En un espacio idílico, donde brilla el sol, vuelan las mariposas, cascadas frescas caen frenéticas, y los árboles rodean el paisaje montañoso, vive una particular familia: un padre con sus seis hijos habitan la naturaleza en su purísimo estado. Cazan, se enlodan, se bañan en los arroyos, dividen las “tareas del hogar” en una convivencia cooperativa, encienden el fuego con piedras y realizan su educación casera bajo las ramas de los árboles. Pero esta paz de comunidad hippie aislada se ve alterada por la muerte de la madre de la familia. ¿Qué hacer cuando la mamá de tus hijos se muere pero sos demasiado hippie como para sucumbir a las reglas del capitalismo e ir a su funeral?
La mamá de los niños dejó en su testamento la petición de ser cremada y sus cenizas arrojadas al inodoro, jamás velada y enterrada como en la religión católica. Su marido y sus hijos quieren evitar que no se respete el deseo budista de su madre, así que contra la negativa del abuelo a que aparezcan en el funeral, se embarcan en un autobús llamado Steve para hacer justicia ideológica. Captain Fantastic cuenta esa historia, la odisea de Ben (un genial Viggo Mortensen), el padre de esta familia alternativa, para mantener sus principios frente a cualquier circunstancia. Sus cinco hijos, educados dentro de la libertad de pensamiento, que festejan el nacimiento de Chomsky casi como un feriado nacional, cazan su propia comida, realizan extensas rutinas de ejercicios y prácticamente no tiene ningún contacto con lo que llamamos el “mundo real”, deben cumplir una “misión” para despedir a su mamá como corresponde. Así, la película que comenzó en el paraíso terrenal se convierte en road movie, donde estos personajes aislados (o inadaptados) deben enfrentarse al mundo de los Mc Donald’s, celulares, Xbox y cultura pop.
El mejor atributo de Captain Fantastic es su actualidad: estamos en una época donde las “culturas alternativas” (si es que existe tal cosa) completan el escenario posmoderno, oponiéndose a todo este “sistema de opresión” y planteando una forma de vida que, la mayoría de las veces, resulta insostenible. Lo cierto es que para muchos de nosotros, estas cuestiones se vuelven ambiguas; todavía conservamos algún dejo de idealismo sobre salirnos del sistema, como decíamos en la adolescencia pero disfrutamos de casi todas las comodidades del capitalismo con mucho placer. Así es que los más heroicos (y más enojados) se ven obligados a tomar una posición extrema intentando retar al enorme monstruo devorador. Ben representa ese extremismo, que dentro de su filosofía de libertad termina siendo un déspota, que priva a sus niños de conocer la realidad que vive la mayor parte del mundo. La hermana de Ben, un personaje de corta aparición pero fundamental en la historia, es el puro antagonismo. Ella lleva adelante una familia modelo, con niños alienados con sus celulares, ignorantes y nada creativos.
Esta película me resultó muy simpática, en primer lugar porque esa es la clave en la que está narrada, y en segundo lugar porque intenta sintetizar las dos posturas anteriores. Si bien por momentos es el grupo de los alternativos es el que queda ridiculizado por sus posiciones por demás extremas , también los “capitalistas” tienen su momento de ser criticados, por seguir de manera ciega las imposiciones del sistema. A pesar de ser personajes súper estereotipados, el punto está claro y logrado, y tanto el desencanto como el dolor se convierten en vivencias de aprendizaje y creatividad.