Para empezar estamos frente a una película que muchos críticos critican en el sentido peyorativo de la palabra porque a lo que en realidad les falta sentido son a sus palabras, son las palabras las que quedan mal paradas, no las imágenes. Las palabras a veces no alcanzan para transmitir cosas que la imagen puede sintetizar a través de ciertas sensaciones y duraciones que tiene como elemento propio el cine. Explicarlas en el asiento cómodo del entretenimiento no hace más que desajustar y empezar a persuadir. Medir una película como esta, con la misma regla que a cualquiera sería un acto de no entender lo que se está viendo: el cine te llena de expectativas, pero es el trabajo del espectador no esperar nada y dejarse llevar. Así se disfruta este cine.
El auge del humano es una película que está más al tanto de generar una sensación que de contar una historia, se confía en la imagen y toda su potencia, desde su tamaño hasta sus duraciones concretas. Se esquivan los primeros planos ya que se genera un ambiente mucho más grande y fuera de uno, pero el auge de lo humano es ir cada vez más profundo porque el hundimiento es lento y cotidiano.
Historias que se unen en diferentes partes del mundo porque en todas partes todos somos uno. En Argentina un chico está disconforme con su trabajo, su ciudad está inundada y cuesta caminar por la calle, entonces cuesta caminar por la vida; pero así por el agua se une también una tercer historia donde en el río sólo se nada, total el agua siempre es agua y los jóvenes siempre son jóvenes en cualquier lado. Lo que diferencia son sus distancias y así sus acercamientos. Internet, al igual que el agua, es lo mismo en todas partes y la globalización hizo que lo natural del planeta no sea lo único reconocido por gente de diferentes lugares como lo único parecido, sino que lo natural también es parte del auge de lo humano y, como animales sexuales, internet hizo darse cuenta cuán parecidos son los pibes en Argentina y Filipinas. Los pibes hacen lo mismo en todos lados. Encerrarse en lugares pequeños, ya sea en cuevas o encuadres digitales con otros compadres; y así, buscar la soledad y el rechazo a sus trabajos que nos hace a todos tan parecidos. Sea en Argentina, Mozambique o Filipinas.
En cuestiones técnicas ya ni es necesario hablar de planos secuencia porque esto es una forma de presencia en el espacio, un personaje como cámara sintiendo sus pasos, invisible, como en el cine, pero presente. A veces los personajes se escapan de la cámara y corren lejos, pero la cámara se toma su tiempo de alcanzarlos sin recurrir al corte, ya que las distancias son pinceladas de un experimento y las elipsis son pocas pero poderosas. Las caminatas que siempre son elipsadas, son acá el pincel narrativo.
Su director es Teddy Williams y este es su primer largometraje, estrenado en Locarno. Previamente, Williams hizo varios cortos, entre los que se destaca Pude ver un puma, premiado en varios festivales del mundo y habiendo llegado a la alfombra roja de Cannes. El videoclip de Coiffeur del tema “Tan atentos a que nada” es parte de uno de sus cortometrajes. En todos sus trabajos se ve el trabajo con el espacio, haciendo de ciertas regiones paraísos apocalípticos que pertenecen a una distopía prolongada en angulares. Se trabaja el mismo lenguaje que va cambiando en pequeñas cosas para ir diciendo lo que se dice en silencio, dejando hablar a las imágenes que tienen mucha agua para decir, mucho cielo, mucho viento; y después del desastre, la supervivencia humana.