El 16 de mayo se estrenó en las salas de todo el país El cuento de las comadrejas, el más reciente film del argentino Juan José Campanella. El despliegue de salas con las que cuenta es descomunal: la película pretende ser masiva y tener cientos de miles de espectadores. A ciencia cierta no sabemos todavía cómo resultó el corte de entradas, porque es muy pronto todavía, pero lo que sí está a la vista es el despliegue de marketing, entrevistas, publicidad y demás asuntos en relación al film.
El cuento de las comadrejas es un remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico, película de Martínez Suárez estrenada en 1976 y que fuera, contra todo pronóstico, un fracaso de espectadores. Según cuenta el propio Campanella, comenzó a escribir el guion en 1997, pensando en una adaptación para ser vendida a una productora de Estados Unidos. 20 años más tarde, y habiendo pasado de guion de cine a obra de teatro a guion de cine de nuevo, resulta en un film local que, por sobre todas las cosas, se destaca por dos cuestiones: la presencia y protagonismo absoluto de Graciela Borges como Mara Ordaz, actriz retirada (de la actuación y de la vida social), que vive con tres compañeros en una gran casa en las afueras de Buenos Aires; y por otro lado, se destaca por ser una película comercial que asimila con solidez ciertos géneros norteamericanos: el policial, el cine negro, la comedia, teñido todo por cierto costumbrismo argentino fácilmente reconocible.
El cuento de las comadrejas se mueve en el terreno del cine comercial, por una línea delgada entre el trazo grueso y el intento por una marca autoral, que depende sobre todo de la impronta de sus protagonistas; a Graciela Borges se le suman Oscar Martínez, Luis Brandoni y Marcos Mundstock (un Les Luthiers reclutado por primera vez para el cine), como el grupo de gruñones y cínicos acompañantes de la diva en decadencia.
En este oscilar entre la fuerza de sus protagonistas y una historia de vanidades y engaños, la película sufre de altibajos. Por momentos subraya en demasía algunas ideas, a fuerza de reiterarlas, o cobra un tono aleccionador. Lo que no se puede negar es que Campanella se reconoce dentro de la escuela de cine clásico, y hace funcionar la máquina de contar historias quizás como el mejor alumno en la Argentina, del fallecido Fabián Bielinsky, director de El Aura y Nueve reinas.
Mara Ordaz, el personaje de Graciela Borges, es interpelada por una pareja que llega a la casa por accidente. Son dos agentes inmobiliarios que simulan reconocer de pronto a la diva, y adulándola por su pasado de gloria, pretenden convencerla de que venda la enorme casa donde vive con su esposo y sus dos amigos, para volver a la ciudad, al centro de la escena, y recomenzar así una carrera que no está perdida todavía.
La desconfianza de sus compañeros de piso es total desde el primer momento, y los recién llegados deberán luchar en secreto contra ellos en pos de su objetivo, que esconde a su vez algún que otro secreto. Y en este conflicto se centra la totalidad de la película, creciendo cada vez más la oscuridad y develando terribles acontecimientos que estas personas guardan para sí. Pues el pasado no es solo de gloria.
En especial sobre el final, la película se toma libertades respecto del argumento que la alejan de la versión original, que por cierto acertaba más en el tono y en el conflicto de los personajes. En esta nueva versión, se pierde lo que en la otra se expresaba de manera justa con un simple plano. Campanella, fiel a la tradición que representa, se ocupa de que todo sea dicho. Cada cosa que pasa, cada cosa que se piensa, todo lo que sucedió incluso, es puesto en palabras al modo de una explicación, lo que hace que por momentos estemos más cerca del teatro declamativo que del cine mismo. Y quizás allí es donde El cuento de las comadrejas pierde su vigor. Pero lo recupera a cada momento porque la trama no se detiene. Las conspiraciones y los ocultamientos son permanentes, lo que precipita un desenlace que irá en su justa medida develando misterios y los móviles de cada quien, comadrejas que al igual que las alimañas que pueblan todo el film, deambulan con oscuras intenciones por toda la casa.