El silencio es un cuerpo que cae es la ópera prima documental de Agustina Comedi, una cordobesa radicada en Capital que decidió contar una parte de su historia familiar. Entrevistas a familiares y amigos con cámara en mano y archivos de filmaciones caseras componen este relato que funciona como una suerte de reconstrucción sobre la memoria de su padre, Jaime.
Agustina elige llamarlo Jaime y sólo en pocas ocasiones “mi papá”. Con una enorme cuota de cariño y compromiso político, Comedi decide contarnos un secreto familiar. Lejos de caer en un amarillismo de mal gusto, El silencio es un cuerpo que cae se vuelve un documento cariñoso pero de militancia LGBT, hasta por momentos un homenaje a la figura de Jaime, ya fallecido. Mediante una cámara íntima, accedemos a los recuerdos de la familia, mezclados con testimonios históricos y subjetivos, relatando las vivencias colectivas y personales de la comunidad LGBT en el marco de los ’80.
La obra suscita variadas interpretaciones, tal vez más reacciones. Conversando con Agustina, charlamos de este proceso de producción, de la recepción, e, inevitablemente, llegamos a las preguntas: ¿cómo es este paso de hacer público lo privado? ¿Cómo es la vivencia de hacer obra la intimidad?
“Cuando yo empecé a contar, a articular un relato sobre mi papá, también empecé a leer y a vincularme con gente que activaba en espacios LGBT y ahí se desbordó un poco de la historia personal. Pero al mismo tiempo me daba cuenta de que lo que yo contaba generaba redes, asociaciones, y era una historia que movilizaba un montón de otros relatos. Entonces, al mismo tiempo que lo contaba, me contaban cosas y ese relato se iba ampliando. Se empezó a armar una suerte de cadena de sentidos.
Y ahí me di cuenta que era una historia que tenía esa capacidad de hacer sentido políticamente, que trascendía muy claramente la historia personal y ahí fue cuando sentí que era importante hacer la peli, porque hay una ausencia de historicidad en el movimiento LGBT. Hay una cosa muy contemporánea de leer las cuestiones privadas en clave política, pero pocas veces se hace un historización de eso.
Después puntualmente pasaron cosas. me vinculé con gays y lesbianas de esa generación, de 70 años, y surgió la sensación de que son historias que necesitan justicia porque son muy dolorosas y no hay un relato que cobije eso porque son conquistas de nuestra generación”.
El archivo de Jaime constituye 160 horas de filmaciones propias caseras y Agustina realiza un trabajo artesanal de selección y montaje en el que, de algún modo, produce junto a su padre, uniendo ambas visiones, por más inocentes que sean los registros de Jaime.
“El montaje es clave. Hay algo que se juntó en forma y contenido. Yo hice varias pruebas con un DF sobre cómo filmar las entrevistas, con una estética determinada, y a mí me hacía ruido con respecto al material de Jaime. Y ahí me di cuenta de que yo a la película la veía como él filmaba: la cámara estaba supeditada a lo que me iba pasando, entonces si me emocionaba en alguna entrevista, bajaba la mirada y bajaba la cámara, eso se ve en la peli. Es una cámara muy asociada a mí, es un termómetro de lo que me está pasando, y eso surgió un poco por el material de él, y ahí hizo un montón de sentido, que tiene que ver con filmar lo íntimo. A mí me marcó un montón su manera de filmar y sentir, esa manera super casera, es un registro supersensible, que genera una ilusión de verdad. Al agarrar la cámara uno genera una ilusión de inconsciente a flor de piel”.
Además de este exhaustivo trabajo con material ya existente y filmado íntegro por Jaime, el film se compone de entrevistas contemporáneas a personas allegadas a la familia y a Jaime. Es a partir de ellos y ellas, también, que reconstruimos su figura, la de antes de ser papá y la posterior, que Agustina logra sintetizarlas mediante un relato inclusivo, comprensivo y respetuoso. Sobre el proceso técnico y emocional, la directora comenta:
“Fue un proceso de más o menos 10 años. Al principio no iba a ser película, fue un proceso muy lento, gradual, muy desde lo personal. Y después nació el deseo de hacer una obra con eso, tuve muchas vacilaciones, muchas dudas, mucho miedo. Y hasta el día de hoy, porque hay lecturas que yo no controlo, porque hay vínculos y personas reales. Hay convicciones políticas y poéticas que me llevan a hacerlo, pero los afectos son parte de ese universo y tampoco se pueden desdeñar, eso también es política, cómo se lleva adelante”.
El silencio es un cuerpo que cae circuló por múltiples festivales a nivel mundial y recibió varias premiaciones, entre ellas la Mención Especial del Jurado en la sección competitiva de Derechos Humanos en BAFICI y el premio a Mejor Película en la Competencia Argentina el Festival Asterisco. En un marco actual de visibiliazión de las luchas feministas, LGBT y de diversidad, conversamos con Agustina sobre su visión del cine actual, los circuitos de proyecciones, qué demanda la industria mainstream y la mercantilización de las luchas que, muchas veces, corren el riesgo de banalizarse y vaciarse de contenido.
“Hay algo muy complicado que tiene que ver con el neoliberalismo. El cine de mujeres o cine LGBT, que fueron durante mucho tiempo resistencia, se volvieron algo casi que hasta deseable, que se solicita desde los festivales, entonces condiciona también la producción. Dejó de ser una cosa revulsiva para ser una cosa completamente aggiornada al sistema. Cómo mantenerse genuino, cómo mantener la potencia de los relatos y discursos es un gran desafío. Hay una grieta muy grande con el cine comercial, que generó una audiencia que casi no va al cine, que necesita historias cada vez más procesadas, más digeridas, y por otro lado los festivales, no todos, pero los más grandes, que hacen una especie de ‘como si’. Se ven algunos relatos que no se corren en lo formal, que no tienen potencia, no dejan de ser para mí la otra cara de Hollywood. Tiene que haber una válvula de escape en la que hacemos de cuenta que estamos rompiendo con algo y en realidad no rompemos con un carajo”.
Actualmente, Agustina se encuentra en la pre producción de su nuevo film, que sigue en la lógica de una militancia política junto a las “minorías”. Si bien el nuevo proyecto aún se encuentra en una etapa muy prematura, la realizadora comenta que es junto a trabajadoras sexuales sindicalizadas que encara la producción.
“Es una reescritura de Los siete Locos de Arlt en clave feminista: cómo se puede concebir y soñar la revolución, qué revolución, cómo sería una revolución y de qué se trata… problematizar todas esas cosas que en el caso de Los siete Locos está condenada al fracaso. Cómo el feminismo, y el tipo de feminismo que yo veo que sostienen las chicas puede, en el universo de la fantasía, restaurar esos lazos que están quebrados. Es una pregunta, si se puede, ¿es posible una fantasía revolucionaria por parte de las putas?”
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Las próximas funciones de El silencio es un cuerpo que cae se darán del jueves 13 al domingo 16 y miércoles 19 de diciembre, a las 22:20h en el Cine Cosmos UBA (Av. Corrientes 2046, CABA).