Si tuviéramos que recomendar una película de Martin Scorsese a una persona que nunca se ha topado con su obra y quisiera conocer sus rasgos más definitorios, esa sería Goodfellas. Buenos muchachos, como se la conoce en español, es el film definitivo de la poética del director, tanto por la historia que narra, los recursos cinematográficos y narrativos que elige para contarla, como el grupo de actores que la representa. Goodfellas cumple 30 años y hace menos de un año fue resignificada por su mismo director en The Irishman.
Goodfellas es todo lo que un film de gángsters de 1990 debe ser. Con un camino bastante recorrido por el género y también por su director, la película muestra qué tan aceitado se puede estar en contar una historia de mafiosos y en intentar retratar ese mundo que está por fuera de cualquier normalidad siendo cómico, cariñoso y crítico. Un joven y principante Ray Liotta interpreta el papel principal, Henry Hill. El relato está guiado por su voz en off que cuenta la historia desde que él era un niño y soñaba con ser un gángster. Desde el comienzo se plantea la idea de una vida sobresaliente y extraordinaria: el narrador plantea el anhelo de la vida gángster como el deseo de no ser un “ciudadano normal” con las preocupaciones y problemas normales. Se abre así una esfera diferente de la vida comandada por los “wise guys” (los vivos), donde el dinero, la familia y el crimen conviven de manera natural y desmedida a la vez. Esta idea de una vida con reglas diferentes se sostiene durante todo el film para cerrar perfectamente en el final: la narración que Scorsese elige no tiene una sola mancha, sino que recorremos la vida y las peripecias de Henry con una progresión perfecta.
A Liotta se le suman los favoritos de Martin: Robert De Niro y Joe Pesci, junto a actores destacados como Paul Sorvino. Este grupo de gángsters de origen italiano algunos, e irlandés otros, recorren la vida con la filosofía de obtener lo que desean a cualquier costo como si todo les perteneciera, pero ni el asesinato ni el robo ni la violencia física tienen alguna carga superlativa para ellos. En este sentido, el personaje de Pesci es el más representativo: un tipo de fuerte sentido del humor y temperamental que puede matar de puro nerviosismo. Solo basta recordar la famosa escena “Funny how?”.
Hay un punto fundamental en la historia y es la familia. Justamente por eso, la voz en off de Karen, esposa de Henry, también tendrá lugar en la narración. Uno de los más bellos y siniestros paralelismos que plantea Scorsese es el del alimento y el crimen. Esta simultaneidad se ve con fuerza en el climax final, mientras se prepara una bolognesa a la par de una enorme acción criminal. La significancia y el poder del alimento como elemento cotidiano, familiar y fuertemente italiano, recorre las acciones de los gángsters que lideran este relato. Así marca que lo que son eventos extraordinarios para el común de la población, para los “wise guys” se equiparan y se conciben como a la mera función de cocinar y alimentarse.
A los valores clásicos y tradicionales de la familia se le unen fuertes códigos morales. Y ahí nace el cinismo de Scorsese al contar esta historia: el de crear una especie de héroes (los vivos), auténticos criminales pero que encuentran inconcebible pensar en el divorcio o en el abandono de la madre. De más está decir que a este sistema de valores lo recubre una fuerte estructura patriarcal que inevitablemente deriva en machismo, generando escenas hoy difíciles de ver.
Goodfellas es maestría cinematográfica. Con más de dos horas de metraje organiza su narración de una manera completamente entretenida, mediada por grandes diálogos y una banda sonora única. The Rolling Stones, Cream, George Harrison y el triunfal cierre de “My Way” interpretada por Sid Vicious. “A mi manera” es la manera en la que viven los incorruptibles “wise guys”, los irónicos buenos muchachos que construyen una vida por encima de lo que cualquiera nombraría normalidad. Ray Liotta es el representante del ascenso, la caída y el portador de todos los clichés del gángster. Scorsese retrata en esta obra el humor, el suspenso, el sexo y el drama de maneras que se nutren del cine previo del género pero condicionaron al venidero.