Hay algo muy característico en lo que en este BAFICI llamaron el nuevo cine cordobés. Hay una idea, nucleada principalmente por los chicos de Cinéfilo, (bar, cineclub, pollería y revista) que es la siguiente: el cine está en todos lados y al alcance de cualquiera que tenga un poco de voluntad. No existe vocación sectaria o críptica en este cine sino que se celebra abiertamente para todos los que estén dispuestos a dejarse llevar por la experiencia de redescubrir el mundo a partir de las películas. Y es así como críticos, directores y programadores de festivales son personajes que discuten sobre el cine al mismo nivel y con la misma pasión que los propios actores. No hay nada original en el argumento, como dice el protagonista. Chico conoce a chica, a la que conocía de antes porque había tenido una relación aunque hacía años que no se veían. Él acaba de terminar la facultad (adivinen: cine) y de despedir a su novia que se va por una beca de estudio “mucho tiempo” en sus palabras. Ella estudia literatura, toca en una banda y, a diferencia de él, vive sola y está soltera. El punto de partida es una fiesta a la que él es obligado a ir por su amigo, un chanta simpático que pretende levantarse a una mina ahí. La construcción de los personajes y de los diálogos es lo que hace tan cercana está película. Que Julieta, la protagonista, ante la perspectiva de bajar a comprar algo diga “bah, que paja” (esa como otras situaciones) inmediatamente dispara a nuestra propia experiencia vital en forma directa. Y eso no es poco. Porque nuestras historias, las de los que estamos del otro lado de la pantalla, se parecen mucho a la de El Último Verano. Incompletas, arbitrarias, imperfectas y, a veces (o la mayoría del tiempo), un poco aburridas también. Películas como ésta suceden todo el tiempo en la calle, a nosotros y a nuestros amigos. Realidad y ficción, entonces, son intercambiables en este registro. Esta película es sincera en su producción y en la puesta en escena. Podría decirse que es mumblecore (recordemos las películas de Andrew Bujalski por ejemplo), es decir, una manera de hacer cine, asimilando su (falta de) presupuesto desde un principio y jugar con eso. Usar locaciones reales, filmar en pocos días, o a lo largo de mucho tiempo los fines de semana, y tener -por la falta de presiones desde el lado económico- una cierta libertad formal son algunas de las características. Y sin embargo, eso no se traduce en desprolijidad técnica. Por suerte, porque sabemos que a esta altura ciertos errores técnicos que pretenden dar la ilusión de realidad son tan artificiales como los pibes que podemos ver en el Village Recoleta que se peinan a lo despeinado o que se arreglan para parecer desarreglados. En el catálogo del BAFICI para referirse a esta película, se menciona a Rohmer. ¿Por qué no? Estos jóvenes reflexionan sobre el valor, el peronismo o (obvio) el cine a su manera. Leandro Naranjo parece tener la intención de dejarlos ser, manteniendo encuadres fijos por el tiempo que sea necesario para que la acción se desarrolle en su duración. Y así, las escenas de incomodidad que tienen los protagonistas -que retardan todo el tiempo el acto de concretar-, son iguales para nosotros: el montaje hubiera hecho que tengamos una sensación parcial, más distante del hecho. En síntesis: vean esta película que es de las más sinceras y adorables que vayan a ver en este festival. No es pretenciosa ni rebuscada: su humanidad está a flor de piel. Hay mucha autoconciencia y mucha belleza. Y last but not least, mucho amor por el cine.