Gemelos aterradores, una mujer con la cara oculta, una casa enormemente fría y aislada, un bosque tenebroso que la rodea, secretos escondidos y un vínculo impreciso forman la más reciente producción austríaca de Severin Fiala y Veronika Franz. Goodnight Mommy comprueba el dicho de que cada familia es un mundo; en este caso un mundo bastante escalofriante.
Todo es presentado con extrañeza: los protagonistas son Lukas y Elias, dos niños gemelos, muy unidos y poco expresivos, que viven con su madre en una casa vastísima, pulcra, minimalista y súper moderna. La madre lleva el rostro cubierto por múltiples vendas por haberse sometido a una cirugía estética; se presenta como un ser distante, con una relación algo alejada de sus hijos. Ellos pasan los días de vacaciones entre pocas actividades, callados, con muchas restricciones y cultivando escarabajos. Algo raro hay en el ambiente: los niños sienten esta nueva mujer vendada no es su madre.
Son pocos los diálogos, pocas también las explicaciones. Pero la tensión que nos hace experimentar este triángulo familiar sirve para sostener nuestra atención (aunque a veces el ritmo se ponga tedioso) y esa sensación de “que va a suceder”. Inevitablemente la moral nos arrebata y cuestionamos el trato de la madre hacia sus hijos, nos preguntamos sobre el paradero del padre, vemos a los niños deambular solos y vivir casi sometidos. Y es que Goodnight Mommy busca, de algún modo, poner sobre el tapete los cimientos tradicionales de la institución familiar. De hecho la primera escena del film muestra una tierna madre, casi virginal cantando una canción de cuna rodeada de niños, para contrastar inmediatamente con la soledad y frialdad en la que viven Lukas y Elias.
Una de las estrategias narrativas que mejor funciona es la mutación de los personajes infantiles: hay un momento de quiebre en la historia en la que pierden la inocencia, donde liberan un costado malvado y esa fraternidad es usada negativamente. Severin Fiala y Veronika Franz (los directores y escritores del film) logran que los niños nos aterroricen, un efecto típico del ya clásico cine de Michael Haneke. Si bien, la película no tiene la profundidad psicológica y perturbadora de cintas como Benny’s Video o Funny Games, puede decirse que entra en la misma línea de terror psicológico, en un tipo de retrato de la infancia, despojada de inocencia y repleta de morbo. El temor y la desconfianza que experimentan los gemelos ante este sujeto que no parece su madre los lleva a rebelarse y convertirse en expertos torturadores, con una pasividad casi irreal, sin derramar una sola lágrima. Los niños mienten a los mayores, conservan la calma ante las situaciones de peligro y sobre todo se rebelan ante la figura más inmaculada para un niño: la madre. El vínculo más sagrado, intocable y tradicional es pervertido y corrompido al extremo.
Goodnight Mommy es de esas extrañas películas que no terminan de convencerte pero que no podés olvidar por varios días. Muchas cuestiones quedan sin ser explicadas, algunos cabos sueltos. Se puede decir que es una cinta débil a nivel narrativo en varios momentos, pero logra sostener la tensión y la intriga durante la hora y media que dura el relato, al tiempo que cuestiona los pilares fundacionales de la familia y la figura de la madre como entidad cuasi perfecta.