Que Quentin Tarantino califique a una película como “la mejor del año” ya me parece razón suficiente para encararla. Big Bad Wolves es un film con grandes tintes e influencias tarantinescas, con pasajes que nos recuerdan a la gran Resorvoir dogs, planos típicos usados por el excéntrico director, violencia exacerbada con betas de humor negro, un hilarante guion y el tópico de la venganza como leit motiv. Si tuviéramos que hacer encajar la película en un género, tarea harto anquilosada y tediosa, podríamos hablar de policial tanto como de comedia. La mezcla de géneros y la imposibilidad de división es algo tan real, actual como maravilloso. La riqueza de este film, pasa justamente por la mixtura de influencias, géneros y recursos. La historia va más o menos así: ha ocurrido un espantoso episodio contra una niña, la han drogado, violado y asesinado. Encontramos un solo sospechoso quien, desde el comienzo, es el foco de tortura. Tenemos al padre deseoso de venganza, enloquecido por sangre y a un policía justiciero que cruza los límites de su trabajo para encontrar la verdad y hacer justicia. Y básicamente, todo el film constituye la tortura en sus distintas expresiones, como forma de hacer hablar al degenerado. Así, la venganza se convierte en un arte, y este padre deseoso de vengar a su hija construye un palacio de tortura, con todos los elementos necesarios para cada ocasión planeado con mucho cuidado. La historia es tan disparatada y sorprendente, que todo lo estipulado se desarma en un mar de confusiones e interrupciones permanentes que van logrando subir al máximo el nivel de tensión e incertidumbre. Lo interesante de esta narrativa a través de la tortura es el juego psicológico que se logra en el espectador: el torturado está construido de modo que nunca pensaríamos en el como el culpable, pero a medida que transcurre la historia comenzamos a dudar y nos pasamos el film oscilando entre la culpabilidad o inocencia del sujeto. Uno de los aspectos mejor construidos del film es un ritmo narrativo. Los personajes no tienen un carácter estático y correspondiente, sino que muestran facetas ridículas y desopilantes, de verdad no se pueden anticipar sus acciones ni reacciones. Y como consecuencia de esto, las situaciones que se presentan no tienen ningún tipo de conexión con los hechos que deberían concatenarse según los géneros. Tenemos un suspenso suplicante que nos mantiene con los puños apretados y que es cortado por pasajes de humor negro tan histriónicos y tajantes como una gillette. Escenas de torturas espantosas que al segundo se transforman en situaciones hiperridículas o en inusitadas críticas sociopolíticas. O incluso el mismo argumento del film, tan angustiante y horroroso se utiliza como denuncia pero de modo alternativo y novedoso. Este ritmo híbrido hace que la película transcurra con sorpresa y diversión, no existe el tedio sino que es un permanente frenesí.