Doug (Cris Lankenau), vuelve a Portland, en la fría Oregon, sin mayores planes, luego de abandonar la promisoria carrera de Ciencias Forenses, para vivir temporalmente junto a su hermana Gail (Trieste Kelly). Su vida es una rutina basada en el deambular por caminos circulares, sin proyección, hasta que encuentra un trabajo en una fábrica de hielos (¿cuando se hará un slasher que transcurra ahí?). Una vez activa su vida en función a este nuevo oficio, se reencuentra con su ex-novia que casualmente vuelve a la ciudad. Mientras, en su nuevo trabajo, Doug, conoce a Carlos, un compañero que se introduce en la vida del protagonista de manera brusca, acompañándole en su interés detectivesco por las novelas de Sherlock Holmes. En ese momento, los personajes están servidos para ser comprendidos por el espectador, pero nos quedamos en el intento vano de esperar sentados que la narración nos sorprenda con el golpe de efecto, la vuelta de tuerca, el asombro. Elemento necesario para Hitchcock, que tiene por objeto capturar la atención del espectador. Pero no. Ese momento nunca llega. Esto lo menciono con un dejo de decepción, porque el estilo minimalista del accesorio narrativo (escaso acompañamiento musical, una fotografía muy sobria), apuntaba a centrar el peso de la atención en el nudo argumental, y ese momento nunca llega. Podríamos claramente estar hablando de un programa piloto, del intento de proyectar un cuento mayor, pero no, simplemente nos quedamos con las ganas. El director busca capturar un aire indie, mostrando como telón de fondo a una sombría Portland, y una camada de personajes desarraigados, que parece vivieran con sus cabezas en otro lado, pretendiendo que empaticemos con sus ansias y gustos, logrando que simplemente nos alejemos ante la falta de interés. En los 70’s se decía que el cine de Eric Rohmer era como ver crecer una planta. Un cine contemplativo y si lo podemos caricaturizar en una palabra: lento. Pero el director francés contaba historias que proyectaban debates, entregaba personajes complejos, llenos de matices, como la vida misma, donde en una sola película tenías comedia y drama, sin que por eso te sintieras manipulado como espectador.
A favor, los actores resultan convincentes, proyectando naturalidad e ingenuidad como elementos primordiales de la película, donde la falta de adornos estéticos juega en pro de una puesta en escena sencilla y carente de pretensiones grandilocuentes. En buenas cuentas, hablamos de una película amable y apacible, como un día domingo permanente, pero fría y gris como la ciudad que sirve de fondo a una historia de hermanos, ex parejas y amigos que simplemente quieren escapar de una vida plana, con tan poco que aportar, que simplemente, en unos minutos, la olvidemos.