Para muchas artistas puede ser peligroso crear obras de arte inspiradas en temas de actualidad, como por ejemplo las teorías de género o la crisis ambiental. Corren el riesgo de volverse panfletarios, solemnes o demasiado pretenciosos. A Rodrigo Túnica (Buenos Aires, 1987) no le importa lo que otros piensen y se adentra en los diversos paisajes que le ofrece el mundo, estos son su lienzo y su objeto de estudio. Pareciera que su misión es encontrar vínculos más honestos y libres de crueldad con nuestro medio ambiente.
Durante su infancia, la casa de Túnica estuvo rodeada de pinturas, esculturas y distintos objetos artísticos. Él las miraba con curiosidad y miedo, no sabía cómo habían llegado ahí ni qué significaban, tenía que ser cuidadoso para no romperlas y esto implicaba prestarles mucha atención. A veces jugaba con sus padres a adivinar qué significaban esas figuras abstractas y su fascinación era tan grande que un día se puso a dibujar cada una de las obras, como si se tratara de un ejercicio para conocer aquellos objetos misteriosos que no emitían sonido alguno. Se podría decir que este es un primer momento donde aparecieron las ganas de querer crear algo propio. Túnica relata otro momento importante:
“De chico tuve muchos accidentes: me fracturaba, me cortaba la cabeza, me golpeaba con cualquier cosa. Me pasaba todos los años hasta que me harté y quería encontrarle la vuelta, entender qué estaba pasando. Me puse a dibujar todos mis accidentes y me permitió explorarme un montón. Esto me hizo querer dibujar y hacer cosas artísticas más seguido”.
De adulto, Túnica estudió la licenciatura en comunicación y se especializó en dirección de arte y durante varios años se dedicó a pintar, dibujar y tomar fotografías sin pensar mucho si lo que armaba se podía catalogar como arte. En el 2013, luego de realizar unas pinturas sobre el nomadismo, decidió que regalarlas era un mejor destino que exponerlas.
Durante un evento en La Casa de la Paz, un espacio comunitario que funcionaba como vivienda y centro cultural para artistas, Túnica regaló a los amigos y el público presente 30 pinturas. Las pinturas no podían quedarse con el mismo dueño y siempre tenían que pasar de mano en mano, así fue como se volvieron nómadas de verdad y hasta el día de hoy viajan por todo el mundo. Este proyecto se llamó “Tegüel che!” y fue la primera vez que Túnica se atrevía a mostrar sus obras en público.
En ese espacio también conoció a un grupo de amigos con los cuales formaría la ONG Un Árbol, con la cual se dedican a reflexionar sobre la soberanía alimentaria y la restauración ecológica. Desde ese momento entendió que el arte y el activismo ecológico iban por el mismo carril: convertirse en artista no debía ser otra cosa que intentar construir un planeta libre de violencia ambiental, contaminación y comprometido con la preservación de prácticas ancestrales de comunidades originarias.
A Rodrigo le interesa dejar una huella en cada lugar que visita, plantar la semilla de una planta nativa, o intentar armar un vivero con alguna comunidad. Le presta atención a la flora y la fauna local y las dibuja en su libreta. También observa con atención el caer de las semillas de las hojas y de los árboles. Toda esta información luego se traduce en dibujos, pinturas, videos y fotografías que sirven como un testimonio difuso, como un documental desordenado donde no se sabe si el protagonista es él o la naturaleza.
Túnica afirma: “Veo al arte como un espacio de encuentro entre las personas y las obras, entre conocimientos, saberes y sentires. De esos encuentros siempre surgen experiencias que me llenan y me motivan. A veces es el deseo de dibujar, otras veces de sembrar o hacer un video. Me interesa investigar de manera obsesiva un tema”.
Algunas de sus obras son objetos, otras son acciones colaborativas a mediano y largo plazo, como la obra “Guardabosques” donde el artista construye un personaje que tiene el objetivo de habitar, cuidar y visibilizar espacios verdes abandonados en la Ciudad de Buenos Aires. Es una performance que implicó el armado de un refugio móvil que representaba la casa del guardabosques y se trasladaba a una plaza que necesitaba cuidados o a un terreno olvidado donde se podría armar una huerta, entre otros espacios. El guardabosques era una suerte de médico verde a domicilio y una vez terminada su misión se retiraba a otros lugares. El guardabosques se compromete con un lugar, investiga sus necesidades e intenta transformarlo mediante herramientas para que los habitantes puedan continuar el trabajo.
Su último proyecto se llama “Habitar el enigma”, un observatorio para ver las estrellas en el medio de la estepa patagónica. Se inició con una investigación en 2018 donde Rodrigo exploró la Cueva de las Manos en Santa Cruz y las relaciones posibles entre el cielo nocturno y la pintura rupestre.
El observatorio busca convertirse en un espacio para observar el cielo patagónico, resguardado del viento y el frío. A través de un diseño inspirado en la cosmovisión andina, la obra propone una conexión con la naturaleza y con uno mismo. Para su realización se trabajó con referentes de la comunidad Gúnün a kúna. A partir de relatos, historias y experiencias compartidas, el artista buscó entender el vínculo que existe entre el arte rupestre, la mitología y la astronomía ancestral.
Este proyecto continuará en un libro que tendrá dibujos, fotografías, y diversos materiales de archivos que formaron parte de la investigación. Túnica dice: “El proyecto del observatorio partió de una intuición y una necesidad de conocer de otra forma el territorio, de estar presente y habitarlo. A partir de esto surgieron muchos intercambios con científicos, biólogos, arqueólogos y las diversas comunidades originarias. De pronto me encontré estudiando astronomía, bordado y cerámica. Estoy recopilando todo estos aprendizajes en un libro, también estoy dando talleres sobre todos estos temas”.
Las obras de Rodrigo Túnica demuestran un afecto incondicional por el mundo. El artista quiere protegerlo como si se tratara de un hijo y a la vez investigar sus secretos, pero no para develarlos cual antropólogo mezquino, sino para resguardarlos y celebrar otros modelos de existencia, sin tantas obligaciones inventadas y posesiones innecesarias. Túnica observa los árboles, el mar y las estrellas e intenta dejar huellas de estos elementos en sus obras, pero advierte algo terrible. Algo que los humanos parecen negar: toda esta belleza no durará para siempre.