Yorgos Lanthimos venía anticipando desde hace tiempo el lanzamiento de su nueva película, Pobres criaturas, y creando una gran expectativa a su alrededor. Como sucede en escasas ocasiones en el cine actual, el film estuvo a la altura de su revuelo de marketing, ya que se presenta como una obra desafiante, incorrecta y de alto nivel artístico.
La sucesora de La favorita (2018) es una película ante todo compleja, que busca abarcar algo tan vasto como es la condición humana. No solo que logra hacerlo por los puntos de vista que va adoptando y por cómo selecciona las etapas de la vida del ser humano, sino que consigue ser un film con una gran carga existencialista.
La historia se asienta sobre las bases de la tradición de Frankenstein de Mary Shelley y también sobre la adaptación a la pantalla grande de 1931, pero propone una vuelta de tuerca: ¿qué pasaría si el monstruo fuera mujer y diera rienda suelta a la curiosidad por conocer el mundo y la naturaleza humana?
Bella Baxter es el producto de un experimento llevado a cabo por un excéntrico médico al que casi toda la película se lo nombra como God (Dios). Así, dejan en claro que este film también se inscribe en la tradición de las películas de terror y ciencia ficción sobre médicos “locos” que juegan a ser Dios -ejemplo las diferentes versiones de Frankenstein y Re-Animator-.
Bella es una mujer en su apariencia, pero mentalmente es un bebé. Así, comienza a conocer el lenguaje, las ciudades, las personas, su sexualidad, hasta que se precipita y se maravilla con la complejidad del mundo y la existencia en sí misma. Pobres criaturas tiene la fascinante dualidad de hacernos enamorar del mundo en el que vivimos y también entrar en un pensamiento pesimista sobre la imposibilidad de ser felices.
Sin embargo, la vitalidad de la protagonista nos propone algo clave y, posiblemente, la característica más importante del ser humano: la posibilidad de tomar decisiones. Bella es arrebatada, por momentos impulsiva, una adolescente que da rienda a sus pulsiones sexuales pero será el propio conocimiento del mundo circundante lo que la irá complejizando.
El sexo, que en una buena parte del metraje es central, tomará un segundo plano para llegar incluso a convertirse en fuerza laboral, una vez que su visión del mundo se amplíe y conozca más que el placer. Las tribulaciones mentales, la filosofía y el registro de un otro sufriente, son algunos de los aspectos que hacen de Bella una humana y la alejan cada vez más del monstruo.
Hay una decisión política muy inteligente de Lanthimos: poner como protagonista a una mujer que decide (casi) siempre en torno a su propio deseo. Esto parece descabellado, pero es una valentía narrativo política porque lo que escandaliza es que sea justamente una mujer quien vive su vida más ligada al instinto y a los cambios de parecer que al deber.
Merece un párrafo aparte el diseño de producción del film. Lanthimos escala de posición con Pobres criaturas al contar con un inmenso presupuesto y poder llevar a cabo su delirio de crear escenarios inspirados en el Art Nouveau, vestuarios extravagantes y barrocos que parecen incomodar a la protagonista tanto como las ataduras de los buenos modales y el deber ser.
La música, a cargo de Jerskin Fendrix, es otra de las grandes excentricidades de esta película atrapante y devoradora visual y sonoramente. En esta línea, el trabajo de Emma Stone como protagonista es verdaderamente sorprendente y artesanal.
El desaprender el mundo para comprenderlo desde el extrañamiento es completamente verosímil a través de sus ojos saltones, sus movimientos torpes que son un homenaje al famoso monstruo creado en un laboratorio, pero también son la coreografía de una mujer desprejuiciada que solo está dispuesta a saciar su sed de conocer.
Bella es una conquistadora, no solo de los espacios que va habitando, sino de su propia existencia, algo de lo que pocas personas pueden preciarse. Esto resulta particularmente paradójico cuando sabemos que tanto su “no muerte” como su “reavivación” han sido decisión de otra persona que solo se centró en sus ambiciones científicas.
La avidez de Bella contagia al espectador y la película logra el sincretismo en el oxímoron: el mundo es horriblemente maravilloso. Lanthimos expone su fascinación por el ser humano, incluso por aquel que no lo es naturalmente sino que es producto de un experimento; y allí plantea su tesis: sea cual sea el origen de una persona, el ser humano terminará siendo un ser social.
El contacto con la otredad es lo que a Bella le permite el conocimiento y sacia su sed de aventuras. En Pobres criaturas, Lanthimos reafirma que la condición humana es el punto medular de su obra cinematográfica y lo que va cambiando de película en película es el punto de vista para abordarlo. Su nueva cinta es la más ambiciosa de su carrera, en todos los sentidos.