacer. Desde entonces, pinto casi todos los días. Siempre digo que la vida me fue llevando hasta donde debería haber empezado”.
Alguna vez el artista argentino Marcelo Pombo dijo que a la hora de crear solo le interesaba lo que sucedía a un metro cuadrado alrededor de él. Algo parecido pasa con Podridísima. “Mis pinturas tienen mucho que ver con lo cotidiano. Mis amigues, mis animales, el dolor, la tristeza. Siento que tienen mucho de lo terrenal y que hablan de cómo soy: una piba que le gusta estar en su casa tomando matecito con su perro”, cuenta. En sus pinturas se destacan figuras humanas de gran tamaño; también hay lágrimas, tatuajes y diversas escenas de la vida cotidiana.
Para Podridísima, aprender a pintar implicó ejercitar la observación: mirar con atención las obras de Daniel Santoro, Marcia Schvartz, Florencia Böhtlingk y El Gordo Pelota, entre otros. La pintura latinoamericana es su gran maestra y referencia predilecta a la hora de trabajar. Esto se puede ver en la composición de los cuerpos enormes que recuerdan tanto a la brasilera Tarsila Do Amaral como a Ricardo Carpani, artista que dedicó su vida a retratar la figura de los trabajadores y escenas que refieren a movimientos sociales.
“Me gusta que las pinturas no tengan demasiado enrosque. Que sea lo que ves, y que te pase lo que te pase cuando las mires”, dice la artista. Sus obras buscan captar la atención del espectador mediante la mirada de sus retratados. A partir de los ojos enormes y las expresiones neutras se construye una atmósfera ambivalente donde la calidez de los personajes se mezcla con un dejo de tristeza. “La mayoría de mis pinturas son retratos, y lxs espectadores no suelen conocer a las personas retratadas –dice la artista–. Aun así, en ese cruce de miradas, suceden cosas. Algunas personas se emocionan, y eso para mí es el cierre de la obra”.
Actualmente, Podridísima forma parte de Pintura madre, exposición en la Galería PM (Tres Sargentos 463, CABA) donde comparte espacio junto a Damián Crubellati. El artista, especializado en cerámicas, la convocó para pensar una muestra donde el puntapié inicial fueran los celulares, marca registrada del presente. “En la mayoría de las obras hay gente con celus, como en la vida misma”, reflexiona Marrapodi.
La crítica de arte María Gainza afirma que el mundo es un charco de barro y la pintura es el camino para avanzar entre la mugre. Luego de dudas y temores, Podridísima encontró su propio camino, su manera de funcionar en el mundo. Con sus pinturas demuestra que el arte es algo más que un compendio de conceptos lejanos y difíciles. Puede ser otra cosa, la posibilidad de mirar al mundo con la naturalidad de quien abre una ventana. Una acción tan común pero tan necesaria.