Muchas son las películas que abordan la temática del hombre en relación a la máquina, ya desde los orígenes del cine. La creencia futurista de que, en algún tiempo no tan lejano, las máquinas no solo superarán al humano sino que vivirán mezclados entre nosotros resulta un tanto alarmante y atractiva a la vez. Alarmante porque la línea divisoria entre lo que nos define como humanos y nos separa de los robots aparece difusa y nuestra propia condición de especie humana entra en crisis. Lo atractivo se desprende de la idea de interacción con la propia creación, es decir, la idea de dios que el humano se adjudica.
Así, humanos, máquinas y dioses ponen en cuestión su propia naturaleza, campos de acción y las cualidades que les son propias. Ex Machina nos muestra un experimento en el que nuestra percepción cambiará constantemente, la empatía hacia los personajes no será para nada estable y que hará que nos quedemos pensando, aunque sea un ratito, que es lo que nos define realmente como humanos. En casi dos horas de metraje nos muestra a un joven programador, Caleb, que es citado en una casa futurista en el medio del bosque para ser parte de un experimento: analizar y evaluar los comportamientos de la bella Ava, un asombroso robot.
El film aparenta no ser sorprendente, desde su tráiler y el comienzo nos recuerda a muchísimas cintas sobre el tema, pero a medida que corren los minutos notamos que estamos inmersos en un macabro juego de mentes, dentro de esta casa aislada que los participantes recorren cual laberinto a medida que se van conociendo, sacando lo peor de cada uno. Podríamos decir que Caleb funciona como chivo expiatorio, que intenta descifrar a cada paso su real función en el experimento, al tiempo que se va enamorando de Ava, quien contiene más cualidades humanas que artificiales. Entre ellos dos se va forjando una relación ambigua y cada vez más atrapante; Ava desfila semidesnuda en su cuerpo robótico pero con todos los condimentos de una femme fatale y las defensas de Caleb van disminuyendo hasta el punto de confiar más en ella que en Nathan, el creador. Por su parte, Nathan, encarna el papel de una suerte de científico loco que oscila entre farsante, traidor y demiurgo. En este punto se puede decir que las actuaciones son concisas pero nunca deslumbrantes; el papel de Nathan está cargado de poder y energía pero prácticamente no muta en la historia y se vuelve algo monótono. Caleb vive todo el film al extremo, atravesado por centenares de sensaciones y sobre todo confusiones, aun así, no deslumbra.
Lo interesante del planteo del film es poner en cuestionamiento tanto el poder del ser humano como la supremacía de dios. Cualquier hombre puede convertirse en Dios en la medida en que crea a un “semejante”, manipula su creación y al resto de los hombre. Y a la vez, cualquier máquina, cualquier robot puede convertirse en ser humano, sentir, pensar y también manipular al hombre. Tal es el nivel de confusión y desorden mental que se juega en la historia, que Caleb llega a dudar de su propia condición humana. Claramente, la película plantea los interrogantes: y que tal si los robots ya están entre nosotros? Qué tal si el ser humano no es tan único y poderoso como cree, y las maquinas comprenden sus misma cualidades, aquellas que los distinguen de los animales?