Una sucesión de clics inesperados me llevó hasta la web de Santiago Caruso. Me vi sumida en esa telaraña, viajando desde su perfil personal hasta hallarme de pronto en un tren con la dirección de su domicilio en una mano y en la otra, un cuaderno en blanco. Llegué a la estación, caminé unas pocas cuadras hasta encontrar su puerta. Para mi sorpresa: eran cortos los años, extensa la vida, grandes los ojos e inmenso el misterio.
El primer acercamiento se llamó “Lenguaje visual”, un seminario en el que nos mostró cómo leer y escribir imágenes. Comencé tomando las clases en Quilmes, en aquella ciudad que lo vio nacer allá por el ’82. Santi se mudó al tiempo a impartir sus enseñanzas en la Escuela de Artes del Pasaje Giuffra, espacio en el que continúo visitándolo cada sábado para aprender de su arte.
Uno de aquellos días al finalizar la sesión de dibujo, nos quedamos tomando café y me compartió parte de su trayecto en historietas e ilustración, sacó de los estantes unos libros de contabilidad que usó para llenar con garabatos y dibujos, los diarios de un artista plástico.
Caruso es hoy uno de los artistas simbolistas más valiosos de Latinoamérica. La constancia y el talento reunidos le concedieron lo que pocos obtienen: un poco de tierra y un poco de cielo. Le pregunté cómo se logra ese balance tan justo entre lo mundano y lo etéreo, entre la intuición y el trabajo, entre el contenido y la estética.
“Ojalá, yo trato de que eso suceda y muchas veces no se ve. Esto que decías, ese equilibrio entre lo controlado e intuitivo, entre la poesía y lo real, sucedió a partir de que me fui apropiando de esos territorios que están en tensión. Al principio comencé con un dibujo de historietas, uno concreto, grotesco y planeado. La búsqueda era meramente estética, dibujar bien, hacer que los gestos parezcan lo que yo quiero, que la forma hable de cómo es el personaje.
Después cuando lográs dominar la cuestión formal y pasas a un lenguaje más poético, las cosas se van balanceando. El que ve mi trabajo cree que por ahí es una cosa calculada de principio a fin. Para nada. Es decir, sí hay una idea principal, una imagen pensada, pero después voy descubriéndolo a medida que lo voy realizando. Me dejo llevar por la mancha, resuelvo directamente en el original, con todo el riesgo que conlleva el esgrafiado, que es una técnica que no da mucho lugar para probar ni para corregir.
En la cuestión artística vos estás pensando en moldear visiones, en resolver sueños, como los oráculos griegos, que eran los que descifraban lo que soñás, fueron como los antecedentes de los psicoanalistas digamos…
Me gusta esa idea del sueño dirigido en el arte, estar soñando e intentar dominar o conducir el sueño a un lugar.”
Santiago nunca hizo un trabajo meramente literal, él trasladó los textos al lienzo traduciéndolos a su propio mundo. Ilustró autores como Lovecraft, Brinte, Shakespeare, Ángel Ollgoso, Ambrose Bierce, Chambers, Cervantes. Inclusive, representó en imágenes El eco de mis muertes y La Condesa Sangrienta de Alejandra Pizarnik.
Creó portadas para la revista Caras y Caretas, trabajó con editoriales importantes como Nocturna, Miskatonic River Press, Sudamericana, Planeta, entre otras. Su obra también funciona como un enlace entre autores latinoamericanos y lectores no hispanohablantes. Aparte de trabajar siempre cerca de la literatura, hizo el arte de tapas para discos en Europa y Norte América. Es bibliófilo pero también melómano.
Nunca faltan en sus clases voces como Nick Drake, Laura Marling o Karen Dalton. Algunas veces tuve la suerte de escucharlo cantando mientras dibujaba o iba a la cocina por algo. Aprendió a tocar la guitarra y a cantar, siendo sonidista para la comunidad en la que participaba. Él asegura que su experiencia fue más autodidacta y sensible con la música que con la pintura. Me cuenta sobre los diferencias de ambas expresiones:
“La creación en la música tiene para mi otra profundidad que no es la de la pintura, en la pintura hay una cuestión más intelectual, más física y exterior, es como que te vas de vos. En cambio, en la música, tenés que entrar, más que todo cantando, ya que uno es el mismo instrumento.
Hay algo en la música que a veces es sanador y otras veces envenena. Pero es más lúdica, por lo tanto me libera más, quizás sea porque yo no me he dejado liberar en la pintura. La pintura es más intelectual y conducida, es pensar situarse en algún lugar, un proceso similar al de la escritura, o yo me lo tomo así…”
¿Y componés tus propias canciones?
Estoy escribiendo algunas cosas y estoy tratando de ponerles música, algo de eso podrían ser canciones, también ha aparecido música sin letras. Creo que no se ha ajustado del todo, pero me gustaría y tengo la intención de que eso suceda.
A Santiago le falta tiempo y le sobra la intención, se divide en dos y aterriza proyectos. No nos sorprendería tener en Indie Hoy dentro de poco la invitación a su debut como músico.
Ha organizado también una serie de eventos que entremezclan varias expresiones artísticas. Uno de ellos se llama “ Cantos de Maldoror”.
Santiago ya había transitado por Baudelaire, Poe, William Blake y por muchos de los escritores malditos del siglo XVIII y XIX. No fue extraño que en algún momento le cautivara Isidore Ducasse, el Conde de Lautréamont, quien es quizás uno de los más malditos e ignotos, considerado también, uno de los precursores del surrealismo. Cabe mencionar que Caruso fue elegido para formar parte del Arte Colectivo Surrealista Beinart Internacional.
El mismo André Breton vio en “Cantos de Maldoror”: «la expresión de una revelación total que parece exceder las posibilidades humanas». Caruso opina sobre éste:
“Los cantos de Maldoror es el libro más extraño que leí en mi vida, y de forma discursiva más ecléctica. Es una una clase de ensayo teológico político mezclado con una especie de relato fantástico. Tiene una complejidad poética, simbólica e intrincada. Conociendo los barroquismos que suelo transitar, estoy haciendo de ello una imagen que por ahí no hubieran esperado de mí, una no tan cargada de elementos y mucho más sintética, por una cuestión de tiempo pero también porque lo vengo trabajando hace mucho el texto. Me interesa ir a lo medular y construir un discurso visual, como un comentario en imagen a la obra.”
El evento inspirado en el libro fue organizado mensualmente durante seis noches y en cada una, se leyó casi completo un canto. Julia Torres interpretó los textos junto a la música de Juan Ignacio Martínez y Joaquín Benega, dos de los Sri Lanka con quienes ya venía trabajando con él hace un tiempo. En sincronía con el sonido y la palabra, Caruso pintó en vivo y de manera improvisada.
Charlamos con Santi sobre cómo la improvisación es una gran herramienta para desmontar el personaje artificial, algunas veces evocado por el mismo artista y muchas otras, construido por el espectador.
“Si uno se mantiene al margen de la obra, si uno no la contamina y si la obra artística está en un lenguaje que desnuda lo que está más allá de lo real, hay algo que está más allá de todos, un poder. Esto puede confundir al espectador y poner al artista en ese otro lugar y no a la obra, que es lo que en realidad está ahí.
Como en estos encuentros que venimos y vamos a seguir haciendo en Macabras. Son ciclos de lectura con escritores que tienen un lazo con el misterio, lo dramático, la noche, la locura, con los que se preguntan más allá del día, más allá de lo que es revelado por la luz, por los que se dejan iluminar por ese otro astro, la luna, por eso nombramos el evento: “El aguijón de la noche”.
La idea de este proyecto es entrar en lo cotidiano y apropiarnos de ese lugar que supuestamente es para la diversión, para negar los problemas, alienarse y salirse de uno. Construimos un espacio para el pensamiento, a base de los mismos elementos que se dan en lo religioso: la música, la palabra y la imagen. Es como un ritual que se humaniza sin terminar en algo chabacano.
Al mismo tiempo, estamos al lado tuyo con los riesgos que implica que la obra puede salir mal, siendo creada ahí en ese momento preciso, al lado de los otros, en relación a lo que a ellos también les pasa. Esto es como sacar al artista de las cavernas y de los pedestales. También, se crea una devolución, se establecen diálogos, se relaciona con los que van y se generan amistades.”
Santiago siempre ha tenido una búsqueda comprometida con el mundo aunque ésta sea expresada de una manera atípica. Su arte nos invita a cuestionarnos sobre los valores del artista, la política, los medios, la educación, el lenguaje, la cultura colectiva, el consumismo, la artificialidad, el bullicio. Me surge averiguar si cree que el hecho de ser artista implica esa responsabilidad, la de reformar algunos de los símbolos enraizados en la sociedad.
“Existe la libertad de no tomar partido y no tener una opinión demasiado corrosiva ni disruptiva, pero para mí, sí es necesario tenerla. Voy también por el artista que está situado en algún lugar y que le importan los problemas comunes a la realidad, con esto no quiero decir que tenga que ser políticamente partidario de algún movimiento en concreto, pero sí que tenga alguna decisión política y social.
Reconozco que en mis imágenes aparece algo fantástico que podría estar lejos de toda cuestión social, cotidiana o real… pero lo que intento hacer es abstraerme a la esencia de esos temas: el sometimiento de la mujer, lo condenatorio de lo sexual, las jerarquías patriarcales; todo esto y demás, está. De esta manera discuto a lo religioso, a lo político, a la moral imperante de Occidente y en gran parte, de Oriente también.
He elaborado así mismo, un contra discurso para desarmar los discursos de la moral, liberándome así de un montón de cuestiones y dogmatismos. Lo que hago de mi propia existencia trato de hacerlo para mí y para que les sirva a los demás. Tampoco es que crea en la cuestión del artista como el nuevo mesías, aunque algo de lo visionario está… con la humildad del caso, trato de construir dispositivos de interpelación de lo real, para que cada uno pueda repensarse a sí mismo, a partir de ese espejo que es la obra.
No coincido en eso de que la transformación ocurra directamente a través de un mundo simbólico. No creo que al yo pintar un cuadro manipule lo real como en una operación mágica. Aunque sí es cierto que no es indiferente lo que yo haga en mi obra porque hay un campo que trabajo en mí primero, conmigo y con el mundo o con la idea que tengo del mundo.
De lo que realmente se requiere es de otro que se quiera dejar influenciar, que desee cambiar, porque lo único que podemos modificar es nuestro propio ser y nuestro cuerpo. Esto no va a cambiar la realidad de las plantas o la de un animal, siempre son terceras cosas, se cambia a otro ser humano y ese ser puede cambiar la vida de un animal. Creo que el trabajo artístico, sea cual fuere, opera sobre los hilos que están detrás de la realidad y construyen un instrumento para transformar lo real en uno. Entonces a partir de estas transformaciones individuales, uno transforma el afuera.”
¿Estos hilos que entretejen todas las cosas tienen que ver con la metáfora y su sentido?
Sí, en realidad todo lo que percibimos o creemos conocer de lo real es una metáfora de algo más, todas las definiciones de las cosas son metáforas de otras. Lo conocemos todo por medio de la comparación de una segunda cosa, siempre se la conoce solamente en relación de otra, esto hace que la cosa en sí nunca se pueda conocer. Cuando uno tiene una experiencia, en realidad lo que uno está haciendo es una descodificación sensorial e intelectual del momento, entonces lo que creemos saber es siempre una construcción nuestra. No podemos conocer las cosas como son, solamente como las percibimos.
Santiago Caruso le da volumen a la poesía a través de trazos y colores. Sus creaciones contienen mensajes implícitos, en claves fantásticas, en ecos infinitos, en lienzos multidimensionales. Santi desvela lo que ocurre en su imagen “La profetisa interior”:
“Intento que el mensaje aparezca en su expresión más pura, esto lo vuelve más abstracto. Esta imagen es sobre esta especie de Sadhu oriental, esas personas que buscan la iluminación a partir de la putrefacción, la destrucción y la oscuridad. Son ascetas, personas que viven en los cementerios, toman agua de un cráneo y comen cadáveres, encuentran lo divino a partir de la conexión con la muerte. Hay muchos ascetas que optan por esa postura sádica, como ofrenda a una divinidad mantienen el brazo en alto hasta que el brazo se les diseca y así, por medio de este ritual, encuentran la iluminación.
La figura se reseca en su quietud, hay un rompimiento, surge una criatura monstruosa, una especie de insecto femenino que también es como otra nueva deidad que se materializa usando su cuerpo como un origen. Se crea una imagen en clave fantástica que tiene que ver casi con una construcción de deseo, en donde uno pinta lo que quisiera que sucediera o apareciera. Hay una forma femenina que combate lo establecido, hay un cambio de género que discute la jerarquía masculina, lucha contra el patriarcado y el falocentrismo. Digo, no estoy pintando prostitutas u obreros, ni mujeres con los pechos al aire diciendo puta sí pero … ¿entendés? (risas)
No me sirve meterme de absoluto en los lenguajes que ya son de por sí herméticos, los lenguajes que mucha gente no conoce, que eran solamente para los que eran aprendices de algún maestro o acólitos de algún culto. No me rijo por los sistemas de codificaciones del mundo, pero sí tomo lo que me parece de ahí, lo que conecta con la cultura general. Voy por cierta línea de abstracción que tiene que ver con lo arquetípico, con lo mítico, lo primario.
Me interesa que mi trabajo tenga un sistema discursivo que pueda llegar a otros. Porque hay un montón de cosas que ya de por sí restringen al otro entrar en mi obra, no porque lo decida así, sino porque tomé un camino que va por el lado del terror, no es que exclusivamente vaya por ahí pero en mi trabajo siempre hay una imagen dramática, fuerte o repulsiva. Si vos atravesás esa capa inquietante encontrás un goce estético.
Aunque también creo que cada uno tiene que hablar de la forma en la que le sale y en la que goza leer, entonces por más que quiera llegar a un montón de gente tampoco puedo cambiar de registro sólo para poder comunicarme con todo el universo, no existe tal cosa…”
Santiago mantiene un vaivén entre la exposición y la cueva, logra una armonía entre sus afueras y la soledad, ha mantenido intacto su arte en estos tiempos en donde la transparencia es amenazada. ¿Es el estilo “un síntoma de la mentalidad de una época” como piensa Aby Warburg?
Creo que el estilo no debería ser una impostura comercial sino una consecuencia de una postura estética, la estética contiene una ética, entonces el estilo debería ser la consecuencia de cómo entendemos las cosas, de cada mirada y búsqueda genuina de interpretación del mundo.
No creo que todo eso sea un síntoma de la época, hay tipos que están muy a contramano de sus propios tiempos. Yo siento que nací en el siglo cuatro y después vine peleando con ideas y tratando de atravesar pensamientos de un montón de épocas para tratar de acomodarme en ésta. Eso que no me acomodé del todo, habré llegado al siglo XX en estos últimos tres meses…
Cuando uno tiene una influencia anacrónica, se está más lejos de lo que se podría considerar un síntoma de la época. Porque el síntoma quizás sería un arte menos comprometido, más banal, más ligado al diseño y a la cultura pop. Yo busco que exprese un poco acerca del síntoma de la época pero para discutirlo y para tratar de formular una medicina o un sistema de rehabilitación para esto.”
¿Cómo se logra esto? ¿Cómo se puede combatir el plástico del mundo?
Se tiene que construir una estética que tenga un filo para cortar donde hay que cortar, para penetrar la superficialidad. Por eso hay algo de lo dramático y de lo doloroso en lo que yo hago, porque esa cáscara, ese envoltorio requiere una ruptura. Y si no hay la primera sacudida de una idea filosa, resbala y en el plástico siempre resbala más ¿viste?
Santiago Caruso aborda el horror conservando la sutileza, hace música de lo insoportable, nos seduce a trascender esa “capa inquietante”, a vencer la seguridad ficticia, esa comodidad putrefacta e impuesta.
“En tiempos oscuros nos ayudan quienes han sabido andar en la noche”, nos recuerda Sábato. Yo he visto a Caruso cabalgar la oscuridad, peregrinar sus infiernos, y no por el capricho a las tinieblas, sino por rescatar la luz más incendiaria.