En esos momentos de poca inspiración, cuando nada nos sale bien, los problemas y las deudas nos acechan cada vez más; cuando todo parece que no puede ir peor, pues sí puede ser peor. Cuando la ficción no alcanza, aparece la realidad y lo insólito por fin sucede. Un curioso film irlandés nos entrega un retrato más que tragicómico de esta situación: Cuatro muertos y ningún entierro (A film with me in it, Ian Fitzgibbon, 2008), conjuga todos estos elementos, con dos actores que llevan el papel magistralmente, pocas exigencias de montaje y un guión a la altura de las condiciones. Pierce (Dylan Moran) y Mark (Mark Doherty) son dos amigos, uno un cineasta fracasado y el otro un actor fracasado, respectivamente y tienen entre ambos un futuro proyecto cinematográfico que no parece muy prometedor. Su vida está yendo muy mal en todos los sentidos: mujeres, dinero, trabajo, estado de ánimo. De pronto, en la casa de Mark ocurren 4 muertes inesperadas y fortuitas: su hermano, su ex novia, una policía y el dueño del departamento donde vive. Entre los dos intentarán resolver el enorme problema y se darán cuenta que la insólita situación podría ayudarlos en la realización de su película. Principalmente estamos ante un film sencillo pero de gran elocuencia. La situación que nos presenta no puede ser más patética y quienes la viven llevan su delirio hasta el extremo. Tanto es así que, como es de esperar, el humor toma las riendas. Todo es tan ficticio como real: en media hora tienen tres cadáveres y uno más que está por venir de los cuales no son culpables en absoluto. La desesperación, las decisiones claramente erradas, la paranoia que los personajes experimentan hacen que el espectador viva una verdadera comedia de algo realmente trágico. Lo tragicómico reside justamente en el falta de culpabilidad, ya que nada de lo que les sucede es adrede, sin embargo actúan como verdaderos delincuentes. La estética del absurdo es lo que reina en esta película que por momentos se presenta tan ridícula como genial. Todo lo que pasa es absurdo pero a la vez totalmente posible. Representando el estereotipo de artista frustrado y delirante que resuelve los problemas de formas inconcebibles. De hecho veremos que todo se resolverá por medio de la ficción. Vale decir que la elección de los actores y un guión magistral hacen de este film un deleite humorístico. La idea central de la película ronda en pensar que la ficción más efectiva y verosímil reside en la realidad. En lo más casual y menos planeado está lo más sorprendente. En este sentido es que hablaríamos de una película dentro de otra: mientras transcurren los sucesos se va tejiendo la película dentro de la película. Este juego resulta sumamente interesante porque analiza los sistemas actuales de creación artística, ridiculiza la trillada y tradicional forma de inspiración cuasi divina. El arte más jugoso lo encontramos en nuestra propia casa. Resolver algo inesperado y absurdo se convierte en el proceso de invención de un film.