Bong Joon-ho es un director de cine coreano responsable de una obra inclasificable que transita diversos géneros. Pueden ser perritos que desaparecen en un barrio de los suburbios, o monstruos que acechan en el lago, su filmografía presenta historias inusuales de las que se puede trazar una flecha, uniendo conceptos, visibilizando sus tonalidades y pensamientos. Por más extraño que sea el relato, no importa su temática, su faro es el conflicto de clases y su cine distorsiona su mensaje en parábolas. Es trabajo del cine llegar a la mente de quien ve y poder ser descifrado. Bong Joon-ho es un director que, película tras película, construyó un universo muy parecido al nuestro pero con sus propias reglas morales.
La obra más metafórica a la importancia social de su cine quizás sea Snowpiercer (2013), una película de ciencia ficción en la que un tren se encuentra viajando a velocidad entre la nieve hace muchos años sin detenerse y transportando a los únicos sobrevivientes de la humanidad. En esta distopía de hielo, el tren es una sociedad en la que atrás vive la miseria y adelante se encuentran el lujo y el poder. Los vagones son los eslabones que un grupo revolucionario debe atravesar para cambiar el status quo. Pero para eso debe derramarse mucha sangre y descubrir misterios impensables. Snowpiercer resume el mundo a un transporte, pero la vida es la misma, una escala piramidal pero con forma de tren, donde abajo se duerme apretado y arriba se vive como rey.
Parasite (2019) no es tan oscura como Snowpiercer, pero solo en apariencia. Detrás de unos grandes y luminosos ventanales, se esconde por contraste la esencia de las personas. La historia comienza con un joven desempleado que consigue una suplencia para ser el profesor particular de inglés de una adolescente adinerada. Cuando encuentra la oportunidad, la aprovecha, y así de repente su familia entera trabaja para la casa. La trama combina el misterio con el absurdo en parpadeos fugaces que hacen de lo extraño algo completamente lógico. Esta escala social también aparece en la casa, como así sucede en el tren: arriba, los patrones y sus reglas, y debajo, la familia protagonista, clase trabajadora, aunque no es el último eslabón. La película sorprende con sus vueltas de tuerca, haciendo de una película de humor negro una acusación a un contexto global. La casa o el tren, son solo excusas para exponer cómo funciona la realidad capitalista.
Esta mirada arquitectónica de las cosas puede entenderse de varios sentidos, y la presencia permanente de ese “abajo” se vuelve repetitiva y uniforme. Puede ser el sótano de la casa en Parasite o el vertedero de cadáveres del monstruo en The Host (2006), el abajo siempre dice algo para Bong Joon-ho, sea una cuestión social o filosófica. “Debajo de la escuela vive un loco” dicen unas estudiantes a los policías en Memories of Murder (2003), pero no le dan mucha atención. El abajo siempre es desapercibido como si no existiera o no sucediera nada, pero para Bong Joon-ho es esa concentración de pulsiones encerradas dispuestas a lo que sea para cambiar su posición. Solo que están esperando el momento adecuado para evacuar y eso puede llevar una eternidad. El subsuelo del edificio en su primer largometraje Flandersui gae (2000) también es el escenario de aberraciones como la de un portero que se alimenta de perros que recolecta en su horario laboral.
A Bong Joon-ho le interesa lo salvaje y la crueldad, la oscuridad de lo bestial y también su empatía. Hay dos películas de su filmografía que indagan en criaturas fantásticas elaboradas en un laboratorio, por error o fábrica. De un lado, el terror en The Host, y por el otro, la compasión en Okja (2017). El monstruo de The Host no da miedo, tampoco parece que el objetivo sea asustar. Sino que al momento de elegir un guion como este, la premisa fue de ahondar en el comportamiento humano frente a una atrocidad sobrenatural. Y mientras el monstruo se come a las personas, la película describe otro tipo de emociones en un círculo familiar contra el Estado. Okja, por el contrario, saca el sentimiento más noble de quien la mire, al punto de que puede ser difícil volver a comer carne de la misma manera que antes. Cuando el director conjuga su lenguaje con figuras que no pertenecen a nuestro universo no es para hacer una película fantástica, sino para hablar de cómo se rige nuestra realidad.
Okja es un cerdo gigante prefabricado, una especie en peligro de extinción y de ser elaborada a grandes escalas para su sufrimiento. En este animal ficticio vemos impregnada toda la crueldad impuesta en la producción en masa del alimento. Perok Okja no es una pancarta vegana, sino una alerta a la hipocresía de la sensibilidad animal de las personas, ese mundo dividido en comida y mascotas. Okja tiene mucho del color de las animaciones de Hayao Miyazaki, es su película más sensible y Bong Joon-ho lo maneja todo con sutileza, sabiendo espléndidamente cómo tratar la narrativa. Okja no solo muestra la relación del animal con la niña protagonista, sino también una parte de activismo político donde vuelven a aparecer esos sentimientos de rebeldía por parte de un colectivo y su lucha contra la industria ganadera. Okja es una película que pone en jaque nuestras emociones, nos hace retorcernos por dentro, pero el mundo afuera es otro. Pasa del colorido verde de la naturaleza explotado de sentimientos amigables, a la oscuridad metálica y electrizante de un matadero. Esos dos grandes polos que se ponen en diálogo están atravesados por una locomotora socioeconómica. Okja es una película dura de una realidad inmutable, que a la media hora olvida su fantasía y se revela como una obra crítica lejos de ser una historia infantil.
Semanas atrás sucedió un hecho relevante en el mundo policial, desde los medios coreanos la noticia atravesó el océano y llegó a otros tan dispares como diarios populares hasta sitios específicamente cinéfilos. La policía de Corea del Sur dio a conocer que, después de más de 30 años de búsqueda, creen haber dado con el asesino del enigma sin resolver del que Bong Joon-ho se inspiró para hacer su película Memories of Murder. A partir de esta noticia, el director nuevamente volvió a ser recordado por todo el mundo, como si haber ganado la Palme D’Or en Cannes no hubiera sido suficiente para enaltecerse como uno de los directores más importantes del momento. Y esta es una forma muy literaria de retomar una obra maestra como Memories of Murder, como si desde el año en que se estrenó montones de seguidores del director estaban esperando que la misma realidad le de un cierre final a la historia. Pero Bong Joon-ho es mucho más crudo con los finales, porque te dice constantemente que no existen. Y si son felices son irreales, más que un monstruo o un cerdo gigante.
En sus dos obras detectivescas, Bong Joon-ho lleva el paso a paso de un caso exhaustivo sin respuestas. Las huellas en Memories of Murder son poco indiscernibles y entran en juego elementos más poéticos: la canción en la radio cuando llueve, por ejemplo, o ese traqueteo del tren latente que es parte protagonista aunque no al nivel de Snowpiercer. El cine negro se diferencia del policial clásico, una vez que los valores morales de la institución se corrompen, se representan como enemigos o como piedras en el camino. Memories of Murder es el relato de unos crímenes que burlaron a un país entero y pusieron en tela de juicio la eficiencia del poder de seguridad. Por otro lado, Mother (2009) rebela su mecanismo y saca a la luz todos sus defectos. A raíz de un crimen, una madre debe encontrar las pistas que la lleven a resolver el misterio para sacar a su hijo de la cárcel. La policía no la ayuda, es el bando opuesto, por eso busca formas alternativas a las que tiene el juego. Mother es una lucha completa de una mujer contra el sistema, llena de valor y una exaltada belleza visual propia de su director. Bong Joon-ho coquetea con todos los géneros pero su faro siempre es el mismo.
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Foto principal: Boong Joon-ho durante el rodaje de Snowpiercer / Wild Side Films.