Una batalla tras otra era una de las películas más esperadas de este año y ha cumplido con creces las expectativas que generó. Paul Thomas Anderson dejó -hace muchos años- de ser un director alternativo para convertirse en uno de los principales referentes del cine estadounidense y, con su nueva película, demuestra tanto maestría formal como narrativa, además de alimentar la esperanza sobre un cine que no está perdido.
La película cuenta la historia de la hija de dos exrevolucionarios, quien intenta vivir una vida lo más normal posible hasta que el enemigo íntimo de sus padres regresa para buscarla 16 años después. Su padre se ha convertido en un paranoico dependiente de la marihuana y el alcohol, mientras que su madre desapareció cuando ella era solo una niña.
Para narrar esta historia de gran complejidad, el director eligió abarrotarla de acontecimientos, personajes y escenas fabulosas. Resulta fascinante observar cómo apila y entreteje hechos sin que esto abrume al espectador. Utiliza 160 minutos de metraje para desarrollar exhaustivamente las implicancias y aristas de la historia, sin caer en una solemnidad impostada: amor, política, ideales, sexo, muerte y decadencia se combinan en personajes que son, uno tras otro, impactantes.

Mientras que las figuras masculinas aparecen bastante ridiculizadas a través de la comedia negra —específicamente los personajes interpretados por Leonardo DiCaprio, Sean Penn y Benicio del Toro—, las mujeres resultan inspiradoras e hipnóticas, como los personajes a cargo de Teyana Taylor y Chase Infiniti. Así, el heroísmo se convierte en uno de los grandes temas de la película, y cada personaje despliega su concepción del mismo, dejando en claro que está lejos de ser un concepto universal.
Mientras tanto, las derechas e izquierdas extremas se enfrentan en una historia en la que los "ismos" se ponen en cuestión. En un mundo en el que los "ideales puros" parecen abatidos y la política está escindida de ellos, la película de Anderson logra plantear esta realidad y, al mismo tiempo, ofrecer una mirada esperanzadora hacia el final.

Luego de ver Una batalla tras otra, solo queda la admiración y el placer prolongado, incluso fuera de la sala de cine. Las actuaciones son superlativas, las decisiones narrativas —sobre todo la extensa y desenfrenada introducción— son tan delirantes como cautivantes, y los recursos formales asombrosos, como la persecución de autos, que se convierte en la gran vedette del film.
En una actualidad de películas repetitivas, de recursos agotados y de cineastas que abusan de las "pequeñas historias", Anderson demuestra su amor por el cine, su conocimiento del séptimo arte y su valentía al filmar en formatos de antaño como VistaVision. También rinde homenaje a sus contemporáneos, con tintes tarantinescos, guiños a los Coen y a su icónico El gran Lebowski, y tributos al cine de acción de los '80.