Un hombre atormentado por su muerte inminente anunciada por una extraña voz, sus fantasmas, un pueblo chico y un infierno grande, paisajes tan hermosos como abrumadores y un catálogo de personajes representando pecados capitales. James es un sacerdote atípico. Se mezcla entre los mundanos, bebe alcohol, pierde sus estribos pero se empeña en expiar sus pecados y servir al prójimo antes de su anunciada muerte. En una semana deberá realizar todas las materias pendientes de su vida porque en pleno confesionario, un ciudadano misterioso le avisa que lo va a matar el día domingo como venganza de haber sido violado por un sacerdote. Mientras tanto, nos vamos topando con una variedad de caracteres bastante patéticos, dejando al descubierto sus miserias. Estos, a su vez son todos los sospechosos que tenemos en la lista y que, inevitablemente vamos analizando para encontrar el futuro asesino. Cada uno de los personajes deja ver espacios de sí mismos que nos llevan a sospechar de todos. En este punto, el film toma una suerte de dirección policial, aunque su clima es el de un hondo drama; sin embargo, este aspecto no evita que el humor y la ironía estén presentes por momentos y hagan el ritmo muy llevadero e interesante. Así mismo, la cuota de suspenso que supone no saber quién lo quiere matar y si de hecho sucederá, le otorga a la historia un costado dinámico al dramatismo que la reviste, que en buena medida esta sostenido por una banda de sonido a la altura y una virtuosa fotografía. Los escenarios son los imponentes paisajes irlandeses, que ya han sido visitados por otros filmes por su enorme atractivo, que logran dar un clima que acompaña el vértigo de la historia.
