La historia de un adolescente viviendo en un pueblo es una perspectiva que vale la pena tener cerca: viejas formas de hacer amigos y comunidades con prioridades que quizás nos gustaría retomar. Gracias al trabajo de directoras como Carla Simón o Alice Rohrwacher, es que en los últimos años las coming on age rurales han ganado atención y se han abierto un espacio. Este año, la eslovaca Katarína Gramatová, que venía de otro palo colaborando con Stromae, se suma al movimiento realista-romántico con su ópera prima Promise I’ll Be Fine, estrenada en la reciente edición del Festival Internacional de Cine de Tokio.
Promise I’ll Be Fine es la historia de Enrique, un adolescente de un pueblo rural que se pasa los días boludeando con sus amigos del pueblo en unas babettas -ciclomotores a los que en los 90 le decíamos “zanellas”, por la Zanella 50- y haciendo algunas tareas para su mamá, que aparece poco, tan poco que se empieza a correr el rumor de que en realidad tiene otra vida y parece que Enrique es el único que no se da cuenta. Hasta que sí, hasta que Enrique también empieza a sospechar y avanza con su investigación con sus métodos y recursos. Lo cierto es que la película acaricia varios temas con potencial y penetra en uno repentinamente. Con éxito: hace interesante el cómo se divierten los adolescentes de este pueblo y qué pasa cuando te quedás sin moto. Sin éxito: hay diálogos importantes que se quedan cortos. Un pro y un contra que ilustra lo que puede pasarle a algunos directores que se forman haciendo publicidades y videoclips.
Pero si hay algo en lo que Promise I’ll be Fine inspira e ilusiona es la fotografía de Tomáš Kotas. La película está filmada en fílmico, con buena saturación y sensibilidad por la luz, los reflejos, las sombras, lo que brilla. Hay un gran uso de la cámara en mano, precisas decisiones en términos de perspectiva, que a veces se pone más fashion y a veces más editorial. Es una película que daría gusto verla impresa. Hay planos generales donde se aprecia objetivamente la belleza y fertilidad de la naturaleza y hay unos close-ups que nos dejan de frente a la vida de los personajes.
Michal Záchenský interpreta genialmente al protagónico Enrique, le da una fuerza interior que cubre con cierta vulnerabilidad todo el cuerpo, menos en la mirada. No sé cómo lo hace, pero lo hace distinguidamente. Es una de esas películas en las que te das cuenta que indudablemente habría muchas formas de interpretar a Enrique, muchas formas que estarían bien y serían interesantes, pero la de Michal merece ser la que está ahí. La película sin él sería una muy distinta; él la hace posible y la hace real.
“Mis propias experiencias infantiles dieron forma a la historia de nuestro héroe, Enrique, un adolescente problemático, y su explotadora madre. Aunque a menudo oímos que las madres quieren lo mejor para sus hijos, no siempre es cierto. Algunas, sobre todo en situaciones difíciles, se centran en su propia felicidad aunque eso signifique sacrificar el bienestar de su hijo” comentó Gramatová sobre su ópera prima -una co-producción entre Eslovenia y República Checa- en materiales de prensa.