Cuando los hermanos Ethan y Joel Coen estrenaron El gran Lebowski (1998) ya habían ganado un lugar de respeto y privilegio en Hollywood. Fundamentalmente fue con Fargo, su film anterior, con el que fascinaron a la crítica y al público para alcanzar la consagración en el cine estadounidense de los 90, aunque ya llevaban un sólido camino con films como Raising Arizona y Barton Fink. Con El gran Lebowski siguieron apostando al policial negro, pero esta vez introdujeron la desfachatez y el grotesco.
Los personajes extravagantes e inadaptados son característicos del cine de los Coen, pero con The Dude -el protagonista de esta alocada y absurda historia- llevaron la idea del antihéroe al extremo. Aunque su nombre real sea Jeffrey Lebowski, él se hace llamar The Dude y la trama del film comienza cuando unos matones lo confunden con otro Lebowski, un millonario que debe mucho dinero.
El protagonista es un desempleado que hace oda a la vagancia, se pasea por Los Ángeles en pijama y calzoncillos -lo que podría llamarse “ropa de entre casa”-, pelo largo y lentes de rockstar. Interpretado por un Jeff Bridges insuperable, es un hippie eterno con una actitud pacifista pero también una especie de Charles Bukowski, un vago californiano que bebe a cualquier hora, fuma marihuana, se dedica a jugar al bowling (aunque en la película no se lo ve lanzar un bolo) y no tiene intenciones de adaptarse a la sociedad de consumo y productiva.
The Dude lleva poco dinero en su billetera, no parece muy preocupado por el sexo y no tiene grandes expectativas de la vida más que estar tranquilo y sin responsabilidades, lo que hace de este personaje una verdadera declaración de principios contra la sociedad capitalista y sus postulados. En este sentido, el film de 1998 propone otra complejidad de este personaje al introducir una suerte de doppelganger, el gran Lebowski, que es la antítesis del protagonista: millonario, despiadado, iracundo y enfermo por el dinero y la opulencia.
Cuando vemos una película con un personaje fascinante, es muy probable que después de haber salido del cine imitemos alguno de sus ademanes o mentalmente juguemos a que podríamos ser como él. The Dude tiene este efecto en el espectador por su carácter encantador y porque los diálogos están poblados de máximas. De hecho, llevó a la creación de una religión, vigente hasta el día de hoy, llamada “Dudeísmo” que propone la idea de una vida basada en la relajación y el disfrute sin mucha acción.
La trama de El gran Lebowski es ante todo disparatada y puede confundir al espectador, porque la verdadera centralidad de la película es el desarrollo de The Dude, sus aventuras y desventuras y su inmersión en un peligroso caso de secuestro con el que no tiene nada que ver. Él está acompañado de sus amigos Walter y Donny, interpretados por John Goodman y Steve Buscemi respectivamente, que aportan mayor cuota de comedia a este film.
No falta en esta película el humor negro, otra de las claves del cine de los Coen, y el homenaje al policial negro. Pero, sin dudas, con El gran Lebowski, los cineastas se aventuran a una fusión de géneros cinematográficos en concordancia con la llegada de la posmodernidad en el cine. En cuanto a lo narrativo y a lo visual, el film introduce secuencias de corte lisérgico y psicodélico, una forma más de meternos en la lógica mental del protagonista. En cuanto al antihéroe, es un fruto del cine moderno, en el cual los personajes divagan sin un objetivo claro y es la construcción de estos lo que prevalece en la trama.
El gran Leboswki es, en un gran porcentaje, The Dude. Es su protagonista el que la convirtió en una pieza clave de la cultura pop de lo 90 y los 2000, y que a 25 años de su estreno aún luce fresca y fascinante, ya que cada detalle está (des)cuidado al máximo: The Dude es quien todos quisiéramos ser, aunque sea por un rato, pero posiblemente no tendríamos las agallas para imitarlo.