Desde Secretos íntimos (2006), Todd Field no había dirigido una nueva película hasta que en 2022 irrumpió en el séptimo arte con la ostentosa Tár. Disfrazada de biopic, esta película cuenta la historia -ficticia- de una tiránica directora de orquesta respetada en el medio que verá su vida desmoronarse rápidamente cuando sus oscuridades más grandes salen a la superficie.
¿Cómo es que se pierde el poder? Esa es una de las preguntas a las que Tár ofrece algunas respuestas. La protagonista de este film es Lydia Tár, una mujer de mediana edad, excelsa en su trabajo, tan reconocida y legitimada como temida y cancelable. Para presentar este personaje, el director se toma unos cómodos 40 minutos y recién en ese momento sumerge al espectador en la verdadera trama del film.
Justamente, este tiempo narrativo que no se apura y no entrega un personaje a medias tintas revela cómo está sostenido el poder que ostenta Lydia Tár: a través de su trayectoria, de la intelectualidad, de su clase social y desde el miedo. Sin embargo, lo que viene a plantear la película de Field es que este poder no es indestructible y que, solo con mover algunas piezas, la torre puede desmoronarse.
Acompasado con la construcción y el sostenimiento del poder, en la historia ingresa el tópico de la cultura de la cancelación, algo más que presente en nuestros tiempos sobre todo en relación al arte y a las figuras que se erigen como “intocables”. La originalidad de Field radica en poner como cancelable a una mujer lesbiana, que no deja de presentarse como minoría, y que se aleja del estereotipo que desde la cultura occidental se puede, a priori, condenar.
Así, al mostrar todos los aspectos de su vida, se ve que “lo cancelado” no deja de encerrar complejidades y esto se expondrá en la caída de Lydia: esa mujer que comenzó en el relato como una persona mesurada, productiva, exitosa e influyente, irá perdiendo las riendas de su vida hasta llegar a una catarsis bestial y rozar la locura.
En este sentido es imposible no mencionar la avasallante actuación de Cate Blanchett, quien sostiene el relato transitando un sinfín de matices: la elegancia, la sensualidad, la hombría, la feminidad, la violencia y, en múltiples momentos, el cinismo. Lydia se presenta al espectador de la misma forma que al resto de los personajes de la película y por eso los pone en jaque. Es tan admirable como detestable. Es, al fin y al cabo, humana.
Otro punto interesante de Tár es que no es un film aleccionador o con una bajada de línea unívoca, sino que su complejidad reside en el hecho de que problematiza tanto a su protagonista como a la cultura de la cancelación. El director pone en tensión ciertos postulados del progresismo al ridiculizar el lenguaje inclusivo, o al dejar al descubierto lo hipócrita que puede resultar muchas veces la exclusión de obras de artistas por aspectos personales de su vida, por más repudiables que sean.
Entre las respuestas que propone Tár a cómo se pierde el poder, se expone el alcance de las redes sociales como medio de visibilización, así como la importancia del poder colectivo en torno al derrumbe de un ídolo o ídola, en este caso. De todos modos, la película no deja de problematizar también cómo estos elementos fueron los que, en parte, permitieron que se erija el poder en una primera instancia.
Lo privado y lo público también forman una parte fundamental de este relato, ya que el espectador puede ver a Lydia en estos dos espacios y presenciar cómo ambos se desmoronan de manera simultánea. Básicamente, porque el sostenimiento de un ídolo nunca depende exclusivamente de la persona sino también de la cultura que lo rodea, de los códigos de una época y las instituciones que lo sostienen.
Tár estrena en salas argentinas este jueves 9 de febrero.