Hay algo muy característico en lo que en este BAFICI llamaron el nuevo cine cordobés. Hay una idea, nucleada principalmente por los chicos de Cinéfilo, (bar, cineclub, pollería y revista) que es la siguiente: el cine está en todos lados y al alcance de cualquiera que tenga un poco de voluntad. No existe vocación sectaria o críptica en este cine sino que se celebra abiertamente para todos los que estén dispuestos a dejarse llevar por la experiencia de redescubrir el mundo a partir de las películas. Y es así como críticos, directores y programadores de festivales son personajes que discuten sobre el cine al mismo nivel y con la misma pasión que los propios actores. No hay nada original en el argumento, como dice el protagonista. Chico conoce a chica, a la que conocía de antes porque había tenido una relación aunque hacía años que no se veían. Él acaba de terminar la facultad (adivinen: cine) y de despedir a su novia que se va por una beca de estudio “mucho tiempo” en sus palabras. Ella estudia literatura, toca en una banda y, a diferencia de él, vive sola y está soltera. El punto de partida es una fiesta a la que él es obligado a ir por su amigo, un chanta simpático que pretende levantarse a una mina ahí. La construcción de los personajes y de los diálogos es lo que hace tan cercana está película. Que Julieta, la protagonista, ante la perspectiva de bajar a comprar algo diga “bah, que paja” (esa como otras situaciones) inmediatamente dispara a nuestra propia experiencia vital en forma directa. Y eso no es poco. Porque nuestras historias, las de los que estamos del otro lado de la pantalla, se parecen mucho a la de El Último Verano. Incompletas, arbitrarias, imperfectas y, a veces (o la mayoría del tiempo), un poco aburridas también. Películas como ésta suceden todo el tiempo en la calle, a nosotros y a nuestros amigos. Realidad y ficción, entonces, son intercambiables en este registro.
