Entre las curiosidades estrenadas este año aparece Un hombre diferente, una película con rasgos de body horror, drama, comedia grotesca y absurdo. La cinta de Aaron Schimberg ciertamente no pasa desapercibida, aunque la fusión de elementos le juega en contra en algunos aspectos. La historia se centra en un hombre que tiene una deformidad en su rostro y se enamora de su vecina, una de las pocas personas que se le acerca y que parece valorarlo más allá de su aspecto. Luego de someterse a un tratamiento innovador, recupera su rostro original -el cual, por supuesto, es bello y hegemónico- pero se involucra en una obra de teatro en la que tiene que interpretar a su antiguo yo, una identidad que parece no poder abandonar a pesar de despreciarla.
Por más que la trama suene intrincada, no lo es. De hecho, podría decirse que algunos aspectos narrativos quedan descuidados. La historia de este hombre es una excusa para hablar de la condena que representa el físico en un mundo de apariencias. Si bien el film prescinde del elemento de las redes sociales -algo que también está ausente en La sustancia, película con la que guarda muchas similitudes- sí utiliza el teatro como medio de exposición y exhibición. En un diálogo constante con La bella y la bestia, este hombre descubrirá que es su interior lo que estaba deformado. A diferencia de la bestia del cuento clásico, él descubre con pesimismo que la mujer de la que se enamoró se sentía atraida por su fealdad y no a pesar de ella.
Este film se inscribe en la tradición de películas como Freaks, La sustancia, El hombre elefante, Pieles y Under the Skin. Posiblemente, su logro más novedoso sea las múltiples identidades que va desarrollando el protagonista en su encuentro con un yo que parece nunca alcanzar. El personaje no solo cambia de nombre, casa y profesión, sino que también se encuentra con un espejo: un hombre con la misma patología que él pero que vive la vida radicalmente diferente y no se define por su deformidad. El teatro es la metáfora, presenta al escenario como el mundo y la mente -algo que Charlie Kaufman presentó en Synecdoche, New York-, pero también es el vehículo para acceder al absurdo en personas que nunca llegan a definirse y en un guion que parece no acabar nunca mientras las vidas de los personajes se consume en ensayos asfixiantes.