Las historias sensacionales sobre momentos extremos en la vida de los seres humanos siempre le han llamado la atención al séptimo arte y le han dado sus frutos (basta sólo con pensar en Titanic). 127 horas (127 hours, Danny Boyle, 2010) cuenta una de esas historias increíbles con el agregado sensacionalista de ser una historia real. Pero a diferencia de la mayoría de este tipo de films, 127 horas se apoya en un hecho llamativo pero que podría no ser suficiente para el desarrollo de un film: basándose en el libro de Aron Ralston, Danny Boyle lleva al cine esta sorprendente historia donde el mismo Ralston (James Franco) se va de travesía a Utah, sin avisarle a nadie y, por el derrumbe de una roca, queda su brazo atrapado sin posibilidad de sacarlo. Llamativo, ¿no? Una de las primeras preguntas que me hice antes de ver el film fue: ¿Cómo se la va a ingeniar Boyle para sostener un film con sólo este hecho? Básicamente me planteé un problema narrativo-temporal. Parece ser que el director lo tenía muy bien pensado. Desde el título podemos ver con evidencia la importancia y el lugar privilegiado que tiene el tiempo en el film. Y no es simplemente el tiempo, sino una medida minuciosa de él; es decir, pudiendo fraccionar y reducir el conteo temporal en días, se recurre a una exactitud, 127 horas. Horas, aquella unidad de tiempo con la que solemos manejarnos todos y organizar nuestra vida alrededor de ella, pensando de alguna forma en llegar a controlarlas o pensarlas como indicadores supremos. Y es exactamente así como funciona el aspecto temporal en la película. Danny Boyle sí que se las ingenió para tomar una historia con poco desarrollo y convertirla en película. Es que justamente el espectador es parte de este conteo; ya que no sólo el director fue ingenioso a la hora de tratar una historia con poco desarrollo (algo a lo que no nos tienen acostumbrados las películas mainstream) sino que se jugó a que de antemano supiéramos de cuánto tiempo constaba la peripecia, y siendo una historia real a que muchos de nosotros también conociéramos el final. Entonces, el espectador tiene muy pocas cosas que “adivinar” o de las que se pueda sorprender. Y es aquí donde se propone un juego narrativo entre la temporalidad y la vida/muerte. El tiempo pasa inexorablemente mientras la vitalidad disminuye y los signos de la muerte se encuentran cada vez más cercanos. Las luchas por vivir son cada vez más tenaces, mientras las amenazas de la muerte se presentan implacables. Y el indicador más importante de la progresión hacia la muerte y el alejamiento de la vida es el tiempo. En conexión con esto, el otro elemento que se presenta fundamental en el film es la retrospección. Aron, al estar en esta situación extrema se retrotrae a momentos significativos de su vida y se le presentan en la mente personas con las que han quedado relaciones conflictivas o inconclusas. Y podríamos decir que ésta es una de las formas en las que el director le agrega algún condimento a la historia para darle un poco de movimiento. Sinceramente, lo creo innecesario, sobre todo por cómo se presenta en el film, como historia de culebrón donde nos enteramos de su ex novia, de sus conflictos infantiles, etc. Elemento que, a mi juicio, desentona con el ambiente creado. Por otro lado, no puede dejar de destacarse la natural actuación de Franco, quien sin ser un actor brillante, logra encarnar las verdaderas emociones, el espíritu aventurero y arriesgo característico de Ralston. Si bien su cara bonita es necesaria en un film donde la mayoría son primeros planos, creo que se desplaza del lugar de sex symbol y nos ofrece una actuación a medida. Realmente 127 horas me llevó al límite. Al estar tan despojada de artificios, presentando un incidente tan simple que se convierte en complejo, como espectadora pude sentirme cerca de la situación a cada segundo. Básicamente porque se resalta la condición humana del personaje; humanidad que muestra que bajo circunstancias extremas la supervivencia es el último fin. Y así también se resalta esta carrera contra el tiempo de la que hablábamos al principio, que nos recuerda a cada segundo la condición vulnerable que nos caracteriza, siendo este tiempo el que se vuelve poderoso.