¿Puede un apocalipsis convertirse en una declaración de optimismo ante la vida? Stephen King y Mike Flanagan demuestran que sí en La vida de Chuck, la película de ciencia ficción basada en el texto homónimo del escritor estadounidense y dirigida por el responsable de La maldición de Hill House. Aunque ambos creadores están estrechamente vinculados al mundo del terror, esta película solo toma algunos recursos narrativos del género y no se inscribe plenamente en él. Lo crudo, lo violento y lo aterrador no tienen cabida en un film que reflexiona sobre la muerte desde una perspectiva filosófica y humanista.
El pensamiento de Carl Sagan y Walt Whitman configura gran parte del universo de esta historia —incluso contradiciéndose entre sí—, que avanza de atrás hacia adelante para narrarnos la vida de Chuck, un hombre común que muere al inicio de la historia. Dicen que, al fallecer, nos enfrentamos a toda nuestra existencia, y eso es precisamente lo que propone este film: tras la muerte del protagonista, comenzamos a descubrir su familia, sus pasiones, sus dolores, hallazgos y experiencias.

Tom Hiddleston interpreta a Chuck en su vida adulta y protagoniza una escena de baile que justifica por completo la película. Como homenaje a los musicales del Hollywood clásico —incluso a través de la escenografía y el vestuario, que resultan anacrónicos respecto a la temporalidad del film—, el actor imprime su mayor acto de liberación en esta danza a dúo, que constituye el fragmento más destacado del largometraje.
Por su parte, Benjamin Pajak se encarga de interpretar a Chuck en su infancia, y lo hace con toda la ternura y picardía que el papel requiere. De esta manera, la historia pone el foco en la construcción de un “héroe” común, aquel que no posee cicatrices de grandes batallas —sino más bien de episodios de torpeza—, que no exhibe masculinidad ni logros laborales destacados. Aun así, La vida de Chuck nos plantea que, cuando una persona muere, existe todo un espectro de universo y seres que mueren con ella, tanto aquello que conoce como lo que imagina.

Para narrar esta historia, que aborda la muerte como un pequeño paso más dentro de este universo infinito, Flanagan —al igual que el relato original— recurre al desorden temporal, a la revelación paulatina de información y al misterio que conecta factores aparentemente dispares… el auténtico enigma de la vida.
La vida de Chuck no presenta fallas, pero puede resultar un tanto empalagosa por su optimismo constante y por la bondad algo inverosímil de todos los personajes. Aun así, estamos ante un film situado en nuestro tiempo, donde todo parece al borde de la destrucción, y que también coloca al ser humano en el lugar que le corresponde: un sujeto mínimo dentro de un universo inconmensurable.
La vida de Chuck está en salas de cine.