Durante la cuarentena, Bob Dylan sacó su primer composición original en 8 años. “Murder Most Foul” dura 16:56 minutos y es, a simple vista, una canción acerca del asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy. Dylan twitteó, junto con el anuncio, que la había grabado hace tiempo y que a sus fans les podía “parecer interesante.” Así se anticipaba a todo lo que uno podía imaginarse. Desde que ganó el Premio Nobel en 2016, todo análisis de su obra tiene dos caras: la musical y la literaria.
La tapa del single es una foto de Kennedy, y el título, “Murder Most Foul” (una expresión de Hamlet, “el asesinato más cruel”), hace creer que es sobre su muerte. La primera línea de la canción sin duda lo confirma: “Fue un día oscuro en Dallas, noviembre del 63.” Pero recién el último verso da seguridad de algo. Todo lo que está en el medio, incluso las frases que parecen referir a hechos concretos, esconden algo más.
Esto no es raro en Dylan. En su libro Why Dylan Matters, el crítico Richard Thomas escribió al respecto cuando lo puso en un pedestal junto a los poetas antiguos Homero, Virgilio, Esquilo y Ovidio. Ellos hacían lo mismo, aunque antes de las acusaciones de plagio. En su autobiografía Chronicles Vol. I, Dylan insiste con que las cosas que leía en los libros de literatura clásica eran lo mismo que veía a través de su ventana. Las revoluciones modernas eran reformulaciones de las que estaban en los libros de historia. Con palabras de autores antiguos, Dylan comenzó su carrera cantando sobre las injusticias sociales de los sesenta. Así tejió con las telas más finas esos versos y sus propias letras.
En 2012, en Tempest (su último disco con canciones propias), incluyó la canción “Early Roman Kings”. Sus estudiosos se volvieron locos con solo leer el título. No necesitaron prestar mucha atención para anunciar que, por fin, Dylan había escrito sobre la antigüedad. ¡Incluso había incluido citas de Homero y Virgilio! En la letra, los primeros reyes romanos bajan por la montaña en la primera hora del día, repartiendo el maíz. Unos días después, se supo que los Roman Kings era en realidad una pandilla de criminales que vendían drogas en Nueva York durante los sesenta y setenta.
Volviendo a “Murder Most Foul”. El segundo verso ya no es de Dylan. “Un día que vivirá siempre en la infamia” es parte de un discurso que Roosevelt dio tras el bombardeo a Pearl Harbour. Y durante los veinte versos restantes de la primera estrofa, parece hablar solo sobre Kennedy. Pero esta interpretación pende de un hilo: roba frases y hace referencia a otros eventos. Se refiere a Kennedy como un rey pero sin decir su nombre. “Miles estaban mirando, nadie vio nada” alude a una conspiración política clásica. Luego cita una canción de Hank Thompson y menciona a DJ Wolfman Jack y a su aullido, que también puede referir al poema Howl de Allen Ginsberg, amigo cercano de Dylan.
La segunda estrofa (de treintaidós versos) empieza con las referencias explícitas. La mayoría son a obras surgidas poco después del asesinato, como “Están viniendo los Beatles y te van a dar la mano.” Menciona a Woodstock (por el festival o por donde vivió él) y al concierto de Altamont donde un fan fue asesinado a la vista de todos por los guardias de seguridad (lo que recuerda a una teoría conspirativa del asesinato de Kennedy que culpa a sus guardaespaldas). Luego habla sobra otra conspiración famosa: la de los tres vagabundos. Usa frases políticas del mismo Kennedy en un discurso (“No preguntes qué puede hacer tu país por vos”), y de la primera dama de Texas tras el asesinato (“No diga que Dallas no lo quiere, Sr. Presidente”). Hace mención a la calle en la que pasó todo, Elm Street, y la relaciona con la pesadilla de la película. Luego cita un verso de Jerry García que habla sobre Dallas, repite otro verso de Robert Johnson sobre una encrucijada y el diablo, y pide que se dispare al Hombre Invisible. “Francamente, señorita Scarlett, me importa un comino,” canta, como en Lo que el viento se llevó. Y termina mencionando a dos sospechosos del asesinato y a una “sabia lechuza” que ordena callarse la boca. Canta, entre esas referencias, sobre Grassy Knoll y Dealey Plaza, lugares por los que pasó la caravana de Kennedy. Si se sigue la estrofa, verso por verso, se nota cómo el recorrido del presidente asesinado es descripto por todas esas referencias.
La tercera estrofa (de treintiocho versos) comienza con una paráfrasis de la ópera de rock de The Who, Tommy: “Tommy, ¿me escuchás? Soy la Reina del Ácido,” parece decirle Jackie Kennedy a su esposo. Él le contesta. Dice que está en una limusina Lincoln, el vehículo que transportó el cuerpo y también en referencia al otro presidente asesinado. Pero Kennedy todavía no murió: está en el asiento de atrás, con la cabeza sobre su esposa. “Me dirijo derecho hacia otra vida… Esperen, ¿me metieron en una suerte de trampa?”. Después, Dylan menciona el robo del cerebro de Kennedy (fuente de más historias conspiranoicas), cita una canción de movimientos civiles y otra de Little Richard, el cantante favorito de su infancia. “Tirá el arma al agua y andate caminando” puede referir al asesino secreto o a la misma Jackie Kennedy, culpable según otra narrativa conspiranoica que dice que tiró el arma en un florero. Más tarde cita una canción de los Everly Brothers sobre una de las calles cercanas al asesinato: se sigue de vuelta el recorrido y se menciona el Parkland Hospital. Vuelve a hacer referencia a otra canción, esta vez de Larry Williams, y después a la teoría sobre “la bala mágica” que mató a Kennedy. Y a las declaraciones de Oswald, que recuerdan a Patsy Cline, cantante que también falleció joven. De vuelta, parafrasea a Kennedy, y dice que vio treintaitrés veces la filmación del asesinato. “Ha empezado la era del Anticristo” puede tener dos interpretaciones: una, que la era de Cristo terminó (Cristo murió a los 33 años); otra, con respecto a la era de Acuario mencionada en la primera estrofa.
La cuarta estrofa (de dieciocho versos) toma la voz el propio Kennedy, pero ya no narra el recorrido sino que se centra en las referencias artísticas. El primer verso está compuesto por dos nombres de canciones: “What’s New, Pussycat?” y “What’d I Say?”. Desde la radio, suena la voz de Wolfman Jack, a quien le empieza a pedir canciones y que no cambien la transmisión. Acá es cuando la canción empieza a tomar el sentido final. A partir de ahora, casi todos los doce versos que quedan de esta estrofa y los cincuenta y cinco de la última, empiezan con las palabras “play me” y mencionan más obras de arte. Quizás, o quizás no, tienen alguna relación con el asesinato de Kennedy. La última canción que menciona, de hecho, es “Murder Most Foul”.
“Only the Good Die Young”, “St. James Infirmary”, “Another One Bites the Dust”, “Cry Me a River”, Macbeth, “Lonely Are the Brave” y Julio César parecen las elecciones más obvias. De alguna manera, sus letras refieren a muertes, traiciones o decepciones. Pero también hace referencia a “Scratch My Back”, “Don’t Let Me Be Misunderstood”, “Mystery Train” y “That Old Devil Moon”, entre otras, que pueden tener otras razones para ser elegidas.
Otra de las canciones es “Nature Boy” de Nat King Cole. Pero puede también hablar, al mismo tiempo, de la homónima de Nick Cave. El estilo de Cave parece ser importante para esta obra de Dylan, quien una vez le confesó su admiración. Si bien Cave no suele escribir historias épicas, sí tiene un estilo en el que la música acompaña a la poesía leída (casi actuada) de la canción. Y Dylan, en este tema, hace eso: tiene un piano y un violín que lo acompañan, pero él lee sin melodía su poema épico, su rapsodia, sobre un presidente que no es solo un presidente sino muchísimas otras cosas más. De la historia principal se abre una infinidad de referencias a obras, como senderos que se bifurcan en todas las direcciones, y que Dylan condensa de forma magistral. Un asesinato en 1963 puede referir a Shakespeare y a Billy Joel a la vez. Y cierra el círculo al mencionar la misma canción que está cantando porque, si va a referir a todo, también tiene que referirse a sí misma.
Eso es lo interesante que podía decir en su tweet: cada historia contiene, a su vez, a todas las demás. Y algo muy lejano puede ser, además, algo muy cercano. Canta: “Estamos al final de la cuadra, en la cuadra donde vivís.”
Pero, ¿por qué es interesante ahora? Esto que vivimos, se puede pensar, es lo que ya se vivió tantas veces. En Twitter se vio mucha gente contar que Shakespeare escribió Rey Lear en cuarentena. Dylan da un grito de aliento: en primer lugar, dice que de los malos momentos emergen historias extraordinarias. Varias de las referencias de la canción hablan de forma explícita sobre la muerte de Kennedy, y ni hablar de todas las historias conspiranoicas que surgieron de ese asesinato. Y, en segundo lugar, nos dice que ya está todo escrito. Que no se debe temer al plagio o a escribir lo que ya pasó. Porque todo ya pasó. Los griegos y Shakespeare ya escribían ficciones sobre sus gobernantes. Dylan hace lo mismo.
Pero esas reflexiones sobre la actualidad se quedan cortas, ante tantas preguntas que dejó sin responder en los últimos años. Con respecto al Nobel de Dylan, el crítico literario Harold Bloom comentó que “debe ser un chiste.” (Dicho sea de paso: chiste fue el de Dylan, al no aceptar el premio por meses, faltar a la premiación, quedarse con los derechos del discurso y responder con un álbum triple de cóvers.) Es entendible de Bloom, que escribió siempre sobre el cánon occidental y las grandes novelas. Pero también es curioso: una de sus obsesiones era esa épica que hoy revive Dylan. El mismo Bloom decía de Moby Dick (una de sus obras preferidas) que no es una novela, sino una prosa épica, como lo es La Ilíada en forma de poesía. Y, sin embargo, no parecía darse cuenta que Dylan es, como dice Thomas, lo que queda de esos trovadores antiguos que recitaban grandes historias. No es un cantante más: la música es el medio para llegar a la popularidad (como fueron populares Homero o Virgilio). Es un poeta. Uno grande. Y no es casualidad que tenga los mismos gustos e influencias que el propio Harold Bloom.
Hace tiempo que Dylan juega con lo épico, pero cada vez es más directo. Hace canciones más largas (rompió su récord personal de “Highlands”, de 16:31 minutos), las historias son más heroicas y hay más intertextualidad (“Tempest”, de 14 minutos, es sobre el Titanic y comparte frases con La tempestad de Shakespeare). Pero más referencias no significan vaguedad, sino un esfuerzo de reinterpretación casi inexistente hoy en día. Como escribió Bloom, la historia de la literatura está marcada por las malas lecturas. O, al menos, por las lecturas distintas, particulares, de los clásicos de siempre. Y Dylan es experto en eso: darle nuevos significados a los versos más antiguos.
En su discurso de aceptación del Nobel, habla de sus tres influencias principales: el poema épico La odisea, Moby Dick y la novela bélica Sin novedad en el frente. Todas pueden ser clasificadas como épicas. Como al nombrar su propio tema, de vuelta dice de forma implícita que él sigue un legado. Un legado literario que es el más antiguo, más prestigioso y más popular. Con su última canción, “Murder Most Foul”, no hace más que darle esa respuesta tan ansiada a la comunidad Nobel, y también a Harold Bloom, muerto hace poco tiempo.
Seguramente, esperaban mucho más que un single. Bob Dylan les dio todas las canciones.