La nueva película de Marcos Carnevale cae bien a algunos y no tanto a otros. Lo que es seguro es que este realizador argentino logra un híbrido interesante, o al menos inquietante; combina la puesta en escena del teatro tradicional, los esquemas y lineamientos de la clásica tragedia griega y por supuesto, los artilugios que hacen del cine una experiencia que roza lo mágico. La propuesta de esta historia es ante todo atractiva: nos metemos en el interior de un mítico restaurante llamado Cenáculo: un espacio distinguido donde el culto a la gastronomía, el ritual del banquete, la estimulación de los sentidos y las pasiones puestas sobre la mesa son los condimentos principales. Liderado por dos excéntricos hermanos (Graciela Borges y Pepe Cibrián, fantásticos) este lugar recibe a cenar a distintos grupos de personas, que disfrutan de la exclusividad de una noche para vivir una experiencia única, un quiebre y una crisis. Cenáculo es un espacio para dejar las caretas afuera y mirarse a través de los ojos del otro, para descubrir así, los demonios propios mejor ocultos. Una cena que será definitiva. Desde el comienzo sabemos que estamos ante un film harto filosófico y poco común. La inconfundible voz de Graciela Borges nos lleva hacia el corazón de Cenáculo, como invitándonos a ser parte de una experiencia única, de la cual no hay vuelta atrás. El lugar está ubicado en una ruina gótica donde los vitró de La última cena parecen vigilar a los comensales; al mismo tiempo, vigilados por el personaje de la Borges, que desde su casa burguesa, observa y juzga como un dios aquello que sucede en la mesa; como viviendo la vida de los otros. En este mítico restaurante se desatan diferentes situaciones que empiezan en drama y terminan en tragedia. Múltiples historias que condensan los vicios y las obsesiones eternas del humano llevarán a los personajes a pasar por los sentimientos más extremos y a situaciones completamente patéticas; momentos en que el film toma un tinte tragicómico comandado sobre todo por Alfredo Casero, Favio Posca y Luis Machin. La banda sonora (música en vivo para los comensales) acompaña perfectamente las alocadas situaciones que se libran sobre la mesa. Y las actuaciones se convierten en la frutilla del postre: un elenco variado de actores consagrados ejecutando un guión desopilante. Dentro de las palabras aparece la tradición borgeana, nociones cristianas de culpa, arrepentimiento, redención… pero principalmente somos espectadores (al igual que los dueños y los cocineros) de la vivencia extrema del ser humano: las pasiones llevadas al límite, la crisis, el reconocimiento del otro y de uno mismo, la anulación de la línea entre humanidad y bestialidad. El espejo de los otros es una película con la que vale la pena encontrarse, por sus planteos universales, su versatilidad interpretativa y porque dentro de la fantasía de la última cena, descansa la realidad interna de cada uno de nosotros, el estallido de la verdad, entre gritos, llantos y risas.