¿Quién no quiere a Wes Anderson? Difícil no encariñarse con un director que hace más de una década nos viene regalando películas como fábulas de una candidez casi infantil, de viñetas preciosistas marcadas por un estilo único y sumamente personal. El director y guionista estadounidense logró lo que pocos: que con un solo plano se lo identificara fácilmente.
En quince años de carrera, Anderson fue afinando su impronta y nos ha malcriado a base de composiciones visuales complejas, de insistentes encuadres simétricos y agradables colores pastel. Planos cargados de tipografías y objetos hermosos y personajes tan trágicos como extravagantes que entran y salen de escena motorizando múltiples narraciones corales alrededor de algún grupo humano, como puede ser una familia, el personal de un hotel o, en este caso, la redacción de una revista.
Puede parecer mucho, y lo es, pero de alguna forma Anderson ha sabido dosificar sus inagotables talentos para cimentar una filmografía amena y amable con el espectador. Hasta que se pasó de rosca con The French Dispatch (o La crónica francesa en su título de estreno local), una película que parece hecha bajo los efectos del crack. Todas las marcas del director aparecen aquí exacerbadas en su máxima potencia, el resultado es admirable pero su visionado corre el riesgo de ser tedioso y agotador.
The French Dispatch tiene una estructura narrativa interesante pero que aporta a este problema de sobreestimulación. Como anticipa una placa inicial en negro, la película “consta de un obituario, una breve guía de viajes y tres reportajes”. El cuerpo del film entonces está dividido en secciones a la manera del tipo de publicación semanal que homenajea, revistas como de The New Yorker o, por citar un homologable local, el prestigioso semanario Primera Plana, editado en los sesentas. En términos cinematográficos, lo que tenemos aquí son dos cortos y tres mediometrajes. Cinco historias con un hilo conceptual aglutinador para que Anderson se haga una fiesta en modo antología de cuentitos pero que siempre parecen intros: se presentan y describen elementos constantemente y una vez instalados se pasa de inmediato a otra cosa, y así sin parar.
Infinidad de escenografías y decorados -cada vez más expresionistas en su artificialidad- con miles de detalles y la proliferación incesante de personajes, todos amigxs de la casa en el habitual elenco estelar del que dispone –Bill Murray, Owen Wilson, Tilda Swinton, Adrien Brody, Willem Dafoe– con el agregado de la siempre genial Frances McDormand, Benicio del Toro y el chico del momento Timothée Chalamet. La predilección de Anderson por una dirección de actores al servicio del humor físico también está sobreexplotada al punto de que el absurdo abruma y se agota rápido en un film que además casi pisa las dos horas. Tanta excentricidad no hace otra cosa que convertir todo el asunto en una involuntaria autoparodia.
Cada trama a su vez se ramifica con digresiones que impiden que uno se sumerja en lo que está pasando. Con la excepción del primer “artículo”, sobre un preso que es un artista plástico genial (del Toro), el resto es difícil contar de qué van, y en última instancia son las mismas historias las que dejan de importar. The French Dispatch es un desfile frenético de virtuosismo estético y no mucho más. En su bolsa de trucos a Wes Anderson se le olvidó buscar un poco de emoción, profundidad, o por lo menos algún tipo de mensaje más o menos claro.
The French Dispatch está disponible en cines.