Al parecer, en estos últimos años nos han bombardeado con historias de vampiros, sobre todo adolescentes, valga como mayor exponente la Saga Crepúsculo, además de la serie de Warner Crónicas vampíricas. Y también parece que la temática del vampiro como ese ser nocturno capaz de producir terror se ha tornado a tomarlo como un integrante más de la sociedad que, por amor, hace lo posible por adaptarse a ella.
Tomando a este mítico personaje como ser anacrónico, que vive todas las edades, que no puede enamorarse de un mortal sin lastimarlo, que contiene en sí una maldad congénita y que lidia con estar muerto en vida. Son estos son aspectos que también comparte Déjame entrar (Let me in, Matt Reeves, 2010), remake del film sueco Let the right one in (Tomas Alfredson, 2008). Pero el curioso desplazamiento que tiene esta película de la línea vampiro-adolescente-amor, es que se trata de niños; sí, tenemos una historia de amor entre un vampiro y un mortal, pero representados por niños. Así que ya nos salvamos del problema que reviste la famosa Twilight Saga: que Bella y Edward no pueden tener sexo porque a él le dan ganas de meterle un mordisco en el cogote. Bueno, por suerte todavía los niños de doce años no tienen esos problemas. Sólo me voy a limitar, hoy, a hablar de la remake hecho en USA. Historia bastante simple: Owen (Kodi Smit- McPhee) vive con su madre que prácticamente no le presta atención. En sus múltiples momentos de soledad, conoce a una extraña niña, Abby (Chloe Moretz), con quien entablará una relación. Pero ella esconde un secreto que no la deja seguir esta amistad: es un vampiro. Si se piensa que estamos ante una historia sosa, pues se está en una gran equivocación. Más allá de la sencillez del argumento el desarrollo del film se da una forma sumamente profunda: desde el comienzo las imágenes son poesía pura, la acertada iluminación acompañada de la nieve que dota de una atmósfera invernal y algo terrorífica a toda la película, cómo se construye la relación de ambos y el carácter de cada uno es particularmente interesante. Partiendo desde el planteo que los dos niños llevan vidas diametralmente opuestas pero que aún así quieren y creen que pueden vivir juntos, el film desarrolla esta problemática de una manera impecable con el plus (no menor) de las bellísimas actuaciones de los niños. Si bien, nos encontramos ante un amor infantil, los planteos, las discusiones y la problemática en general se presentan como sumamente complejas: es la condición de natural de uno, que no concuerda con la del otro lo que imposibilita la relación; y como tópico que sustenta la narración encontramos la puja entra la inocencia y la monstruosidad. Déjame entrar aborda una temática desconocida, por lo menos, para mí como central en un film sobre vampiros: la inocencia. En el cuerpo de una niña pero en edad avanzada, Abby lucha contra sí misma y contra su entorno. Ya el poster nos muestra un fondo rojo, homologando la sangre, por supuesto, una niña en posición fetal vistiendo un camisón blanco. ¿No se presenta acaso como contradictorio?: la sangre en relación con la muerte, lo macabro, el pecado, incluso y aquella niña de cabellos rubios, angelical que pelea con su naturaleza, en posición de un bebé en el vientre.
Como decía antes, la estética del film es casi perfecta, ambientes densos y oscuros que retratan lo turbio de las vidas que lideran la historia pero que permiten resaltar el brillo de esta verdadera historia de amor. Imágenes poéticas que hacen de lo monstruoso algo bello. Y con un agregado de imágenes verdaderamente terroríficas. Todo esto resumido en la noche, como una protagonista más de la historia, que encierra todos los secretos y los momentos más importantes… siendo el horario de encuentro de los pequeños amantes. En fin, considero a Déjame entrar una nueva forma de mirar los tan usados relatos de vampiros. Si bien sí se lo toma como ser mítico, pero se lo encuadra más en lo que es la realidad contemporánea, característica que comparte con Crepúsculo y Crónicas vampíricas, y que los aleja del legendario y fundante Conde Drácula. Es decir, se plantea que si los vampiros existen también viven en nuestra época y se adaptan a ella. Y creo que en este film y en los anteriormente nombrados, se focaliza más en el lado humano de este ser y se toma la parte monstruosa como aquel impedimento que lo diferencia del resto de la sociedad y que, en este caso lo obstruye en el amor.