Anahí Berneri es, sin duda, una de las directoras más valiosas que tenemos en nuestro país. Habiendo abierto su cine al mundo con Un año sin amor (2005), su carrera se erigía muy prometedora. Centrándose en general, en pequeños (pero enormes) retazos de la vida de un personaje que por algún aspecto es un outsider, Berneri siempre es exitosa en la introspección: en lo que duren sus cintas se las arregla para explorar las profundidades de sus personajes y conectarlos íntimamente con el público. Alanis, su nueva producción, es la expresión máxima de todo esto, muy al estilo de su ópera prima; con una celebración más que relevante desde la crítica, la película le valió la Concha de Plata a Berneri por mejor dirección en el Festival de San Sebastián, convirtiéndola en la segunda mujer de la historia del cine en recibir este galardón.
Alanis muestra en una hora y media de metraje las peripecias de una prostituta en Buenos Aires, interpretada por Sofía Gala Castiglione. Pero Alanis (a quien le preguntan varias veces si le pusieron ese nombre por Morissette y ella mira con un tanto de desconcierto), es un sujeto que vive poniendo el cuerpo: como madre, como mujer trabajadora, como sujeto individual, como amiga… parece que todo pasa por su cuerpo. Desde el preciso momento en que arranca el film, lo que pondera es el cuerpo desnudo y acalorado de Alanis, limpiando el baño mientras se da una ducha. Su hijo (Dante Della Paolera, hijo real de la actriz) pasa la mitad de la película tomando la teta, casi como una militancia, mientras que la directora elige una cámara que se posa en espacios insólitos e inciertos del cuerpo de Sofía Gala: un espacio en su cuello, sus caderas, o simplemente en la piel; el cuerpo de Alanis es el verdadero protagonista de esta historia, con rodillas sangrantes, con las tetas de madre y de puta, con la ropa barata que se cae, durmiendo en colchones mal acomodados, proveyendo a esa pequeña familia de lo básico y nutricional y del dinero para sobrevivir día a día.
Alanis es una película que cae justo en nuestra época, en la que el feminismo está en ebullición constante y la decisión sobre el propio cuerpo y potestad sobre éste es una lucha en proceso de conquista. Alanis es criticada por su tía por preferir el trabajo sexual antes que ser empleada doméstica, y ella intenta incluso entrar en el sistema de los trabajos considerados “socialmente dignos” y no puede, no quiere. La tía (junto con la policía) ofician de la mirada hegemónica en torno a la prostitución, signada principalmente por la estigmatización, porque en el resto del film el universo por excelencia es el de las putas, en una Buenos Aires calurosa, lejos de los centros de la cultura, en el corazón de Once.
Sofía Gala, para sorpresa de muchos, lleva adelante el papel como pocas podrían haberlo hecho: con naturalidad, con algo de tristeza y cansancio en los ojos pero siempre arriba, con una fortaleza que la determina, con la cara de una piba de 22 años pero con la experiencia de una mujer de 40. Su personaje nunca se detiene a pensar o a lamentarse, no se arrepiente ni se acobarda, sólo sobrevive. Berneri muestra así, todas las facetas del oficio, no es una mirada sesgada, es, de hecho, tan realista que no se le puede reprochar nada. Alanis es una obra completa, actual y tan natural en su veracidad que funciona y funcionará como marca de época.