La mujer en la ventana (The Woman in the Window), basada en la novela homónima de A.J. Finn de 2018, está protagonizada por Anna (Amy Adams), una psicóloga infantil que sufre de agorafobia y no puede salir de la enorme casona que habita en Manhattan. Su exesposo y su hija viven en otra ciudad, así que ella pasa sus días deambulando sola entre esas paredes, siempre con una copa de vino en mano. Sabe que no debería mezclar alcohol con la medicación que le receta su psiquiatra, pero parece que ya no le importa o no le queda otra.
Aburrida en su aislamiento -cualquier similitud con nuestro propio tedio pandémico es pura coincidencia, de hecho el film se filmó en 2018-, Anna adopta como pasatiempo una obsesión con la vida de sus vecinos del edificio de enfrente, cuyos amplios ventanales libres de cortinas facilitan convenientemente el don del voyeurismo. Cuando una nueva familia se muda a uno de esos departamentos, pronto entabla una relación con Jane Russell (Julianne Moore) y su hijo Ethan (Fred Hechinger) cuando la visitan por separado. Y luego -para sorpresa de nadie ya que estamos ante una especie de homenaje a La ventana indiscreta (The Rear Window, 1954) de Alfred Hitchcock-, Anna mira por la ventana y es testigo del crimen de Jane en manos de su marido Alistair (Gary Oldman).
A partir de allí, lo que sigue es un tire y afloje entre lo que realmente ocurrió y la delicada salud mental de Anna y las alucinaciones que le pueden provocar un nuevo medicamento. Los giros argumentales se suceden, en muchos casos torpes y absurdos, siempre amparados por los trastornos mentales de la protagonista. Aun así, prevalece la confusión en vez de la inventiva y el desenlace es predecible y anticlimático.
Con dirección de Joe Wright, director de Pride & Prejudice (2005) y Darkest Hour (2017), entre otras, La mujer en la ventana intenta ser un thriller psicológico clásico pero aunque le ponga todas las ganas fracasa. Si no hay una atmósfera de tensión bien construida y desarrollada, no alcanza con ciertas decisiones estéticas en esa dirección, como la música -gentileza de Danny Elfman-, la puesta teatral, la cuidadosa paleta de colores en la fotografía o determinados movimientos de cámara, mucho menos las referencias hitchcockianas explícitas en el planteo de la trama y en el hecho de que Anna se la pase maratoneando películas en blanco y negro. Al contrario, esta exhibición constante de un extraño ideal de la cinefilia que está muy lejos de ser alcanzado no hace más que dejar la película en ridículo y volverla algo caricaturesca.
De hecho, a medida que avanza el metraje, estas cuestiones no dejan de volverse desconcertantes. La mujer en la ventana concluye como una ensalada de géneros para nada agraciada, al punto que la última media hora se vuelve gore y camp justo después del momento más dramático y depresivo de la protagonista. Semejante desajuste en el registro es difícil de entender. Y la película se toma a sí mismo demasiado en serio como para permitir algo así. Quizás ese sea su mayor problema.
La mujer en la ventana está disponible en Netflix.