La producción más reciente de Álex de la Iglesia contiene muchos recursos típicos de su estilo, teniendo como eje las situaciones tragicómicas que se desatan entre un grupo de personas ecléctico y desconocidas entre sí, a partir del encierro y la incertidumbre. En un bar del centro de Madrid quedan encerradas ocho personas luego de presenciar un tiroteo insólito en plena calle, a pleno día. Entre todos, y en la paranoia del encierro, intentarán dilucidar qué está pasando, al tiempo que cada uno va mostrando sus costados más ocultos y dudosos.
Durante los primeros cuarenta minutos, la tensión entre los personajes es tremendamente histriónica y frenética; y constituye el núcleo de la acción manteniendo al espectador con la mirada súper activa, recorriendo los pedacitos de cada personaje que vamos conociendo, eligiendo de a poco a su favorito, que cambiará en pocos segundos. De la Iglesia trabaja con maestría el efecto de caras y caretas, el eclecticismo de esa reunión fortuita y trágica.
Los personajes, en el forzado encierro, no tienen más opción que confiar en este otro descocido y tan sospechoso como todos y uno mismo. Esto hace que se desaten, sobre todo al comienzo de la cinta, diversas situaciones tan delirantes como cómicas, presentadas de manera frenética. A medida que estos momentos se van agotando, los enfrentamientos dentro del bar se complejizan y agudizan, tanto que el afuera y el tiroteo iniciático dejan de importar, y la trama se circunscribe al conflicto de “sálvese quien pueda” dentro del recinto, al dilucidar entre todos, que hay un muerto en el baño y que este podría contener malaria. Así, el grupo de encerrados se divide en infectados y no infectados, creando un suerte de guerra interna.
Lamentablemente, el ritmo del film entra en un valle a partir de este quiebre narrativo. Las situaciones que al principio eran producto de humor inteligente y filoso (como nos tiene acostumbrados el director español) comienzan a convertirse en ridículas algunas y otras en predecibles. A partir de allí, la historia toma una dirección distinta, que deja de sorprender y se adapta más a un formato hollywoodense que a las historias desopilantes que caracterizan el cine de De la Iglesia.
En un primer momento la dirección del film parece apuntar a las viejas época de La Comunidad o El día de la bestia, pero luego desciende a un humor y narración más cercano a Las Brujas de Zugarramurdi. De todos modos, identificamos este “irse a la mierda” de la historia como otro recurso típico del realizador, una apuesta a la ficción delirante con una narrativa convencional pero con situaciones que salen del molde.
Las actuaciones, podríamos decir, son la pieza fundamental para llevar a cabo este guion arriesgado y presentan un elenco exquisito: Jaime Ordóñez junto a Terele Pavez y Carmen Machi podríamos decir que conforman la triada responsable de los mejores gags, las mayores oscuridades y los momentos más épicos del film; se amalgaman de maravilla, brillan en sus singularidades y denotan una comodidad en la interpretación que otorga altísima verosimilitud y deja pasar algunos baches narrativos.