Para los chinos del siglo II a.C. la acuarela era la técnica perfecta para acercarse al mundo. A diferencia de la pintura occidental, donde la superposición de capas construye una imagen, en la acuarela se plantea un esquema de tensiones entre el pigmento y el agua, entre la libertad y la rectitud de las formas. Es un juego mental donde, más que representar, se busca retratar los hilos espirituales que sostienen a la realidad. Se podría decir que algo de este mandato ancestral opera sobre el arte de Removedor Valdés, músico, diseñador, ilustrador y nómada que viene recorriendo la escena under desde principios de los 2000.
Alguna vez Removedor Valdés fue Nicolás Valdés, un joven que nació un 29 de diciembre de 1983 en Buenos Aires. También fue el niño que siempre dibujaba y pintaba gracias al incentivo de sus padres, quienes tenían un taller para enmarcar cuadros. Entre los 11 y los 17 años estudió la técnica de la acuarela con un amigo de su papá. Así aprendió sobre composición, color y perspectiva, pero el verdadero entrenamiento artístico vino después.
“En la adolescencia empecé a ir a recitales y, puntualmente en los de Fun People que tenían ferias grandísimas, empecé a flashear con las tapas de los discos, los casetes, los fanzines, los parches y los posters -recuerda el artista en conversación con Indie Hoy-. También empecé a tocar en bandas, primero en Los Jacqueline Trash y después en El Violinista del Amor & Los Pibes que Miraban. Ahí surgió la necesidad de hacer el arte de los discos. Así me pasé la juventud haciendo flyers para mis bandas, de amigos y cualquier encargo. Fue entonces que dejé la pintura y estudié diseño gráfico”.
El arte de Removedor se nutre de la calle, de haber recorrido los miles de antros de la Buenos Aires de los 2000. A lo largo de su eterno yire por la ciudad, sus ojos se lo devoraron todo: la estética de los recitales y festivales, el hardcore, el punk, el rock, el garage, el surf rock. Durante muchos años trabajó con Pablo Hierro y Sylvie Piccolotto -los responsables del sello Scatter Records, los ciclos Music Is My Girlfriend y la productora Rock City-, y allí desarrolló las gráficas de sus eventos, ciclos, y de las bandas que trajeron como Dinosaur Jr., Jon Spencer Blues Explosion, Lee Ranaldo, Atari Teenage Riot, Off!, Television, Allah-Las.
En su labor como diseñador, considera que no tiene un estilo característico: trata de sumergirse en el mundo de cada proyecto o artista e intenta que se resalte aquello que se quiera comunicar. En cambio, en el trabajo con las acuarelas se imprime un carácter más personal. “Es una técnica muy difícil de controlar -cuenta-. Es como jugar a tirar manchas y ver que con el pigmento y el agua puede pasar cualquier cosa. La acuarela va por donde quiere y el resultado puede quedar muy bien o muy mal“. Admite que le cuesta mucho sentarse y ponerse a pintar, y a veces puede estar dos horas dando vueltas antes de empezar. En la pintura uno puede borrar o pintar arriba, en cambio en la acuarela, si algo sale mal, se tiene que empezar de nuevo y esto puede ser algo muy frustrante.
Las referencias de Removedor son artistas como David Carson, Art Chantry, Obey, amigos y colegas de la escena urbana argentina como el colectivo de stencil Run Don’t Walk, Tomás Spicolli, Feder Martinez, y diseñadores como Santi Pozzi, George Manta y TEG, el mítico estudio de Mar del Plata. “Para diseñar, pintar, o cualquier expresión artística hay que estar abierto a que bajen las referencias de cualquier lado: la música, el cine, absorber todo, lo que se dice inspiración a mano armada -reflexiona-. Lo importante no es de dónde viene, sino a dónde la llevás”.
A la hora de encarar un trabajo, Removedor trabaja 100% de manera digital. Para los pósters y flyers de bandas, le interesa ver referencias sobre el universo que fueron construyendo y, con su aporte, intentar expandirlo o encontrar una manera rápida de resumir la identidad en una imagen. Hace unos años retomó la acuarela y, luego de consumir muchos recitales y posters, decidió retratar a diferentes músicos de Buenos Aires.
Gracias al amplio registro fotográfico de la escena local, no le fue difícil encontrar la base para sus retratos, pero en el caso de algunas bandas demasiado under y que habían dejado de existir hace mucho tiempo, la cosa se complicó más. Entonces, Removedor tuvo que investigar en fotologs viejos y en las ruinas digitales del Internet de principios de siglo. “Me parecía interesante enfocarse en retratar los personajes y su expresividad por fuera del entorno, con la plasticidad que da la acuarela -cuenta-. A la mayoría los conocía, me los había cruzado en recitales, había compartido alguna fecha: Nekro de Fun People y Boom Boom Kid, Rosario Bléfari, Diego de Baltimore in Love, Martín de Poseidótica, Gori, Capitán Mandioca de Los Muchachos de La Secta y Los Waffles, Tomás de La Lija, Sebastián Saire de Mofa y Tienda Inerme, Marcelo de The Tormentos, Patricia Pietrafiesa de Kumbia Queers y She-Devils, y muchísimos más”.
Es interesante pensar a Removedor como un historiador visual, alguien que se encarga de retratar una época salvaje y dejar un archivo para la posteridad, para dar cuenta que todo ese movimiento cultural del 2000 en adelante existió y dejó huellas. Fueron más de 20 años recorriendo recitales y antros, para luego plasmar todo en retratos de diversos músicos y bandas que fueron claves para el desarrollo de la música en Argentina.
Sus acuarelas sintetizan las experiencias de miles de jóvenes que encontraron en los recitales y en la música un refugio contra la crisis económica, los consumos enlatados que buscaban imponerse en la cultura y las condenas sociales para los que anhelaban algo más que ser un adulto responsable. “El arte nos hace respirar y crear un oasis -afirma-. Cuando la realidad es espantosa, como lo es en este momento, es un escape, es poder soñar cuando en la realidad no se te permite soñar. Pero también creo que el arte puede ser contestatario, político y que baje línea. Las paredes son los museos del pueblo, la expresión inmediata”.
Removedor Valdés es un artista que retrata un pasado que se filtra en nuestro presente, lo invade y lo vuelve parte de una cultura musical que no puede ni debe dejar de mirar atrás a la hora de proyectar un futuro. Sus obras son la evidencia de que el under estuvo siempre y que nunca se fue, que a pesar de que cambien las formas y el concepto “movida” sea reemplazado por “gestión cultural”, siempre habrá un margen donde el arte más indomable genere manchas imposibles de limpiar.